NO TEMAS: LA ELECCIÓN DIVINA EN TU FRAGILIDAD

Los versículos de Lucas 1:30-31 en la Reina-Valera 1960 dicen: “Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS.” En estas palabras, dirigidas a una joven en la humilde Nazaret, se condensa el misterio y la belleza de la intervención divina en la historia humana. María, sorprendida y probablemente abrumada, recibe un mensaje que trastoca todos sus planes: primero, una exhortación a la paz; luego, una declaración de favor divino; y finalmente, una misión que cambiaría el curso de la redención.

La frase “no temas” no es un simple consuelo, sino una invitación a confiar en medio del asombro. El temor de María era comprensible: la aparición sobrenatural, la magnitud de la revelación y las implicaciones sociales y personales de un embarazo divino. Sin embargo, el ángel la llama por su nombre, mostrando el cuidado personal de Dios. Él no actúa de manera fría y distante, sino que se acerca a la realidad concreta de una mujer joven, comprometida pero aún no casada, en una cultura donde su situación podía ser malinterpretada. El “no temas” de Dios siempre precede a Su propósito, recordándonos que Su presencia disipa el miedo.

“Porque has hallado gracia delante de Dios” revela la base de la elección divina. No se trata de méritos o preparación especial, sino de gracia. María no fue seleccionada por su perfección, sino por el favor inmerecido de Dios. En Su soberanía, Dios escoge lo débil y lo sencillo para llevar a cabo Sus planes más grandes. Esta gracia es la misma que se extiende a cada creyente: somos llamados no porque seamos dignos, sino porque Él es amoroso y fiel. María se convierte así en un símbolo de cómo Dios utiliza vasos humanos, con sus fragilidades y vulnerabilidades, para manifestar Su gloria.

La declaración “concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo” anuncia la encarnación. El eterno Hijo de Dios tomaría carne humana en el seno de una mujer. Esto marca el punto culminante de la promesa redentora: Dios no solo envía un mensaje o un profeta, sino que Él mismo viene a habitar entre nosotros. La humanidad de Jesús, comenzando en el vientre de María, santifica nuestra condición humana y muestra que Dios valora nuestra existencia terrenal. Cada etapa de la vida, desde la concepción, es sagrada a Sus ojos.

Finalmente, “llamarás su nombre JESÚS” revela el propósito de Su venida: Él salvará a Su pueblo de sus pecados (Mateo 1:21). El nombre “Jesús” (Yeshúa en hebreo) significa “Salvador”. Así, en medio de la maravilla del anuncio, se enfatiza la misión redentora. La alegría del nacimiento está ligada a la esperanza de la liberación espiritual. María no solo sería madre, sino testigo del cumplimiento de las promesas de Dios a Israel y a toda la humanidad.

En nuestra vida, podemos identificarnos con el temor y la incertidumbre de María. Frente a llamados inesperados, circunstancias que desbordan nuestra comprensión o responsabilidades que parecen mayores que nuestras fuerzas, Dios nos dice: “No temas, has hallado gracia.” Su elección sobre nosotros no depende de nuestra fortaleza, sino de Su gracia. Y al igual que con María, Él nos invita a ser partícipes de Su obra redentora, llevando a Jesús al mundo a través de nuestro testimonio, amor y servicio.

Oración:

Señor Dios, Tú que miraste con gracia a María y le encomendaste la sagrada misión de ser madre del Salvador, míranos también a nosotros con misericordia. En medio de nuestros temores e incertidumbres, ayúdanos a escuchar Tu voz que nos dice: “No temas”. Reconforta nuestro corazón con la verdad de que Tu gracia nos sostiene, incluso cuando no comprendemos Tus caminos. Enséñanos a confiar en Tu soberanía, a abrazar Tu llamado con humildad y a llevar el nombre de Jesús en nuestro corazón y en nuestras acciones. Que, como María, podamos decir “hágase en mí según tu palabra”, y vivir como testigos de Tu amor redentor. En el nombre de Jesús, amén.

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