EL SUFRIMIENTO DE CRISTO

Por Rafael Pola


"Mientras subía Jesús rumbo a Jerusalén, tomó aparte a los  doce discípulos y les dijo: «Ahora vamos rumbo a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen. Pero al tercer día resucitará». Mateo 20: 17-19.

EL SUFRIMIENTO DE CRISTO, su condena y muerte en Jerusalén nos revelan a Dios.


Los peregrinos judíos solían subir durante las fiestas religiosas a Jerusalén. El camino que llevaba hasta la ciudad santa se había trasformado en todo un hecho cultico. La celebración al Dios de Israel se realizaba durante la travesía que culminaba al ofrecer sacrificios y ofrendas en el Templo. Jesús también sube a Jerusalén, recorre paso a paso el camino de su celebración obediente a Su Padre. Su obediencia, su sufrimiento y su muerte nos hablan del reconocimiento del Hijo al Padre. No llevaba ofrenda o sacrificio, su propia vida estaba destinada para ser sacrificada, como Isaac caminó con Abraham hasta Moria, así Jesús camina hasta Jerusalén.

Preparación para el sufrimiento

El futuro de Jesús estaba claro ante sus ojos. Condenación de los judíos, pasión en manos de los gentiles, la cruz y la resurrección. Piensa en sus discípulos y les aparta para en lo íntimo, cuando se revelan sentimientos profundos y pedazos del alma, prepararlos sobre un futuro que ya se había iniciado. El papel de los discípulos en el relato, a diferencia de los dos anteriores es pasivo, escuchan. Su silencio es elocuente, su incomprensión explicable, su dolor, manifiesto. El maestro les da una de las lecciones que les seguirán en el peregrinar de su fe toda su vida: es necesario que el Hijo del hombre padezca en manos de los judíos y gentiles. La escena se centra en Jesús. Sólo Cristo se manifiesta con el poder y la gloria de su pasión, muerte y resurrección. Pero su palabra de advertencia tiene el propósito de preparar los corazones de aquellos que le han dejado todo por seguirlo y que también vivirán el privilegio de acompañarle en su pasión. Frente al futuro que representa Jerusalén, el Maestro se ocupa de compartir en lo íntimo con sus aprendices.

El Cristo entregado

La luz que vino a alumbrar a los hombres fue rechazada, porque se amaba mas las tinieblas; quien prometió la vida eterna encontró palabras de condenación y acciones de muerte en quienes fueron objeto de su amor y de su gracia. Jesús fue entregado a los judíos para ser condenado, para ser escarnecido, azotado y crucificado. Frente al futuro Jesús es consciente. Su futuro en Jerusalén y su camino hasta la ciudad santa nos revela mucho de él. En Cristo el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el que se había revelado como “el que es”, se manifiesta en la más absoluta humildad, como el condenado, el despreciado, el abatido de quien todos esconden el rostro. El Dios que asume y encarna el sufrimiento de los hombres, haciéndose siervo sufriente. La flagelación que le espera por los gentiles, la asume como rasgo sublime de su humildad y de su divinidad.

En este pasaje es la primera vez que el Evangelista Mateo señala la pasión en manos de los gentiles y la crucifixión. La nota ascendente en sus relatos es clara. Poco a poco Jesús les ha revelado la naturaleza de su misión y de su Reino, la naturaleza misma del Dios a quien él ha llamado Padre.

La iglesia frente al futuro

La visión de la cruz y el sufrimiento de Cristo en el cristianismo de nuestros días se refieren a las celebraciones de Semana de pasión, la Cena del Señor y los cultos denominados “evangelisticos”. Es imposible hablar de un cristianismo sin cruz y sin resurrección. La semana de pasión y muerte recordamos paso a paso el peregrinar de Jesús hasta el Calvario. Al celebrar la cena hacemos memoria de la muerte expiatoria de Jesús en la cruz. No obstante, invitamos a todos los hermanos a meditar en esta ocasión sobre la visión de futuro que la iglesia tiene y el lugar que la cruz ocupa en ella. Jesús dijo con claridad: el que quiera venir en pos de mí, tome su cruz… El futuro de la iglesia del Cristo que sufre es también la cruz ineludible de su misión, de su quehacer en el mundo. También hoy los hombres aman mas las tinieblas y sus ídolos que la luz y el Dios vivo que se ha hecho hombre; aman mas el prestigio y la riqueza, su comodidad que al Jesús despreciado, humillado, lacerado por los incrédulos. Y así venció a la muerte, siendo obediente hasta su propia muerte. Y la venció llevando sobre él todo el odio, todo el resentimiento, toda la impotencia humana que se levanta contra el Dios de la vida, por su inclinación de muerte. Y les ha vencido no para rechazarles, sino para incorporarlos a su pueblo por el puro afecto de su gracia.

Jesús advirtió a los discípulos sobre lo inevitable de su sufrimiento y muerte. Ya no podían confundir la naturaleza de su misión y la naturaleza de su reino. Y, sin embargo, lo hicieron como lo seguimos haciendo hoy en día.

La cruz de Jesús se levanta ante el horizonte de la iglesia. En una cruz que será seguida por el triunfo de la resurrección, pero que es preciso asumir, porque todo aquel que quiera salvar su vida la perderá. Y la cruz es el dolor, y el sufrimiento que entraña la vida cristiana y el quehacer misionero que hemos recibido de nuestro Señor. Porque el camino que llevó a Jesús hasta Jerusalén, también debe ser andado por la iglesia. Su pasión y muerte y el odio fueron vencidos y en esa victoria se entiende nuestro propio sufrimiento y cruz. Es necesario morir a mí, para vivir en él. La voluntad humana y la voluntad divina no pueden coexistir en la iglesia.

Hay que salirle al paso a los sistemas de pensamiento que quieren eludir la pasión y la cruz. Un cristianismo sin cruz es vacio, a como lo es también sin la esperanza de la resurrección. Así es que, frente al futuro, marchemos con el rostro firme. 

Oracion 

Padre celestial, con profunda reverencia, meditamos en la entrega total de tu Hijo amado, quien soportó burlas, azotes y crucifixión por nuestros pecados. Agradecemos su infinito amor y sacrificio, que nos redimió y nos abrió las puertas de la salvación eterna.

Te rogamos, Señor, que la comprensión de este versículo fortalezca nuestra fe y nos inspire a vivir con amor y entrega, siguiendo el ejemplo de Jesús. Que su sacrificio nos motive a servirte con fervor y a compartir su mensaje de esperanza con el mundo.

En el nombre de Jesús, oramos. Amén.

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