"Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado." (Santiago 4:17, RVR60)
Introducción: Más Que Acciones
A menudo, cuando pensamos en el pecado, nuestra mente se dirige inmediatamente a las acciones incorrectas que hemos cometido: la mentira pronunciada, el arrebato de ira, la envidia albergada en el corazón. Vivimos en una cultura que, en gran medida, juzga la moralidad basándose en lo que hacemos activamente. Sin embargo, el apóstol Santiago, con la precisión de un cirujano espiritual, introduce un concepto que profundiza y amplía nuestra comprensión del pecado. En el versículo 17 del capítulo 4, nos presenta el pecado de omisión: el mal que reside no solo en hacer lo incorrecto, sino en dejar de hacer lo correcto.
Este versículo actúa como un colofón contundente a una sección que advierte sobre la arrogancia de hacer planes sin considerar la voluntad de Dios (Santiago 4:13-16). La transición es magistral: después de hablar de la presunción por lo que hacemos, concluye hablando de la culpa por lo que dejamos de hacer.
1. El Conocimiento que Compromete: "Y al que sabe..."
La primera parte del versículo establece una condición fundamental: "y al que sabe...". La responsabilidad nace del conocimiento. En el contexto del Reino de Dios, la iluminación trae consigo una obligación. No es lo mismo pecar en ignorancia que pecar a sabiendas. Cuando la luz de la Palabra de Dios, la convicción del Espíritu Santo o la enseñanza de la iglesia nos muestran lo que es bueno, ese conocimiento se convierte en un depósito sagrado en nuestra alma.
Dios nos ha equipado con Su verdad. Tenemos Su Palabra, que es "lámpara a [nuestros] pies, y lumbrera a [nuestro] camino" (Salmo 119:105). Tenemos la conciencia, ese "testigo interior". Y, lo más profundo, tenemos al Espíritu Santo que nos guía "a toda la verdad" (Juan 16:13). Este "saber" no es un mero dato intelectual; es una revelación moral que demanda una respuesta. Conocer el bien y no actuar en consecuencia es como tener una brújula en el desierto y decidir seguir caminando a ciegas. El conocimiento, en la economía divina, siempre está destinado a la aplicación.
2. La Obra que se Espera: "...hacer lo bueno..."
¿Qué es este "lo bueno" que debemos hacer? No se limita a grandiosos actos de heroísmo o a donaciones monumentales. El "bien" del que habla Santiago es la expresión práctica y cotidiana del amor de Dios. Es la justicia, la misericordia y la fe vividas en lo concreto.
Incluye:
Actos de Misericordia: Visitar al huérfano y a la viuda (Santiago 1:27), dar de comer al hambriento, vestir al desnudo (Mateo 25:35-36).
Palabras de Gracia: Un consejo oportuno, una palabra de ánimo, una corrección hecha con amor (Efesios 4:29).
Obediencia Práctica: Perdonar como hemos sido perdonados, buscar la paz, ser pacientes en la tribulación.
Testimonio Fiel: Compartir el evangelio cuando se presenta la oportunidad.
"Hacer lo bueno" es la materialización de nuestra fe. Es la evidencia de que Cristo vive en nosotros. Una fe que no produce obras buenas es una fe muerta (Santiago 2:17). Cada día se nos presentan incontables oportunidades para "hacer lo bueno". Son los momentos divinamente orquestados donde nuestra fe puede volverse acción.
3. La Falta que Condena: "...y no lo hace, le es pecado."
Aquí reside el núcleo del mensaje. La omisión no es una zona neutral; es un territorio de desobediencia. Pecar no es solo traspasar una línea prohibida; es también negarse a cruzar una línea de beneficio. Es el silencio cuando debería haber hablado. Es la indiferencia ante una necesidad evidente. Es la comodidad elegida sobre la compasión requerida.
¿Por qué es tan grave este pecado?
Desobedece un Mandato Directo: Dios nos ordena repetidamente que amemos, que sirvamos, que seamos Sus testigos. No hacerlo es una rebelión pasiva contra Su autoridad.
Niega el Amor: El amor no es solo un sentimiento; es una fuerza activa. "Amemos... de hecho y en verdad" (1 Juan 3:18). La omisión revela un corazón donde el amor es teórico, no práctico.
Desperdicia la Gracia: El conocimiento y la capacidad para hacer el bien son dones de la gracia de Dios. Enterrar ese talento es un acto de ingratitud (Mateo 25:24-30).
Afecta a Otros: Nuestra inacción tiene consecuencias en la vida de los demás. Una palabra no dicha, una ayuda no ofrecida, puede dejar a alguien en la desesperación o el error.
4. Aplicación: Examinando Nuestras Omisiones
Hagamos una pausa y examinemos nuestras vidas a la luz de esta verdad. ¿Dónde estamos omitiendo "hacer lo bueno"?
¿En el Hogar? ¿Hemos dejado de mostrar paciencia, de expresar aprecio, de servir desinteresadamente a nuestra familia?
¿En el Trabajo? ¿Hemos evitado la integridad por conveniencia? ¿Hemos callado cuando debimos defender lo correcto?
¿En la Iglesia? ¿Hemos retenido nuestros dones, nuestro tiempo o nuestros recursos cuando el cuerpo de Cristo los necesitaba?
¿En la Sociedad? ¿Hemos sido espectadores pasivos de la injusticia, cerrando nuestros ojos y nuestro corazón al que sufre?
Cada "no" es una oportunidad perdida para glorificar a Dios. Cada omisión es un espacio vacío donde el Reino de Dios pudo haber avanzado, pero no lo hizo.
Conclusión: De la Culpa a la Gracia
Este devocional no pretende sumirnos en un sentimiento de culpa paralizante. Al contrario, nos muestra una dimensión del pecado de la que debemos arrepentirnos para experimentar la plenitud de la gracia de Dios. La buena noticia es que en Cristo hay perdón para nuestros pecados de omisión, así como para los de comisión. Su sangre nos limpia de toda maldad, incluyendo la maldad de lo que dejamos sin hacer.
Pero el arrepentimiento verdadero implica un cambio de dirección. Es pasar de la pasividad a la acción. Es pedir a Dios que nos dé ojos para ver las oportunidades que Él pone en nuestro camino y un corazón dispuesto para actuar. El Espíritu Santo que nos convence de pecado es el mismo que nos capacita para "hacer lo bueno" (Filipenses 2:13).
Hoy es el día para dejar atrás el pecado de la omisión. Hoy es el día para convertir el "saber" en "hacer".
Oración
Padre Celestial,
Te acercamos hoy con un corazón humilde y agradecido por Tu Palabra, que es viva y eficaz, y que discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Gracias por la claridad de Tu verdad en Santiago 4:17.
Reconozco, Señor, que tantas veces he pecado contra Ti no solo por mis acciones equivocadas, sino también por mis omisiones. He sabido lo bueno y no lo he hecho. He cerrado mis oídos al llanto del necesitado, he apartado mi mirada del que sufre y he guardado silencio cuando Tu amor me impulsaba a hablar. Perdóname, Señor, por la arrogancia de mi indiferencia y por la desobediencia de mi inacción.
Te ruego, Espíritu Santo, que agudices mi sensibilidad espiritual. Ayúdame a ver las oportunidades diarias para hacer el bien, por pequeñas que parezcan. Dame el valor para actuar, la compasión para involucrarme y la fe para confiar en que Tú proveerás la fuerza y los recursos.
Transforma mi conocimiento en obediencia. Que mi fe no sea solo una creencia pasiva, sino una fuerza activa que se manifiesta en amor y buenas obras para Tu gloria.
No quiero ser hoy un oidor olvidadizo, sino un hacedor de la palabra. Te lo pido en el nombre poderoso de Jesús, el gran Hacedor de la voluntad del Padre.
Amén.
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