BENDICIÓN Y FIDELIDAD: LA ALIANZA DEL CAMINAR CON DIOS

“Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.”
Levítico 26:3-4 (RVR60)

En el libro de Levítico, Dios establece, a través de Moisés, un marco detallado para la santidad y la comunión con Él. En medio de las leyes y los sacrificios, el capítulo 26 se destaca como un poderoso recordatorio de las consecuencias de nuestras decisiones espirituales. Los versículos 3 y 4 no son una mera transacción; son la puerta de entrada a una vida de bendición arraigada en la relación de pacto que Dios ofrece a su pueblo.

La condición divina comienza con una palabra crucial: “Si anduviereis…”. Este “andar” no se refiere a un movimiento físico, sino a una dirección de vida, a una orientación constante del corazón. Es la imagen de un peregrinaje, un viaje continuo donde cada paso se da en consonancia con los caminos de Dios. No se trata de una perfección sin falta, sino de una fidelidad persistente. Es la misma idea que luego expresará el salmista al decir que en la ley de Dios se deleita y en ella medita de día y de noche (Salmo 1:2). Andar en Sus decretos es hacer de Su Palabra el mapa de nuestra ruta y la brújula de nuestras decisiones.

La siguiente parte de la condición es “y guardareis mis mandamientos”. Guardar implica más que un simple conocimiento intelectual; es un acto de custodia, de atesoramiento. Es como el vigía que protege algo de inmenso valor. Cuando guardamos los mandamientos de Dios, los protegemos de la erosión de la indiferencia y los colocamos en el centro de nuestra voluntad. Demuestra que los consideramos preciosos, dignos de ser obedecidos no por obligación, sino por amor. Jesucristo lo resumiría siglos después: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).

Finalmente, la condición culmina con “y los pusiereis por obra”. Aquí la fe se vuelve tangible. La teología descienda del cerebro a las manos. Es la aplicación práctica de la verdad en la oficina, en el hogar, en la soledad y en la comunidad. Santiago diría que la fe sin obras es muerta (Santiago 2:17). Dios no busca admiradores de sus principios, sino practicantes de su voluntad. Este “poner por obra” es el fruto visible de un corazón transformado que anda y guarda la Palabra.

Entonces, y solo entonces, viene la promesa divina. La respuesta de Dios a nuestra fidelidad no es arbitraria; es generosa, oportuna y vital. “Yo daré vuestra lluvia en su tiempo”. En una cultura agraria como la de Israel, la lluvia era sinónimo de vida. La lluvia “a su tiempo” habla de la provisión puntual y perfecta de Dios. No es un diluvio abrumador ni una sequía paralizante, sino la medida exacta en el momento preciso. Así es la bendición de Dios para el que camina en Sus caminos: no siempre es lo que deseamos, pero es siempre lo que necesitamos, y llega en el kairós, el tiempo oportuno de Dios.

La promesa continúa: “y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto”. Esta es una imagen de fecundidad y prosperidad auténtica. La tierra y los árboles cumplen el propósito para el cual fueron creados. En nuestra vida, esta es una metáfora poderosa de una existencia con propósito y productividad espiritual. Nuestras vidas, cuando están enraizadas en la obediencia, “rinden sus productos”: carácter, obras buenas, influencia para el Reino. Damos el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23).

Este pasaje, aunque dado en el contexto del Antiguo Pacto, refleja un principio eterno del carácter de Dios. Bajo el Nuevo Pacto en la sangre de Jesús, no somos salvos por nuestra obediencia, sino que somos salvos para la obediencia (Efesios 2:8-10). La obediencia deja de ser una carga para convertirse en la respuesta gozosa de un corazón redimido. Las bendiciones que recibimos en Cristo son principalmente espirituales y eternas (Efesios 1:3), pero el principio de que Dios honra la fidelidad permanece. Caminar con Él trae una lluvia de gracia que nutre nuestra alma, una fecundidad que impacta a los demás y una paz que sobrepasa todo entendimiento, sin importar las circunstancias externas.

Hoy, Dios te invita a examinar tu caminar. ¿Estás andando en Sus decretos, guardando Sus mandamientos en tu corazón y poniéndolos por obra en tu diario vivir? Recuerda que Su fidelidad es el fundamento de la nuestra. Él no nos pide que demos fruto por nuestra propia fuerza, sino que nos invita a permanecer en la Vid verdadera, que es Cristo (Juan 15:5). Desde ese lugar de dependencia y comunión, la lluvia de Su Espíritu caerá a su tiempo, y tu vida rendirá un fruto que permanece para la gloria del Padre.

Oración

Padre Celestial,
Te damos gracias porque Tu Palabra es eterna y Tu fidelidad alcanza hasta las nubes. Reconocemos, Señor, que a menudo hemos caminado por nuestros propios caminos, guardando nuestros propios deseos y poniendo por obra nuestra voluntad, no la Tuya. Perdónanos.

Hoy, queremos volver a Ti con un corazón sincero. Ayúdanos a andar en Tus decretos, a encontrar gozo y vida en Tus mandamientos. Danos la fortaleza y la gracia para poner por obra Tu verdad en cada área de nuestra vida.

Confiamos en Tu promesa. Esperamos en Ti para que envíes la lluvia de Tu Espíritu a nuestro corazón sediento, en el tiempo perfecto. Que nuestras vidas, arraigadas en Cristo, rindan los frutos de justicia y paz que Te agradan. Que seamos árboles plantados junto a corrientes de aguas, que llevamos fruto en nuestra estación.

Que todo lo que hagamos glorifique Tu Santo Nombre. En el nombre de Jesús, Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Aclaración

Este Blog no tiene fines de lucro, ni propósitos comerciales, el único interés es compartir los gustos y las preferencias de su autor, con personas afines. Julio Carreto. Predicador