"Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina."
Ezequiel 18:30b (RVR60)
El libro de Ezequiel se desarrolla en un contexto de juicio y exilio. El pueblo de Judá había caído en una profunda idolatría e injusticia social, creyendo erróneamente que estaba condenado a pagar por los pecados de sus antepasados (Ezequiel 18:2). En medio de esta desesperanza, Dios levanta a Su profeta para proclamar un mensaje radical de responsabilidad personal y esperanza divina. El versículo 30b es el clímax de este capítulo, un llamado urgente y amoroso que resume la esencia del mensaje de Dios para Su pueblo.
La primera palabra de este llamado es crucial: "Convertíos". En hebreo, la palabra es shuv, que significa dar la vuelta, volver, regresar. No se trata de un simple remordimiento o de una emoción pasajera de culpa. La conversión bíblica es un giro de 180 grados. Es un cambio decisivo de dirección: alejarse del pecado y avanzar hacia Dios. Implica la mente (un cambio de perspectiva), el corazón (un cambio de deseos) y la voluntad (un cambio de acciones). Es un abandono total de la ruta que conduce a la destrucción para tomar el camino que lleva a la vida. Dios no nos llama a "mejorarnos" a nosotros mismos, sino a volvernos a Él por completo, reconociendo que Él es el único destino seguro y el único camino verdadero.
El llamado continúa con una especificación práctica e ineludible: "y apartaos de todas vuestras transgresiones". La conversión genuina se demuestra con la acción. La frase "apartaos" implica un esfuerzo deliberado, una decisión consciente de crear distancia entre uno mismo y el pecado. Nota que Dios no dice "de algunas" o "de las más graves", sino "de todas". Él conoce aquellas transgresiones a las que nos aferramos, esos pecados "consentidos" que justificamos y con los que negociamos. Puede ser el rencor que alimentamos, la mentira "piadosa" que repetimos, la lujuria que secretamente abrazamos, la soberbia que disfrazamos de confianza, o la indiferencia hacia el necesitado. Apartarse de todas significa no dejar cabos sueltos. Es un examen de conciencia a la luz del Espíritu Santo y una rendición total de cada área de nuestra vida a Su señorío.
¿Por qué debemos emprender este camino de conversión y abandono del pecado? La Palabra nos da una razón poderosa y una promesa gloriosa: "y no os será la iniquidad causa de ruina". Aquí vemos el corazón misericordioso de Dios. Su deseo no es destruir, sino salvar. La "ruina" de la que habla el versículo no es simplemente una calamidad terrenal, sino la separación eterna de Dios, la consecuencia última y natural del pecado. La iniquidad, por su propia naturaleza, es causa de ruina. Es como saltar de un acantilado: la caída no es un castigo arbitrario, sino la consecuencia inevitable de la ley de la gravedad.
Dios, en Su gracia, nos ofrece interrumpir esta cadena de causa y efecto. La promesa es que, si nos volvemos a Él y nos apartamos del pecado, la iniquidad no será la causa de nuestro fin. Esto es un anticipo del evangelio. En la cruz, Jesús tomó sobre Sí mismo nuestra ruina. Él se convirtió en "pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). Nuestra conversión y nuestro apartarnos del pecado son la respuesta de fe a esta obra redentora. No nos ganamos la salvación con nuestras obras, sino que demostramos la realidad de nuestra fe a través de la obediencia y el arrepentimiento.
Hoy, este llamado es tan urgente como lo fue en los días de Ezequiel. Dios te está diciendo: "Da la vuelta. Deja el camino ancho que conduce a la destrucción y toma el camino angosto que conduce a la vida. Aléjate de todo aquello que sabes que me ofende y que te daña. No lo hagas por temor al castigo, sino por amor a Mí, que te amo con amor eterno. Confía en que Mi promesa es verdadera: si te vuelves a Mí, el pecado no tendrá la última palabra en tu vida. La cruz de Mi Hijo ha hecho posible este milagro".
Oración
Padre misericordioso y santo,
Te agradecemos por Tu Palabra, que es viva y eficaz, y que nos confronta con amor. Reconozco delante de Ti que, a menudo, he intentado mejorar mi vida sin darte la espalda por completo a mis pecados. Hoy escucho Tu llamado urgente a "convertirme" y a "apartarme de todas mis transgresiones".
Perdóname, Señor, por las transgresiones a las que me he aferrado, por aquellas áreas de mi vida que no he querido rendir a Tu señorío. Por el poder de Tu Espíritu Santo, dame la fuerza y la convicción para dar ese giro radical. Ayúdame a identificar y a alejarme de todo hábito, pensamiento, palabra o acción que me separe de Ti.
Clamo a la promesa de Tu Palabra: que mi iniquidad no será causa de mi ruina, no por mis méritos, sino por la obra perfecta de Tu Hijo Jesucristo en la cruz. En Él pongo mi confianza. Que mi vida, a partir de hoy, sea una demostración de un corazón verdaderamente convertido y apartado para Tu gloria.
En el nombre poderoso de Jesús, Amén.
 
 
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