EL DÍA DEL SEÑOR Y LA LIBERTAD EN CRISTO

"Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente." — Romanos 14:5 (RVR60)

Introducción: Un Contexto de Conflicto
En la iglesia primitiva de Roma, una comunidad compuesta por judíos y gentiles, surgían tensiones prácticas sobre cómo vivir la fe. Entre los puntos de fricción estaba la observancia de los días: los creyentes de trasfondo judío (y algunos gentiles influenciados) consideraban sagrados ciertos días como el sábado o las fiestas judías. Otros, enfatizando la libertad en Cristo, consideraban que todos los días eran igualmente santos. El apóstol Pablo no toma partido por una postura sobre la otra, sino que eleva la mirada hacia principios espirituales más profundos.

1. La Diversidad de Convicciones en el Cuerpo de Cristo
Pablo reconoce una realidad: en asuntos no esenciales para la salvación (llamados "adiáfora"), habrá diferencias legítimas entre creyentes. Esto no es un defecto, sino una característica de un cuerpo diverso. Algunos expresan su devoción mediante estructuras, ritos y días especiales; otros lo hacen viviendo cada día con igual consagración. Ambas posturas pueden surgir de una conciencia educada por la Palabra y el Espíritu. El problema no es la diferencia en sí, sino el juicio y desprecio mutuo que esa diferencia puede generar. Dios obra en la singularidad de cada camino de fe.

2. La Plena Convicción Personal: Fe, no Imposición
La frase clave es: "Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente." Pablo no promueve una fe caprichosa o basada en gustos, sino una convicción informada, reflexionada y arraigada en la relación personal con Dios. Esta "plena convicción" implica:

Estudio personal: Buscar en las Escrituras más allá de la tradición.

Oración: Discernir la guía del Espíritu Santo.

Integridad: Actuar en coherencia con lo que se cree, no por presión social.

Humildad: Recordar que nuestra convicción, aunque personal, no es la medida absoluta para los demás.

Esto nos protege tanto de la legalismo (imponer reglas donde Dios no las ha puesto) como del libertinaje (usar la libertad para justificar la falta de disciplina).

3. El Principio Trascendente: Para el Señor lo Hace
El versículo 6 aclara el móvil correcto: "El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace." El asunto central no es el día en sí, sino la orientación del corazón. ¿Lo hacemos para el Señor? La misma acción (observar o no un día) puede ser acto de adoración o de rebelión, dependiendo del "para quién" interior. ¿Es para agradar a Cristo y honrarlo, o para afirmar mi superioridad espiritual, cumplir expectativas humanas o simplemente por costumbre?

4. Aplicación para Hoy
En nuestra era, los "días" pueden ser: el sábado vs. domingo, tiempos de ayuno, festividades religiosas, o incluso prácticas como la oración a horas fijas. Este pasaje nos llama a:

Examinar nuestros motivos: ¿Por qué guardo o no guardo ciertas prácticas? ¿Es para Cristo o para mí?

Respetar al hermano débil/fuerte: Evitar despreciar al que tiene más libertad, y evitar juzgar al que necesita más estructura. Ambos pueden ser siervos de Cristo.

Buscar la unidad, no la uniformidad: La unidad del Espíritu se forja en el amor que cubre diferencias, no en la anulación de las conciencias.

Centrarnos en lo esencial: El reino de Dios no es cuestión de comidas o días, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17).

Conclusión: Libertad y Amor en Equilibrio
Romanos 14:5 es un llamado a la madurez: a tener convicciones firmes pero un corazón blando; a vivir en libertad responsable, sin usar esa libertad como piedra de tropiezo. Nos recuerda que Cristo es el Señor de todos, de los que observan y de los que no observan días. Él ve el corazón. Nuestra tarea no es vigilar la devoción ajena, sino asegurarnos de que la nuestra nace de una fe viva y personal en Aquel que es el Dueño de nuestro tiempo, nuestros días y nuestra eternidad.

Oración
Señor y Dueño de todos mis días,

Gracias por el don del tiempo y por la libertad que tengo en Cristo. Ayúdame a vivir cada día, ya sea que lo considere especial o no, con un corazón orientado totalmente hacia Ti. Que mis convicciones sean fruto de una búsqueda sincera en Tu Palabra y de una relación íntima contigo.

Perdóname cuando he juzgado a mis hermanos por prácticas diferentes, o cuando he menospreciado su forma de expresar devoción. Dame un espíritu humilde y un amor que busque la unidad por encima de mis preferencias.

Que mi vida, en sus ritmos y rutinas, sea un culto continuo a Ti. Que todo lo que haga—en días ordinarios o especiales—lo haga para Tu gloria, plenamente convencido y en paz, sabiendo que Tú eres el Señor de mi conciencia y mi Salvador.

En el nombre de Jesús, Amén.

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