EL PERDÓN QUE NOS LIBERA

"Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores." — Mateo 6:12 (RVR60)

Introducción: Una Oración Radical
En el corazón del Sermón del Monte, Jesús nos entrega un modelo de oración que transformaría para siempre la relación del creyente con Dios. Entre sus peticiones, Mateo 6:12 destaca no solo por su profundidad teológica, sino por su desafío práctico. Esta no es una petición aislada; es un eco que resuena en la vida diaria de todo aquel que se atreve a pronunciarla. Al pedir perdón, simultáneamente nos comprometemos a otorgarlo, creando un vínculo inquebrantable entre la gracia que recibimos y la gracia que estamos dispuestos a dispensar.

I. La Realidad de Nuestra Deuda: "Perdónanos nuestras deudas..."
Jesús utiliza la palabra "deudas". En el lenguaje original, esta palabra (opheilēmata) lleva una potente carga dual. Habla de una obligación financiera, pero en el contexto espiritual, se refiere a todo aquello que le debemos a Dios y que no hemos pagado: la deuda del pecado.

Cada pensamiento de orgullo, cada palabra áspera, cada acción motivada por el egoísmo, es un eslabón en la cadena de una deuda que jamás podríamos saldar con nuestras propias fuerzas. Reconocer que tenemos "deudas" es admitir nuestra bancarrota espiritual. Es un acto de humildad que clama: "Señor, no tengo con qué pagar. Mi justicia es como trapo de inmundicia delante de tu santidad".

Esta petición nos coloca en nuestro lugar correcto: como necesitados de misericordia. No nos presentamos ante Dios como acreedores que exigen sus derechos, sino como deudores que suplican clemencia. Es el gemido del publicano en el templo: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13).

II. El Espejo del Perdón Divino: "Como también..."
La partícula "como" (hōs) es una de las palabras más desafiantes de toda la Escritura. Establece una conexión, una comparación e incluso una condición. No es un simple símil literario; es un principio del reino de Dios.

Jesús no está sugiriendo que nuestro perdón gane el perdón de Dios. La salvación es por gracia mediante la fe, es un don de Dios (Efesios 2:8-9). Más bien, está revelando una realidad espiritual: aquel que ha experimentado genuinamente el perdón de Dios, inevitablemente se convierte en un canal de ese mismo perdón hacia los demás.

El perdón que recibimos es el modelo y la motivación para el perdón que otorgamos. Es imposible comprender la inmensidad de la deuda que Dios nos ha perdonado en Cristo—una deuda que nos llevaría a la muerte eterna—y, al mismo tiempo, aferrarnos con amargura a las ofensas relativamente menores que otros han cometido contra nosotros. Quien retiene el perdón demuestra, con tristeza, que aún no ha entendido el costo del perdón que ha recibido.

III. El Compromiso de Nuestra Responsabilidad: "...nosotros perdonamos a nuestros deudores"
Jesús nos llama a una acción deliberada: "nosotros perdonamos". El perdón no es un sentimiento que esperamos pasivamente; es una decisión de la voluntad, un acto de obediencia que a menudo va en contra de nuestras emociones naturales.

¿Qué significa perdonar? No es:

Minimizar la ofensa: Decir "no fue nada" cuando sí fue algo.

Negar el dolor: Pretender que no nos dolió.

Confiar ciegamente: La confianza se gana, el perdón se otorga.

Obligarse a olvidar: Solo Dios puede olvidar de esa manera.

Perdonar bíblicamente es:

Una decisión: Elegir, por la gracia de Dios, liberar a la persona de la deuda que tiene con nosotros. Dejamos de exigirle que pague por el daño causado.

Un acto de fe: Entregamos el caso a la corte superior de Dios, el Juez justo (Romanos 12:19).

Un proceso: A menudo, debemos perdonar "setenta veces siete" (Mateo 18:22), lo que significa que cuando el resentimiento regresa, volvemos a tomar la decisión de perdonar.

Jesús enfatiza tan radicalmente este punto que, después de concluir la oración modelo, vuelve inmediatamente sobre él: "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas" (Mateo 6:14-15). Estas palabras solemnes nos recuerdan que un corazón imperdonador es un corazón que no ha sido verdaderamente transformado por el evangelio.

Conclusión: El Círculo de la Gracia
Mateo 6:12 nos invita a vivir en un círculo divino de gracia. Recibimos el perdón de Dios, y ese mismo perdón, como un río que fluye, pasa a través de nosotros hacia aquellos que nos han ofendido. Al hacerlo, no solo liberamos a nuestro deudor; nos liberamos a nosotros mismos de la cárcel de la amargura. Nos convertimos en reflejos vivientes del carácter de nuestro Padre, que es "misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia" (Salmo 103:8).

Hoy, examina tu corazón. ¿Hay alguien a quien necesites perdonar? No esperes a que te pidan perdón. Hazlo como un acto de obediencia a Cristo, recordando la inconmensurable deuda de la que Él te ha liberado. Al extender el perdón, confirmas la realidad del que has recibido.

Oración
Padre nuestro que estás en los cielos,

Nos postramos delante de ti con corazones humildes, reconociendo la inmensa deuda de pecado que hemos acumulado contra tu santidad. Gracias, Señor, por el precioso regalo de tu perdón, comprado con la sangre de tu Hijo, Jesucristo, en la cruz. Nos maravillamos ante una gracia tan grande que cubre todas nuestras transgresiones.

Hoy, Señor, traemos ante tu trono de gracia a aquellas personas que nos han herido. Sus nombres y rostros acuden a nuestra mente, y con ellos, el dolor de la ofensa. Pero, por el poder de tu Espíritu Santo, elegimos perdonarlos. Decidimos soltar la amargura, el rencor y el deseo de venganza. Liberamos a nuestros deudores, así como Tú nos has liberado a nosotros. Sana las heridas en lo profundo de nuestro ser y límpianos de toda raíz de resentimiento.

Ayúdanos, oh Dios, a vivir cada día en la realidad de tu perdón, siendo canales de tu misericordia en un mundo herido. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de la gracia transformadora que hemos recibido.

En el nombre poderoso de Jesús, el gran Perdonador, Amén.

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