Lucas 2:14 (RVR60)
"¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!"
Estas palabras, cantadas por una multitud del ejército celestial en la quietud de los campos de Belén, son quizás una de las proclamaciones más sublimes y a la vez más profundamente paradójicas de toda la Escritura. No fueron pronunciadas en el palacio de Herodes, ni en el Templo de Jerusalén, ni en el Foro Romano. Fueron anunciadas a humildes pastores, hombres considerados marginales e impuros por la sociedad religiosa de su tiempo. En este contraste radica el primer destello de su verdadero significado.
La Gloria en las Alturas
El cántico comienza donde debe comenzar todo: con Dios. "Gloria a Dios en las alturas". La Encarnación, el misterio sublime de Dios hecho hombre en la persona de Jesús, es primaria y fundamentalmente para la gloria de Dios. No fue un acto de emergencia divina, un "Plan B" improvisado. Fue la culminación del eterno propósito redentor de un Dios cuya naturaleza misma es amor. Al enviar a Su Hijo, Dios estaba revelando la magnitud máxima de Su gloria: Su gracia, Su misericordia, Su justicia y Su amor infinitos. La gloria de Dios no es un atributo egoísta, sino la radiante manifestación de todo lo que Él es. Y en el pesebre, esa gloria, que llenaba el templo en la visión de Isaías, ahora estaba envuelta en pañales, acostada en un pesebre. La "altura" de Su gloria se reveló en la "bajeza" de Su humillación.
La Paz en la Tierra
Luego, el coro celestial desciende de las alturas de la gloria divina a la realidad terrenal de la humanidad: "Y en la tierra paz". Pero aquí surge la pregunta inevitable: ¿dónde está esta paz? Al mirar a nuestro alrededor, vemos un mundo fracturado por guerras, conflictos, divisiones familiares, angustia mental y dolor emocional. La paz que el ángel anunció no es, en primera instancia, la paz política o la ausencia de conflictos externos. El término hebreo "shalom", que subyace en esta declaración, significa mucho más. Es un estado de integridad, plenitud, bienestar y armonía en todas las relaciones.
El mensaje de los ángeles proclama que la verdadera paz—la paz con Dios—ha llegado a la tierra en la persona de Jesucristo. El pecado había erigido un muro de separación entre la humanidad y su Creador, creando un estado de guerra espiritual y una profunda inquietud en el alma humana. El nacimiento de Jesús era el acto de Dios para derribar ese muro. Como escribió el apóstol Pablo: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1). Esta es la paz fundamental: la cesación de la hostilidad entre Dios y el hombre. Sin esta paz, cualquier otra forma de paz es superficial y temporal.
¿Paz para Todos? El Misterio de la Buena Voluntad
La frase final, "buena voluntad para con los hombres", profundiza aún más este anuncio. Algunas traducciones modernas, basadas en diferentes manuscritos, rezan "en los hombres en quienes Él se complace" o "para los que gozan de Su favor". Esta variación enriquece, en lugar de contradecir, el significado. Nos habla de que esta paz no es un fenómeno automático e impersonal, como la lluvia que cae sobre justos e injustos. Es una paz que se recibe por medio de la buena voluntad o el favor (gracia) de Dios, y que es apropiada por la fe, lo que hace que el hombre se convierta en objeto del complacer de Dios.
Dios, en Su buena voluntad, tomó la iniciativa de enviar al Salvador. Es un acto de gracia soberana. Y aquellos que reciben a este Salvador, que creen en Su nombre, se convierten en los "hombres de buena voluntad", aquellos en quienes Dios se complace. La paz de Navidad es ofrecida gratuitamente a todos, pero es experimentada solo por aquellos que, por fe, aceptan el regalo de Dios y se reconcilian con Él.
Viviendo la Paradoja del Pesebre
Hoy, nosotros somos los destinatarios de este anuncio. Vivimos en la tensión entre el "ya" y el "todavía no" del reino de Dios. La paz ha sido establecida, pero su consumación final aguarda el regreso de Cristo. Mientras tanto, somos llamados a ser embajadores de esta paz.
Esto significa que, habiendo sido reconciliados con Dios, debemos buscar la reconciliación con los demás. Implica llevar la paz de Cristo a nuestras relaciones, nuestras familias y nuestras comunidades. Significa ser agentes de sanidad en un mundo herido, recordando siempre que la fuente de toda paz verdadera es Aquel que nació para ser nuestro Príncipe de Paz.
La próxima vez que escuches el "Gloria in Excelsis Deo" en un villancico, recuerda que no es solo una bonita canción navideña. Es la declaración teológica más profunda: la gloria de Dios se revela supremamente al traer paz a la humanidad caída a través del don de Su Hijo. Es un canto de victoria, un anuncio de que la brecha ha sido cerrada y que la paz, la verdadera shalom, está disponible para todos los que creen.
Oración
Padre Celestial, en las alturas de Tu santidad y majestad,
Te damos gloria hoy. Gloria por Tu amor infinito que no se contuvo en el cielo, sino que descendió a nuestra tierra en la persona humilde de Jesús. Te adoramos porque en Tu sabiduría, Tu gloria se manifestó en la vulnerabilidad de un niño.
Señor, confesamos que a menudo buscamos paz en lugares equivocados: en el éxito, en la seguridad, en el reconocimiento. Hoy, clamamos por la verdadera paz que solo Tú puedes dar: la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que nace de saber que hemos sido reconciliados contigo gracias a la obra de Cristo en la cruz. Calma la tormenta en nuestros corazones y afiánzanos en Tu shalom.
Danos la gracia de ser instrumentos de Tu paz. Ayúdanos a llevar Tu reconciliación a un mundo dividido por el odio y el dolor. Que nuestras palabras y acciones reflejen la buena voluntad que Tú has mostrado hacia nosotros.
Mantennos en el asombro del pesebre, recordando siempre que el mayor regalo fue dado para que pudiéramos tener la mayor paz: contigo.
En el nombre de Jesús, nuestro Príncipe de Paz, Amén.
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