CIUDADANOS DEL CIELO: UNA VIDA CON PERSPECTIVA ETERNA

"Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo." - Filipenses 3:20 (RVR60)

Introducción: Un Mundo de Identidades Cambiantes
Vivimos en una era donde las identidades son fluidas y las lealtades se transfieren con facilidad. La ciudadanía terrenal nos concede derechos, protecciones y un sentido de pertenencia a una nación. Sin embargo, el apóstol Pablo, escribiendo desde una prisión romana, eleva nuestra mirada hacia una verdad trascendental: por encima de cualquier pasaporte, documento nacional o identidad cultural, los creyentes en Cristo poseemos una ciudadanía fundamental y eterna. Esta no es una metáfora bonita, sino la realidad más sólida que define quiénes somos, dónde está nuestro hogar y hacia dónde se dirige nuestra esperanza.

I. La Realidad de Nuestra Ciudadanía: "Mas nuestra ciudadanía está en los cielos..."
La palabra que Pablo utiliza para "ciudadanía" (politeuma) era muy significativa para los filipenses. Filipos era una colonia romana, lo que significaba que sus ciudadanos, aunque vivían en Macedonia, disfrutaban de los derechos y privilegios de los ciudadanos de Roma. Estaban regidos por las leyes romanas, hablaban latín y vestían como romanos. Su identidad principal no era filipensa, sino romana.

Pablo toma esta imagen poderosa y la aplica a la vida cristiana. Nosotros, aunque vivamos físicamente en la tierra, somos ciudadanos de una metrópolis celestial. Nuestra identidad primaria, la que dicta nuestras leyes, nuestra cultura, nuestro lenguaje y nuestra lealtad, no es terrenal sino celestial. Esto significa:

Nuestra Identidad es Segura: No depende de la economía, la política o la aceptación social. Está sellada en los registros del cielo.

Vivimos bajo una Constitución Diferente: Nuestro estándar de vida no es la cultura predominante, sino la ley del Reino de Dios: el amor, la justicia, la santidad y la gracia.

Hablamos un Idioma Diferente: Nuestra comunicación debe estar llena de gracia, verdad y alabanza, reflejando el dialecto de nuestra patria celestial.

Nuestra Lealtad es Absoluta: Nuestro compromiso final no es con ningún partido, nación o ideología terrenal, sino con el Rey de reyes.

II. La Esperanza Activa del Ciudadano: "...de donde también esperamos al Salvador..."
La ciudadanía celestial no es un estado pasivo. Está marcada por una expectativa vibrante y activa: esperamos al Salvador. Esta esperanza no es la de un deseo vago, como quien "espera que llueva". Es la esperanza confiada de quien aguarda la llegada de un ser querido; una certeza que transforma el presente.

"Esperamos" en tiempo presente, indicando una acción continua. Es una postura permanente del corazón. Mientras vivimos aquí, realizamos nuestro trabajo, criamos a nuestras familias y enfrentamos desafíos, lo hacemos con un ojo en el cielo, anhelando el regreso de nuestro Señor. Esta esperanza es el antídoto contra el desaliento, la apatía y el conformismo con este mundo. Cuando las circunstancias son oscuras, miramos hacia arriba, recordando que esta no es la escena final. Nuestro Salvador, quien ya nos salvó del pecado, viene para salvarnos de la misma presencia del mal y llevar a Su pueblo a casa.

III. El Objeto de Nuestra Esperanza: "...al Señor Jesucristo."
Nuestra esperanza no está puesta en un evento, sino en una Persona. No esperamos simplemente "el rapto" o "el milenio"; esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Él es el centro de todo.

Él es el Salvador: Es quien nos rescató. Su obra en la cruz fue el acto fundamental que nos naturalizó como ciudadanos del cielo. No podemos ganarnos esta ciudadanía; fue comprada con Su sangre.

Él es el Señor: Es quien nos gobierna. Como ciudadanos leales, nos sometemos a Su autoridad. Él es nuestro Rey y Su voluntad es nuestra máxima ley.

Él es Jesucristo: El Jesús histórico, el Mesías ungido. Es completamente humano y completamente Dios, el único mediador entre el cielo y la tierra.

Nuestra esperanza se ancla en quién es Él y en Sus promesas fieles. Él no nos defraudará.

Conclusión: Viviendo como Embajadores en Tierra Extranjera
Si esta verdad se arraiga en nosotros, cambiará radicalmente nuestra forma de vivir. Somos embajadores del cielo en un mundo que no es nuestro hogar final (2 Corintios 5:20). Un embajador vive en un país extranjero, representa los intereses de su patria, habla en nombre de su gobierno y vive bajo las leyes de su nación de origen, no de la anfitriona.

Así debemos vivir nosotros. Nuestras prioridades, valores y comportamientos deben reflejar la cultura del cielo. No nos asimilemos a este mundo, sino que seamos agentes de transformación, mostrando un poco del cielo en la tierra a través de nuestro amor, nuestra integridad, nuestra paz y nuestra fe inquebrantable. Cuando nos sintamos tentados a echar raíces demasiado profundas en este mundo, recordemos: somos ciudadanos del cielo, y nuestro Rey viene en camino.

Oración
Padre Celestial, gracias porque por tu gracia, a través de la obra de tu Hijo Jesucristo, nos has concedido la ciudadanía en tu Reino eterno. Reconozco que a menudo vivo como si este mundo fuera mi hogar final, aferrándome a sus tesoros y angustiándome por sus problemas.

Perdóname por las veces que he olvidado mi verdadera identidad. Hoy renuevo mi mente con tu Palabra: mi ciudadanía está en el cielo. Ayúdame a vivir cada día como un embajador fiel de tu Reino. Que mi vida refleje tus valores, que mis palabras proclamen tu verdad y que mis acciones muestren tu amor.

Mantén mi corazón en una esperanza activa y gozosa, anhelando el glorioso regreso de mi Salvador y Señor, Jesucristo. Mientras espero, que yo trabaje fielmente para tu gloria, sabiendo que mi hogar, mi recompensa y mi vida verdadera están seguras en ti. En el nombre poderoso de Jesús, amén.

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