Lucas 6:37 (RVR60)
"No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados."
Introducción: Un Mandamiento Radical
En el corazón del Sermón del Monte, Jesús pronuncia unas palabras que desafían directamente la naturaleza humana más básica. No son una sugerencia, sino un mandamiento con una promesa adjunta: una ley espiritual tan inmutable como la de la siembra y la cosecha. "No juzguéis... no condenéis... perdonad." En tres órdenes concisas, el Señor establece el fundamento para las relaciones saludables, una comunidad piadosa y, lo más importante, una vida en libertad. Este versículo es un faro de luz que ilumina el camino hacia una existencia liberada de la pesada carga de ser el juez de los demás.
1. No Juzguéis: La Arrogancia del Veredicto
Juzgar, en el contexto bíblico, no se refiere al discernimiento necesario para identificar el bien del mal o para protegerse del pecado. Más bien, habla de esa tendencia insidiosa a asignar motivos, a condenar caracteres y a sentarnos en el trono de nuestra propia opinión, emitiendo veredictos finales sobre los demás. Es la mirada crítica que cataloga los errores ajenos mientras justifica los propios. Es la murmuración que se disfraza de "preocupación" y la superioridad que se viste de "discernimiento espiritual".
Cuando juzgamos, pretendemos tener una perspectiva omnisciente que solo le pertenece a Dios. Él es el único Juez justo porque Él solo conoce el corazón completo de cada persona, sus luchas internas, su historia y su nivel de entendimiento. Al usurpar este papel, no solo quebrantamos el mandamiento de Cristo, sino que nos colocamos en una posición de constante ansiedad, porque la medida que usamos para los demás será la misma que se usará para nosotros. La promesa es clara: deja el tribunal, y tú también saldrás de la posición de acusado.
2. No Condenéis: La Sentencia Definitiva
Si juzgar es emitir un veredicto, condenar es ejecutar la sentencia. Es cerrar la puerta a la redención, etiquetar a alguien como "caso perdido" y cortar la relación. La condenación niega la gracia y el poder transformador de Dios en la vida de la otra persona. Es el fariseo que da gracias por no ser como ese publicano, es el hermano que se niega a perdonar al pródigo a su regreso.
Jesús, el único que tenía el derecho perfecto de condenarnos, eligió lo contrario. Desde la cruz, clamó: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Al condenar a otros, nos alineamos con el acusador de los hermanos (Apocalipsis 12:10), no con el Salvador que intercede por ellos. La promesa aquí es profunda: libera a otros de tu condena, y descubrirás la liberación de la condena que, consciente o inconscientemente, pesa sobre tu propia alma.
3. Perdonad: El Camino de la Liberación
Este es el mandamiento positivo, la acción que desarma el ciclo del juicio y la condena. Perdonar no es excusar el pecado, ni significa necesariamente que la confianza se restaure instantáneamente o que el dolor desaparezca de inmediato. Perdonar es un acto de la voluntad, en obediencia a Cristo, por el cual liberamos a alguien de la deuda que tiene con nosotros. Es decidir no cobrarle su ofensa por el resto de su vida.
Y aquí reside la gloriosa promesa: "perdonad, y seréis perdonados." Esto no es un mecanismo de salvación por obras, sino un principio del reino. El que experimenta verdaderamente el perdón de Dios, se convierte en un canal de ese mismo perdón hacia los demás. La persona que perdona demuestra que ha comprendido la profundidad de su propio perdón en Cristo. Al soltar la cadena que ata al ofensor, descubrimos que era la misma cadena que nos aprisionaba a nosotros. La libertad que le otorgamos a nuestro deudor se convierte en nuestra propia libertad.
Conclusión: Una Invitación a la Gracia
Lucas 6:37 es más que una regla; es una invitación a vivir en el ecosistema de la gracia de Dios. Es un llamado a abandonar el agotador rol de juez y a abrazar el gozoso rol de hijo perdonado y perdonador. Cuando nos resistimos a juzgar, nos liberamos de la crítica ajena. Cuando nos negamos a condenar, vivimos bajo la gracia. Cuando perdonamos, respiramos el aire puro de la misericordia divina.
Hoy, examina tu corazón. ¿A quién estás juzgando en silencio? ¿A quién has condenado en tu interior? ¿Qué ofensa guardas que te impide perdonar? Recuerda la medida de la gracia que has recibido y deja que esa misma medida fluya a través de ti hacia los demás.
Oración
Señor Jesús, reconozco hoy que con demasiada frecuencia me he sentado en el trono del juicio, condenando a otros mientras anhelaba tu misericordia para mí. Perdóname por la arrogancia de pensar que puedo ver el corazón como Tú lo ves.
Guarda mi mente de los pensamientos críticos y mi lengua de las palabras condenatorias. Espíritu Santo, lléname de tu amor para que, en lugar de juzgar, yo pueda interceder; en lugar de condenar, pueda restaurar; y en lugar de guardar rencor, pueda perdonar libre y completamente, tal como Tú me has perdonado a mí.
Ayúdame a vivir la libertad radical que se encuentra en obedecer tu Palabra. Que mi vida refleje tu gracia, hoy y siempre. Amén.
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