Romanos 5:1 (RVR60)
"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo."
Introducción: Una Paz que Trasciende la Circunstancia
En un mundo marcado por la ansiedad, la culpa y la búsqueda incansable de significado, el anhelo de paz es universal. Soñamos con una paz interior que no dependa de las circunstancias externas, una calma que persista en medio de la tormenta. Sin embargo, con frecuencia buscamos esta paz en lugares equivocados: en el éxito, en las relaciones, en la acumulación de bienes o en filosofías de autoayuda. El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, nos señala el único camino hacia una paz verdadera y eterna. No es una paz que nosotros logramos, sino una paz que tenemos como resultado de una obra divina. Este versículo, Romanos 5:1, es un faro de esperanza que nos revela el fundamento inquebrantable de nuestra relación con Dios.
I. La Base: "Justificados, pues, por la fe..."
El punto de partida de esta paz gloriosa no es un sentimiento, un esfuerzo o una mejora personal. Es una declaración legal y divina: "Justificados". ¿Qué significa esta palabra tan profunda?
En términos judiciales, ser justificado significa ser declarado "justo" ante el tribunal de un juez. Nosotros, ante el tribunal perfecto de un Dios santo, estábamos en una posición desesperada. Éramos culpables, transgresores de Su ley santa, y la sentencia sobre nuestra vida era la muerte y la separación eterna de Él (Romanos 3:23). No podíamos borrar nuestros pecados con buenas obras, ni con religiosidad, ni con penitencias. La deuda era demasiado grande.
Pero la gracia de Dios intervino. "Justificados" significa que, a través de la fe en la obra consumada de Jesucristo en la cruz, Dios nos imputa —nos acredita— la justicia perfecta de Cristo. Al mismo tiempo, nuestro pecado fue imputado a Cristo, quien cargó con el castigo que merecíamos. Dios, el Juez justo, nos declara "inocentes" no porque seamos inocentes en nosotros mismos, sino porque vemos la inocencia de Su Hijo sobre nosotros. Es un cambio de posición radical: pasamos de ser enemigos declarados a ser hijos amados y aceptos.
Y esta justificación llega a nosotros "por la fe". No por mérito, no por herencia, no por obras. La fe es la mano vacía que se extiende para recibir el regalo gratuito de la gracia de Dios. Es la confianza plena de que lo que Cristo hizo en la cruz es suficiente para salvar nuestra alma. Es creer en Él, depender completamente de Su sacrificio y rendir nuestra autosuficiencia a Sus pies.
II. El Resultado: "...tenemos paz para con Dios..."
De esta base gloriosa de la justificación fluye un resultado inmediato y maravilloso: la paz con Dios. Notemos que no dice "sentimos paz", aunque los sentimientos pueden seguir, sino "tenemos paz". Es una posesión, una realidad objetiva, un estado de hecho.
Esta no es, en primer lugar, la paz interna (la paz de Dios que guarda nuestros corazones, mencionada en Filipenses 4:7), sino la paz externa y legal con nuestro Creador. Durante toda nuestra vida, consciente o inconscientemente, estábamos en guerra con Dios. Nuestra naturaleza pecaminosa se rebelaba contra Su autoridad y Su santidad. Éramos Sus enemigos (Romanos 5:10). Pero la cruz de Cristo fue el lugar donde se firmó el tratado de paz. La hostilidad fue eliminada. La barrera de separación, representada por el velo del templo, fue rasgada en dos de arriba abajo.
Ahora, ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús (Romanos 8:1). Podemos acercarnos al trono de la gracia con confianza (Hebreos 4:16). La mirada de Dios sobre nosotros ya no es de ira, sino de amor y aceptación paternal. Esta es la paz más fundamental que el ser humano puede experimentar: saber que el Ser más poderoso y santo del universo ya no está en contra nuestra, sino a favor nuestro (Romanos 8:31). Esta verdad es el ancla del alma, la que sostiene nuestra vida cuando todo a nuestro alrededor se desmorona.
III. El Mediador: "...por medio de nuestro Señor Jesucristo."
Esta justificación y esta paz no son logros abstractos. Tienen un nombre, un rostro y una obra concreta. Todo es "por medio de nuestro Señor Jesucristo". Él es el único y suficiente Mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5).
Él es el Señor, el soberano del universo, el Dios eterno que tomó forma de siervo. Es el Jesús histórico que vivió una vida sin pecado y que murió en una cruz romana, llevando nuestros pecados. Es el Cristo, el Mesías prometido, el Ungido de Dios para llevar a cabo la redención.
Sin Su vida perfecta, no tendríamos la justicia que Dios requiere.
Sin Su muerte sustitutiva, no tendríamos el perdón que necesitamos.
Sin Su resurrección victoriosa, no tendríamos la esperanza que anhelamos.
Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es nuestra Paz (Efesios 2:14). Toda la obra de reconciliación se concentra en Su persona. No hay acceso al Padre sino por Él (Juan 14:6). Por lo tanto, nuestra fe no se deposita en un sistema, sino en una Persona. Confiamos en el Señor Jesucristo, y es a través de Él que recibimos este don inefable de la paz con Dios.
Conclusión: Viviendo desde esta Paz
La declaración de Romanos 5:1 no es el final del camino cristiano, sino su glorioso comienzo. Es la base desde la cual se construye toda la vida cristiana. Los siguientes versículos hablan de acceder a la gracia, de gloriarse en las tribulaciones y de la esperanza que no defrauda. Todo esto se edifica sobre la roca de saber que estamos en paz con Dios.
Hoy, si sientes la carga de la culpa o la ansiedad de no ser lo suficientemente bueno, recuerda esta verdad: Si has puesto tu fe en Cristo, estás justificado. Tienes paz con Dios. Es un hecho consumado. Vive a partir de esa realidad. Deja de intentar ganar lo que ya te ha sido dado por gracia. Descansa en la obra terminada de Cristo y permite que la paz con Dios se convierta en la paz de Dios, que guardará tu corazón y tu mente.
Oración
Padre celestial, te damos gracias hoy por la verdad profunda y liberadora de Tu Palabra. Gracias porque, a través de la fe en tu Hijo, el Señor Jesucristo, hemos sido justificados. Ya no estamos bajo condenación, sino que hemos sido declarados justos delante de Ti.
Reconocemos, Señor, que esta es una obra exclusiva de Tu gracia. No hay mérito nuestro en ella, solo el mérito infinito de la sangre de Jesús. Gracias por la paz que tenemos contigo, una paz que el mundo no puede dar y que las circunstancias no pueden quitar. Una paz que nace de saber que la enemistad ha terminado y que ahora somos Tus hijos amados.
Perdónanos, Señor, por las veces que vivimos como si aún estuviéramos en guerra contigo, buscando justificarnos a nosotros mismos o cargando con culpas que Cristo ya llevó. Ayúdanos a arraigarnos cada día más en esta verdad gloriosa. Que esta paz con Dios sea el cimiento firme desde el cual enfrentemos cada desafío, y que nuestra vida refleje la gratitud y la seguridad que fluyen de este don.
En el nombre poderoso y precioso de nuestro Señor Jesucristo, Amén.