Lucas 12:15 (RVR60)
"Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee."
En el capítulo 12 de Lucas, encontramos a Jesús enseñando a una multitud tan grande que se atropellaban unos a otros. En medio de este caos, alguien de la multitud le interrumpe con una petición que revela el corazón humano en su estado más natural: "Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia". Esta petición, aparentemente legítima, provoca una de las advertencias más solemnes de Cristo, que trasciende el tiempo y la cultura para hablarnos directamente hoy.
Jesús, en su sabiduría infinita, no se deja atrapar por el papel de juez en disputas materiales. En cambio, va directo al corazón del problema: la codicia. La palabra griega utilizada para "avaricia" es pleonexia, que significa un deseo insaciable de tener más, un apetito que nunca se satisface. No se trata meramente de desear posesiones, sino de esa actitud interior que evalúa la vida por lo que se acumula.
La Advertencia Divina
Jesús comienza con "Mirad, y guardaos", una expresión doble que implica alerta máxima. No es una sugerencia casual, sino una advertencia urgente, como cuando se advierte sobre un peligro inminente. La codicia es tan peligrosa porque es sigilosa—se disfraza de prudencia, de planificación para el futuro, de legítima provisión para la familia. Pero en realidad, es un veneno que corroe el alma.
¿Por qué debemos guardarnos tan celosamente de la avaricia? Porque "la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee". En el original griego, la palabra "vida" es zoe, que se refiere a la vida verdadera, la vida esencial, la que tiene valor eterno. Jesús establece un contraste radical entre la perspectiva divina y la humana sobre lo que realmente constituye una vida plena.
El Engaño de las Posesiones
Vivimos en una cultura que mide el éxito por lo visible: el tamaño de la casa, la marca del automóvil, los logros académicos, la posición social. Las redes sociales se han convertido en vitrinas donde exhibimos una vida que a menudo no coincide con nuestra realidad interior. Jesús nos recuerda que nuestra verdadera vida—nuestro valor, identidad y propósito—no está determinada por estos accesorios temporales.
La parábola que sigue inmediatamente después de nuestro versículo (Lucas 12:16-21) ilustra dramáticamente esta verdad. Jesús habla de un hombre rico cuyas tierras produjeron abundantemente. Sus graneros estaban llenos, sus negocios prósperos. Se dice a sí mismo: "Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate". Pero Dios le llama "necio", porque esa misma noche le pedirían su alma. "¿Para quién será lo que has provisto?", le pregunta Dios.
Este hombre no era moralmente reprobable en el sentido convencional. No había robado, ni estafado. Su error fue más sutil y por tanto más peligroso: había confundido su ser con su tener. Había equiparado la acumulación de bienes con la plenitud de vida.
La Codicia en Sus Formas Modernas
La avaricia no se manifiesta solamente en el deseo de riquezas materiales. Puede tomar formas más refinadas: la codicia de reconocimiento, de aplausos, de influencia, de seguidores en redes sociales, de ascensos laborales a cualquier costo. Es cualquier cosa que pongamos en el lugar que solo Dios debe ocupar, cualquier sustituto que busquemos para la satisfacción que solo Él puede dar.
El apóstol Pablo equipara la codicia con la idolatría (Colosenses 3:5), porque cuando deseamos algo con avaricia, le estamos otorgando el lugar de Dios en nuestros corazones. Le estamos rindiendo culto a la creación en lugar de al Creador.
El Antídoto a la Codicia
Jesús no se limita a advertirnos; nos ofrece el antídoto. En los versículos siguientes, nos enseña a considerar las aves del cielo y los lirios del campo, que no se afanan ni acumulan, pero nuestro Padre celestial las sustenta. La clave no es la irresponsabilidad, sino la confianza en la provisión divina.
El remedio contra la codicia es la práctica deliberada de la contentamiento y la generosidad. Es aprender a decir con Pablo: "Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad" (Filipenses 4:12).
Una Vida que Realmente Vale
La vida verdadera—la zoe que Jesús vino a darnos en abundancia (Juan 10:10)—se encuentra en relaciones restauras, en servicio desinteresado, en comunión con Dios, en la paz que sobrepasa todo entendimiento, en la esperanza que trasciende esta vida. Estos son los tesoros que no se deterioran, que las polillas no devoran ni los ladrones hurgan (Mateo 6:19-20).
Hoy, Jesús nos pregunta: ¿Dónde está tu tesoro? ¿En qué estás invirtiendo tu tiempo, tus energías, tus pasiones? ¿Estás acumulando tesoros terrenales que dejarás o tesoros celestiales que te seguirán por la eternidad?
Que podamos examinar nuestros corazones a la luz de esta advertencia solemne. Que tengamos la sabiduría de buscar primero el reino de Dios y su justicia, confiando en que todo lo demás nos será añadido según su perfecta voluntad (Mateo 6:33).
Oración
Señor Jesús, reconozco que a menudo he caído en la trampa de medir mi vida por lo que tengo o por lo que he logrado. He buscado seguridad en cuentas bancarias, reconocimiento en títulos y posesiones, y significado en acumulaciones temporales. Perdóname por la idolatría sutil de la codicia.
Ayúdame a recordar cada día que mi vida verdadera no consiste en la abundancia de mis bienes, sino en la abundancia de tu gracia. Enséñame el secreto del contentamiento en toda situación. Desarraiga de mi corazón todo deseo insaciable que no te tenga a Ti como su objeto.
Que mi alma encuentre su descanso en Tu provisión, mi valor en Tu sacrificio, y mi propósito en Tu reino. Guíame a invertir mi vida en lo que eternamente perdura: tu Palabra, tu voluntad y las almas por las que moriste.
En el nombre de Jesús, el único tesoro que realmente satisface, amén.
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