EL PODER VIVIFICANTE DE LA PROMESA DE DIOS

"Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, porque con ellos me vivificas." (Salmo 119:93, RVR60)

Introducción:

En la travesía de la vida, todos enfrentamos momentos que parecen robarnos el aliento. Temporadas de sequía espiritual, dolor profundo, confusiones abrumadoras o una fatiga que cala hasta el alma pueden hacernos sentir como si estuviéramos espiritualmente desfallecidos, caminando por un desierto árido. Es en estos valles de sombra donde el salmista, cuyo anónimo corazón late en cada verso del Salmo 119, clama con una verdad eterna que se convierte en nuestro ancla: la Palabra de Dios no es un simple texto; es el aliento divino que insufla vida nueva en nuestro ser más íntimo.

I. La Firme Decisión: "Nunca jamás me olvidaré..."

La declaración del salmista comienza con una resolución inquebrantable: "Nunca jamás me olvidaré...". Esto no es un simple deseo pasajero, sino un voto consciente y deliberado. Es una elección arraigada en la memoria deliberada del corazón, no en la emoción momentánea. El olvido aquí no se refiere meramente a una falla mental, sino a un alejamiento práctico, a permitir que los mandamientos de Dios dejen de ser la brújula que dirige nuestros pasos.

En un mundo lleno de distracciones, voces contradictorias y promesas vacías, tomar la decisión de no olvidar es un acto de guerra espiritual. Es decidir, aun cuando los sentimientos no acompañen, aferrarse a la verdad de Dios como quien se aferra a un salvavidas en un mar tormentoso. Esta decisión es la puerta que abre el camino para experimentar la vivificación.

II. El Objeto de la Memoria: "...de tus mandamientos"

¿Qué es lo que el salmista se propone recordar? No son simples reglas o una lista de prohibiciones. La palabra hebrea mitzvah (mandamiento) engloba toda la instrucción de Dios: sus preceptos, decretos, leyes, promesas y verdades reveladas. Es la totalidad de la Palabra de Dios, que incluye sus consuelos, sus correcciones, sus historias de fidelidad y sus promesas de redención.

Recordar sus mandamientos es recordar su carácter. Es recordar que el mismo Dios que ordena "amarás a tu prójimo" es el que dijo "no te desampararé, ni te dejaré". Es recordar que su ley es perfecta, que convierte el alma (Salmo 19:7). Al nutrirnos de toda la Escritura, no solo aprendemos qué hacer, sino que conocemos más a fondo a Aquel que nos habla. La Palabra es el vehículo para encontrarnos con el Dios vivo.

III. La Fuente de la Vida: "...porque con ellos me vivificas"

Este es el núcleo del versículo, la razón poderosa detrás de la decisión. La palabra "vivificar" (jachayitha en hebreo) significa dar vida, preservar la vida, revivir, restaurar, animar. Implica un acto de resurrección en medio de la muerte espiritual o emocional.

¿Cómo nos vivifica la Palabra?

Nos vivifica al darnos esperanza: Cuando leemos las promesas de Dios, nuestra fe se aviva. Una promesa como "aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo" (Salmo 23:4) infunde un valor sobrenatural.

Nos vivifica al corregirnos: A veces, nuestra sequía es consecuencia del pecado. La Palabra de Dios actúa como un espejo que nos muestra nuestra necesidad de arrepentimiento y, al hacerlo, nos guía de vuelta al camino de vida. "La exposición de tus palabras alumbra" (Salmo 119:130).

Nos vivifica al recordarnos la identidad: En Cristo, la Palabra nos declara justos, amados, hijos de Dios, redimidos y más que vencedores. Recordar estas verdades contrarresta las mentiras del enemigo que nos dicen que somos fracasados o indignos.

Nos vivifica al darnos paz: Meditar en versículos que hablan de la soberanía de Dios, su cuidado y su fidelidad calma el corazón ansioso y agobiado. Su Palabra es "bálsamo de Galaad" para el alma herida.

El proceso es divino: nosotros tomamos la decisión de aferrarnos a Su Palabra, y Él, a través de esa misma Palabra, realiza la obra milagrosa de insuflar vida nueva en nuestros huesos secos (Ezequiel 37).

Conclusión:

El Salmo 119:93 es un recordatorio poderoso de que la Escritura es mucho más que un libro; es el instrumento elegido por Dios para impartir su vida a la nuestra. En nuestros momentos de mayor debilidad, cuando sentimos que no tenemos fuerza ni siquiera para orar, podemos tomar Su Palabra y declararla. Podemos elegir recordar. Podemos clamar, como el salmista, que Él nos vivifique según Su Palabra (Salmo 119:25). La decisión de no olvidar es nuestra responsabilidad; el milagro de la vivificación es Su gracia.

Oración

Señor Dios y Padre de vida,

Te damos gracias por el don inefable de tu Palabra, una lámpara a nuestros pies y una luz en nuestro camino. Reconocemos que, en nuestra debilidad, a menudo miramos a otras fuentes en busca de consuelo y fuerza, y terminamos más vacíos que antes.

Hoy, con humildad y fe, tomamos la decisión del salmista. Nos propongo, con tu ayuda, no olvidarme jamás de tus mandamientos. Graba tus preceptos en las tablas de nuestro corazón. Que tu verdad sea el fundamento de nuestros pensamientos, la guía de nuestras decisiones y el consuelo en nuestras penas.

Te pedimos, oh Dios vivificante, que uses tu Palabra en nosotros ahora mismo. Aviva nuestro espíritu adormecido, restaura nuestra alma cansada, resucita nuestras esperanzas marchitas y anima nuestro corazón desfalleciente. Habla a través de las Escrituras con claridad y poder, y que al escucharte, seamos llenos de tu vida y de tu paz.

Que cada vez que abramos la Biblia, lo hagamos con la expectativa de encontrarnos contigo, el Dios que da vida a los muertos y llama a las cosas que no son como si fuesen.

En el nombre de Jesús, la Palabra hecha carne,
Amén.

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