Romanos 10:11 (RVR60)
"Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado."
Introducción: Un Mundo de Promesas Vacías
Vivimos en un mundo donde las promesas se rompen con facilidad. Las palabras "te lo prometo" a menudo carecen del peso de la verdad eterna. Nos han defraudado personas, instituciones e incluso nuestras propias fuerzas. En medio de este panorama de incertidumbre, donde la decepción es una sombra familiar, la Palabra de Dios se erige como un faro de certeza absoluta. El apóstol Pablo, citando al profeta Isaías, nos presenta en Romanos 10:11 una declaración divina que desafía toda lógica humana: una promesa que jamás fallará. Esta no es una mera afirmación positiva; es el cimiento inquebrantable sobre el cual se puede construir una vida.
Análisis del Versículo: Desglosando la Promesa
Para apreciar la profundidad de esta promesa, debemos examinar sus componentes esenciales.
"Pues la Escritura dice…" Pablo no está presentando una opinión personal o una filosofía novedosa. Su autoridad reside en "la Escritura", la Palabra de Dios revelada. Esto nos recuerda que la base de nuestra fe no son sentimientos fluctuantes o experiencias subjetivas, sino la verdad objetiva, inmutable y eterna de Dios. Lo que leemos a continuación lleva el sello de la autoridad divina; es una promesa tan firme como el carácter de Aquel que la pronunció.
"Todo aquel…" Quizás esta sea la palabra más gloriosa del versículo. El evangelio no es exclusivo para una élite religiosa, una raza en particular o aquellos que han alcanzado un cierto nivel de bondad moral. Es para todo aquel. El mendigo y el millonario, el anciano y el joven, el que tiene un pasado manchado y el que aparenta ser intachable. La universalidad de esta oferta es el corazón del mensaje de la gracia. Nadie queda fuera del radio de acción de esta promesa por quien es o por lo que ha hecho. La puerta está abierta para toda la humanidad.
"…que en él creyere…" La condición es clara y singular: la fe. No es "todo aquel que se comporte perfectamente", "todo aquel que cumpla la ley" o "todo aquel que entienda todos los misterios teológicos". Es creer. La palabra "creer" aquí (pisteuōn en griego) implica una confianza activa, una dependencia total, una entrega incondicional. No es un simple asentimiento intelectual a unos datos históricos, sino depositar el peso completo de nuestra vida, nuestro destino eterno y nuestra esperanza en la persona y obra de Jesucristo. Creer en Él es reconocerlo como el Hijo de Dios, el Salvador crucificado y resucitado, el único Señor.
"…no será avergonzado." Esta es la culminación de la promesa. La palabra "avergonzado" (kataischynthēsetai) conlleva la idea de quedar defraudado, confundido, o que se demuestre que se puso la confianza en el lugar equivocado. Es la vergüenza del apostador que pierde todo por una apuesta segura que no lo fue. Pero Dios declara que quien confíe en Cristo nunca experimentará esto. Nunca llegará el día en que Dios lo decepcione, lo abandone o lo deje en la ruina. Su fe será vindicada en el tiempo y en la eternidad.
La Certeza en un Fundamento Sólido
¿Por qué podemos estar tan seguros? Porque la promesa no descansa en nuestra capacidad de aferrarnos a Dios, sino en la solidez de Aquel en quien creemos. Cristo es el fundamento seguro (1 Corintios 3:11). Él es la Roca de siglos. Confiar en nuestras propias obras es construir sobre arena movediza; eventualmente, la tormenta de la muerte, el juicio y la vida misma nos dejarán en vergüenza y ruina. Pero confiar en Cristo es construir sobre la roca inconmovible. Pueden venir las lluvias, crecer los ríos y soplar los vientos, pero la casa permanecerá en pie (Mateo 7:24-25).
Esta promesa se cumple de múltiples maneras en la vida del creyente:
En la Justificación: No seremos avergonzados en el tribunal de Dios. Al creer, somos declarados justos. Cuando nos presentemos ante Él, no lo haremos con nuestras obras sucias, sino vestidos con la justicia de Cristo (Filipenses 3:9).
En la Oración: Cuando acudimos a Dios en el nombre de Jesús, somos escuchados. No somos rechazados ni ignorados. Nuestras peticiones, filtradas por Su voluntad, encuentran una respuesta fiel.
En las Pruebas: Aunque no entendamos el "por qué" del sufrimiento, podemos confiar en el "quién". Él obra todas las cosas para nuestro bien (Romanos 8:28). En medio del dolor, Su presencia es real y Su consuelo es suficiente. No nos dejará ni nos desamparará (Hebreos 13:5).
En la Muerte: El creyente enfrenta la muerte no con vergüenza por una vida malgastada, sino con la esperanza segura de la vida eterna. La fe se convierte en vista, y la promesa se realiza en plenitud.
En la Eternidad: Al final de los tiempos, cuando cada vida sea revelada, el creyente no se avergonzará ante el trono blanco de juicio. Seremos recibidos con gozo en el Reino preparado para nosotros desde la fundación del mundo.
Conclusión: Una Fe que se Aferra a la Promesa
Romanos 10:11 es un antídoto divino contra la duda y el temor. Es un recordatorio constante de que hemos puesto nuestra fe en el único ser del universo que es 100% digno de confianza. Nuestra tarea no es fortalecer nuestra fe en sí misma, sino contemplar la grandeza y fidelidad del objeto de nuestra fe: Jesucristo.
Hoy, si sientes el peso del fracaso, la amenaza de la decepción o el aguijón de la vergüenza, recuerda esta promesa. Vuelve a clavar tus ojos en Cristo. Él no te fallará. Él no te defraudará. Él no te avergonzará. Tu confianza en Él está segura, no por tu firmeza, sino por la Suya.
Oración
Señor Dios y Padre Eterno,
Te damos gracias hoy por la roca sólida de Tu Palabra. En un mundo de arenas movedizas, Tu verdad permanece para siempre. Gracias por el versículo de Romanos 10:11, una cadena de certeza en medio de tanta incertidumbre.
Reconozco, Señor, que a menudo he puesto mi confianza en cosas y personas que me han defraudado, y he sentido la amargura de la vergüenza. Pero hoy, clamo a Ti. Afirmo mi fe una vez más en Tu Hijo, Jesucristo. Creo que Él es el Salvador, el Cordero inmolado por mis pecados, el Resucitado que me da vida eterna.
Guárdame cerca de Ti, Jesús. Que cuando vengan las dudas o las pruebas, el Espíritu Santo me recuerde esta preciosa promesa: "Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado". Ayúdame a descansar no en mi fe imperfecta, sino en Tu fidelidad perfecta. Que mi vida descanse sobre este cimiento inquebrantable, y que pueda vivir y morir en la confianza segura de que Tú nunca me dejarás ni me defraudarás.
En el nombre poderoso y precioso de Jesús, Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario