La Biblia revela que a Dios le ha placido establecer pactos con los
hombres. Ocho de estos pactos se hallan mencionados en las sagradas páginas y
ellos incorporan los hechos más vitales en la relación que el hombre ha tenido
con Dios a través de toda la historia de la raza humana. Cada pacto representa
un propósito divino y la mayoría de ellos constituyen una absoluta predicción
tanto como una promesa inalterable del cumplimiento de todo lo que Dios ha
determinado. Si llevamos nuestra consideración del tema hasta el tiempo cuando
los pactos fueron hechos, descubrimos que ellos siempre anticiparon el futuro y
tenían el propósito de ser un mensaje de certidumbre para aquellos con quienes
el pacto era establecido. Además de los pactos bíblicos, los teólogos han
sugerido tres pactos teológicos que tienen que ver con la salvación del hombre.
A. Los pactos teológicos
Para definir el eterno propósito de Dios, los teólogos han sostenido la
teoría de que es el propósito central de Dios el salvar a los elegidos,
aquellos escogidos para salvación desde la eternidad pasada. De acuerdo a ello,
consideran la historia primeramente como la obra exterior para el plan de Dios
en cuanto a la salvación. Desarrollando esta doctrina, ellos han expuesto tres
pactos teológicos básicos.
1. Se dice que con Adán se estableció un pacto de obras. La
provisión del pacto era tal que si Adán obedecía a Dios, él sería guardado
seguro en su estado espiritual y recibiría la vida eterna. Se afirma que este
pacto es sostenido por la advertencia concerniente al árbol del conocimiento
del bien y del mal, «porque el día que de él comieres, morirás» (Gn. 2:17). Se deduce que si él no hubiera
comido del árbol, no hubiese muerto y, como los santos ángeles, hubiese sido
confirmado en su estado santo. Este pacto está basado casi totalmente en la
deducción y no es llamado un pacto en la Biblia, y por esta razón es rechazado
por muchos estudiosos de la Escritura por tener poca base.
2. Otro pacto sugerido es el pacto de la redención, en el cual se
insinúa la enseñanza de que fue establecido un pacto entre Dios el Padre y Dios
el Hijo en relación a la salvación del hombre en la eternidad pasada. En
este pacto el Hijo de Dios se comprometió en proveer la redención para la
salvación de aquellos que creyeran, y Dios prometió aceptar su sacrificio.
Este pacto tiene más sostenimiento en las Escrituras que el pacto de
obras en que la Biblia declara claramente que el plan de Dios para la salvación
es eterno, y que en aquel plan Cristo tenía que morir como un sacrificio por el
pecado y Dios tenía que aceptar aquel sacrificio como una base suficiente para
salvar a aquellos que creyeran en Cristo. De acuerdo a Efesios 1:4: «Según nos
escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin
mancha delante de él.» También en referencia a nuestra posición en Cristo, se
declara en Efesios 1:11: «En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el
designio de su voluntad.
De estas y de otras Escrituras está claro que el propósito de DIOS para
la salvación es eterno. Se sugiere que un pacto formal fue acordado entre Dios
el Padre y Dios el Hijo del hecho de que el propósito de Dios es también una
promesa.
3. Aun otra tentativa es el contemplar el eterno propósito de Dios en
la salvación como un pacto de gracia. En este punto de vista Cristo
es contemplado como el Mediador del pacto y el representante de aquellos
quienes ponen su confianza en Él. Los individuos encuentran las condiciones de
este pacto cuando colocan su fe en Jesucristo como Salvador. Aunque este pacto
es también una deducción del plan eterno de salvación, tiende a enfatizar el
carácter de gracia de la salvación de Dios. El pacto de la redención y el pacto
de gracia, en consecuencia, tienen algunas bases escriturales y son más
aceptables para la mayoría de los estudiosos de la Biblia que el concepto del
pacto de obras, el cual no tiene base escritural.
Sin embargo, se ha levantado el problema de que aquellos que son adeptos
a estos pactos teológicos siempre hacen del plan de Dios para la salvación su propósito
primordial en la historia humana. Así ellos tienden a ignorar los particulares
sobre el plan de Dios para Israel, el plan de Dios para la Iglesia y el plan de
Dios para la nación. Mientras que es verdad que el plan de Dios para la
salvación es un aspecto importante de su propósito eterno, no es la totalidad
del plan de Dios. Un punto de vista mejor es que el plan de Dios para la
historia es revelar su gloria, y Él no hace esto solamente salvando a los
hombres, sino que también por medio del cumplimiento de sus propósitos y
revelándose a sí mismo a través de sus tratos con Israel, con la iglesia y con
las naciones. De acuerdo a ello, es preferible contemplar la historia a través
de ocho pactos bíblicos, los cuales revelan los propósitos esenciales de Dios a
lo largo de la historia de la Humanidad y que incluye el plan de Dios para la
salvación. Aquellos que enfatizan los pactos teológicos son llamados a menudo
«teólogos de los pactos», mientras que, por el contrario, aquellos que
enfatizan los pactos bíblicos son llamados «dispensacionalistas», porque los
pactos bíblicos revelan las distinciones en las varias etapas en la historia
humana, las cuales están manifiestas en las dispensaciones.
B. Los pactos bíblicos
Los pactos de Dios contenidos en la Biblia se clasifican en dos clases,
aquellos que son condicionales y los que son incondicionales. Un pacto
condicional es uno en el cual la acción de Dios es en respuesta a alguna acción
de parte de aquellos a quienes va dirigido el pacto. Un pacto condicional
garantiza que Dios hará su parte con absoluta certeza cuando se satisfacen los
requisitos humanos, pero si el hombre fracasa, Dios no está obligado a cumplir
su pacto.
Un pacto incondicional, mientras que puede incluir ciertas
contingencias humanas, es una declaración de cierto propósito de Dios, y las
promesas de un pacto incondicional serán ciertamente cumplidas en el tiempo y a
la manera de Dios. De los ocho pactos bíblicos sólo el edénico y el mosaico
eran condicionales. Sin embargo, aún bajo los pactos incondicionales hay un
elemento condicional como si se aplicara a ciertos individuos. Un pacto
incondicional se distingue de uno condicional por el hecho de que su
cumplimiento esencial es prometido por Dios y depende del poder y la soberanía
de Dios.
1. El pacto edénico fue el primer pacto que Dios hizo con el
hombre (Gn. 1:26-31; 2:16-17), y fue un pacto
condicional con Adán en el cual la vida y bendición o la muerte y la maldición
dependían de la fidelidad de Adán. El pacto edénico incluía el dar a Adán la
responsabilidad de ser el padre de la raza humana, sojuzgar la tierra, tener
dominio sobre los animales, cuidar del huerto y no comer del árbol del
conocimiento del bien y del mal. Por haber fracasado Adán y Eva al comer de la
fruta prohibida, fue impuesta la pena de muerte para la desobediencia. Adán y
Eva murieron espiritualmente de inmediato y necesitaron nacer de nuevo para
poder ser salvos. Más tarde también murieron físicamente. Su pecado hundió a
toda la raza humana en un molde de pecado y muerte.
2. El pacto adámico fue hecho con el hombre después de la caída (Gn. 3:16-19). Este es un pacto incondicional en
el que Dios declara al hombre lo que será su porción en la vida por causa de su
pecado. Aquí no hay lugar para ninguna apelación, ni se implica responsabilidad
alguna de parte del hombre.
Como un todo, el pacto provee importantes rasgos, los cuales condicionan
la vida humana desde este punto en adelante. Incluido en este pacto está el
hecho de que la serpiente usada por Satanás es maldita (Gn. 3:14; Ro. 16:20; 2 Co. 11:3, 14; Ap. 12:9);
se da la promesa del Redentor (Gn. 3:15), la cual es luego cumplida en Cristo;
se detalla el lugar de la mujer en cuanto a estar sujeta a una concepción
múltiple, al dolor y la pena en la maternidad, y en cuanto a la posición del
hombre como cabeza (Gn. 1:26-27; 1 Co. 11:7-9; Ef. 5:22-25; 1 Ti. 2:11-14).
El hombre debería, en lo sucesivo, de ganar el pan con el sudor de su frente (Gn. 2:15, 3:17-19); la vida del hombre sería
dolorosa y con la muerte por final (Gn. 3:19; Ef. 2:5). Por un período bastante
extenso, el hombre continúa desde ese punto en adelante viviendo bajo el pacto
adámico.
3. El pacto de Noé fue hecho con Noé y sus hijos (Gn. 9: 1-18). Este pacto, mientras que repite
algunos de los rasgos del pacto adámico, introdujo un nuevo principio de
gobierno humano como un medio de frenar el pecado.
Como el pacto adámico, era incondicional y revelaba el propósito de Dios
para la generación subsiguiente a Noé.
Las provisiones del pacto incluían el establecimiento del principio del
gobierno humano, en el que se instituyó la pena capital para aquellos que
tomaran la vida de otro hombre. Fue reafirmado el orden normal de la Naturaleza
(Gn. 8:22; 9: 2), y al hombre le fue permitido
comer carne fresca de animales (Gn. 9:3-4) en lugar de vivir solamente de
vegetales, como parece haberlo hecho antes del diluvio.
El pacto con Noé incluía la profecía concerniente a los descendientes de
sus tres hijos (Gn. 9:25-27) y designaba a Sem como el único de quien vendría
la línea divina que seguiría hasta que el Mesías viniera. El dominio de las
naciones gentiles en la historia del mundo está implicado en la profecía
concerniente a Jafet. Así como el pacto adámico introdujo la dispensación de la
conciencia, así el pacto con Noé introdujo la dispensación del gobierno humano.
Segundo, a través de Abraham fue hecha la promesa de que emergería una
gran nación (Gn. 12:2). En el propósito de Dios esto tiene
referencia primeramente a Israel y a los descendientes de Jacob, quienes
formaron las doce tribus de Israel. A esta nación le fue dada la promesa de la
tierra (Gn. 12:7; 13:15; 15:18-21; 17:7-8).
Una tercera área principal del pacto fue la promesa de que por medio de
Abraham vendría bendición al mundo entero (Gn. 12:3). Esto tendría su cumplimiento en que
Israel sería el canal especial de la revelación divina de Dios, la fuente de
los profetas quienes revelarían a Dios y proveerían de la Escritura a los
escritores humanos. En forma suprema, la bendición a las naciones sería
provista a través de Jesucristo, quien sería un descendiente de Abraham. Dada
la relación especial de Israel con Dios, Dios pronunció una solemne maldición
sobre aquellos que maldijeran a Israel y una bendición sobre aquellos quienes
bendijeran a Israel (Gn. 12:3).
El pacto con Abraham, como el adámico y el de Noé, es incondicional.
Mientras que cualquier generación particular de Israel podría disfrutar de sus
provisiones con sólo ser obedientes, y podrían, por ejemplo, ser guiados hacia
la cautividad si ellos eran desobedientes, el propósito esencial de Dios para
bendecir a Israel, para revelarse a sí mismo a través de Israel, para proveer
redención a través de Israel y para traerle dentro de la Tierra Prometida es
absolutamente cierto, porque depende del soberano poder y voluntad de Dios, más
que del hombre. A pesar de los muchos fracasos de Israel en el Antiguo
Testamento, Dios se reveló a sí mismo y encauzó la escritura de los textos
sagrados, y finalmente nació Cristo, vivió y murió y se levantó resucitando
exactamente como la Palabra de Dios lo había anticipado. A pesar del fracaso
humano, los propósitos de Dios son ciertos en su cumplimiento.
5. El pacto mosaico fue dado a través de Moisés para los hijos
de Israel mientras que estaban viajando desde Egipto hacia la Tierra Prometida (Ex. 20:1 - 31:18).
En Éxodo, y ampliado en muchas otras porciones de las Escrituras, Dios
le dio a Moisés la ley que era para gobernar su relación con el pueblo de
Israel. Los aproximadamente seiscientos mandamientos específicos están
clasificados en tres divisiones principales: a) los mandamientos,
conteniendo la voluntad expresada de Dios (Ex. 20:1-26); b) los
juicios, relacionados a la vida social y cívica de Israel (Ex. 21: 1 - 24:11), y c) las
ordenanzas (Ex. 24:12 - 31:18).
La ley mosaica era un pacto condicional e incorporaba el principio de
que si Israel era obediente, Dios les bendeciría, pero si Israel era
desobediente, Dios les maldeciría y les disciplinaría. Esto es destacado
especialmente en Deuteronomio 28. Aunque ya se había anticipado que Israel
fracasaría, Dios prometió que Él no abandonaría a su pueblo (Jer. 30:11). El pacto mosaico también fue
temporal y terminaría en la cruz de Cristo. Aunque contenía elementos de
gracia, era básicamente un pacto de obras.
6. El pacto palestino (Dt. 30:1-10) era un pacto
incondicional en conexión con la posesión final de la tierra por parte de
Israel.
Este pacto se ilustra como un pacto básicamente incondicional y seguro
en su cumplimiento; sin embargo, tiene elementos condicionales para cualquier
generación en particular. La promesa dada a Abraham en Génesis 12: 7, y reafirmada luego a través del
Antiguo Testamento, sería que la simiente de Abraham poseería la tierra. No
obstante, a causa de la desobediencia y el fracaso, Jacob y sus descendientes
vivieron en Egipto cientos de años antes del Éxodo. Así, manteniendo el
propósito de Dios, ellos volvieron y poseyeron, por lo menos, una porción de la
tierra. Más tarde, a causa de la desobediencia y la negligencia a la ley de
Dios, ellos fueron sometidos a los cautiverios asirio y babilónico. Otra vez en
la gracia de Dios, les fue permitido volver después de setenta años del
cautiverio babilónico y reposeer la tierra hasta que Jerusalén fue destruida en
el 70 d.C.
Sin embargo, a pesar de todos los fracasos, a Israel se le promete que
volverá a la tierra, vivirá allí en seguridad y con bendición y nunca será
dispersada nuevamente (Ez. 39: 25-29; Am. 9:14-15).
El retorno presente de Israel a la tierra es, por lo tanto, altamente
significativo porque cumple la primera etapa del regreso de Israel, necesario
para establecer el escenario para el fin de los tiempos. La vuelta de Israel
será completada hasta el último hombre después de que Jesucristo vuelva y
establezca su reino (Ez. 39:25-29). Mientras que cualquier
generación pudiera haber sido sacada fuera de la tierra por su desobediencia,
el propósito final de Dios de traer a su pueblo dentro de su Tierra Prometida
es incondicional y cierto en su cumplimiento.
7. El pacto davídico (2 S. 7:4-16; 1 Cr. 17:3-15) era un
pacto incondicional en el cual Dios prometió a David un linaje real sin fin, un
trono y un reino, todos ellos para siempre. En la
declaración de este pacto Jehová se reserva el derecho de interrumpir el actual
reinado de los hijos de David si era necesario el castigo (2 S. 7:14-15; Sal. 89:20-37); pero la
perpetuidad del pacto no podía ser quebrantada.
Como el pacto abrahámico garantizaba a Israel una identidad eterna como
nación (Jer. 31:36) y la posesión eterna de la tierra (Gn. 13:15; 1 Cr. 16:15-18; Sal. 105:9-11), así
el pacto davídico les garantizaba un trono eterno y un reino eterno (Dn. 7:14). Desde el día en que el pacto fue
establecido y confirmado por el juramento de Jehová (Hch. 2:30), hasta el nacimiento de Cristo, a
David no le faltó un hijo que se sentase en el trono (Jer. 33:21); y Cristo el eterno Hijo de Dios e
Hijo de David, siendo el justo heredero de aquel trono y el Único que se
sentaría en aquel trono (Lc. 1:31-33), completa el cumplimiento de esta
promesa hecha a David de que un hijo se sentaría en este trono para siempre.
El pacto davídico es el más importante en asegurar el reino milenial, en
el cual Cristo reinará sobre la tierra. David, resucitado, reinará por debajo
de Cristo como un príncipe sobre la casa de Israel (Jer. 23:5-6; Ez. 34:23-24; 37:24).
El pacto davídico no es cumplido por Cristo reinando en su trono en los
cielos, puesto que David nunca se ha sentado ni se sentará en el trono del
Padre. Es más bien un reino terrenal y un trono terrenal (Mt. 25: 31). El pacto davídico es, por
consiguiente, la clave del programa profético de Dios que aún está por
cumplirse.
8. El nuevo pacto, profetizado en el Antiguo Testamento y que
tendrá su cumplimiento primario en el reino milenial, es también un pacto
incondicional (Jer. 31:31-33). Como lo describe Jeremías, es
un pacto hecho «con la casa de Israel y con la casa de Judá» (v. 31). Es un
nuevo pacto en contraste con el pacto mosaico, el cual fue roto por Israel (v.
32).
En el pacto Dios promete: «Después de aquellos días, dice
Jehová: Daré mis leyes en sus corazones, y en sus almas las escribiré; y seré
yo a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo» (v. 33). A causa de
esta íntima y personal revelación de Dios, y su voluntad para con su gente,
continúa en Jeremías 31:34 para declarar: «y no enseñará más ninguno a su
prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová: porque todos me
conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová;
porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.»
Este pasaje anticipa las circunstancias ideales del reino milenial donde
Cristo reinará, y todos conocerán los hechos acerca de Jesucristo. De acuerdo a
ello, no será necesario para una persona evangelizar a su vecino, porque los
hechos acerca del Señor serán universalmente conocidos. También será un período
en el cual Dios perdonará el pecado de Israel y les bendecirá abundantemente.
Debería estar claro, dada esta descripción de la promesa del pacto como se da
en Jeremías, que esto no se está cumpliendo hoy día, puesto que la iglesia ha
sido instruida para ir por todo el mundo y predicar el evangelio a causa de que
hay una casi universal ignorancia de la verdad.
Sin embargo, dado que el Nuevo Testamento también relaciona a la Iglesia
con un nuevo pacto, algunos han enseñado que la iglesia cumple el pacto dado a
Israel. Aquellos quienes no creen en un futuro reino milenial y en una
restauración de Israel, por tanto encuentran el completo cumplimiento ahora en
la iglesia, espiritualizando las provisiones del pacto y haciendo de Israel y
de la Iglesia una misma cosa. Otros que reconocen la restauración futura de
Israel y el reino milenial consideran que el Nuevo Testamento se refiere al
nuevo pacto tanto como para ser una aplicación de las verdades generales del
pacto futuro con Israel a la iglesia, o para distinguir dos nuevos pactos (uno
para Israel como está dado en Jeremías, y el segundo, un nuevo pacto dado a
través de Jesucristo en la era presente de gracia proveyendo salvación para la
iglesia). Actualmente el nuevo pacto, ya sea para Israel o para la iglesia, se
desprende de la muerte de Cristo y de su derramamiento de sangre.
El nuevo pacto garantiza todo lo que Dios se propone hacer para los
hombres en el terreno de la sangre de su Hijo. Esto puede verse en dos
aspectos:
a) Que Él salvará, preservará y presentará en la gloria, conformados a la
imagen del Hijo Unigénito, a todos los que creen en el Señor Jesús. El hecho de
que sea necesario creer en Cristo para ser salvo, no es una condición en este
pacto. El acto de creer no es una parte del pacto, sino más bien la base sobre
la cual el creyente es admitido para disfrutar de las bendiciones eternas que
el pacto ofrece. El pacto no es hecho con los no redimidos, sino con los que
creen, y promete que en favor de ellos estará la fidelidad de Dios. «El que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo»
(Fil. 1:6), y toda otra promesa semejante a ésta, relacionada con el poder que
Dios manifiesta en la salvación y preservación de los suyos, es parte de este
pacto de gracia.
En la presente edad no se tiene en vista para el hombre una salvación que
no garantice una perfecta preservación aquí en el mundo, y una presentación
final allá en la gloria, de todos los que son salvos por la sangre de Cristo
Jesús. Es posible que haya en la vida diaria del hijo de Dios algún impedimento
para su comunión con el Padre; y como aconteció en el caso de David, el pecado
del cristiano puede hacer que Dios levante su mano para castigo del hijo
desobediente; pero estos asuntos que son propios de la experiencia cotidiana
del creyente, no llegan nunca a ser determinantes para el
cumplimiento de la promesa de Dios en lo que se refiere a la eterna salvación
de los que Él ha recibido en su gracia.
Hay quienes recalcan la importancia y el poder de la voluntad humana, y
declaran enfáticamente que la salvación y preservación deben tener como
condición la libre cooperación de la voluntad humana. Esto puede ser razonable
para la mente del hombre, pero no está de acuerdo con la revelación que Dios
nos ha dado en las Escrituras.
En cada caso Dios ha declarado incondicionalmente lo que Él
hará en favor de todos aquellos que confían en Él (Jn. 5:24; 6:37; 10:28). Esta
es en verdad una empresa enorme que necesariamente tiene que incluir el dominio
absoluto aun de los pensamientos e intentos del corazón humano; pero, por así
decirlo, esto no es más irrazonable que el hecho de declarar a Noé que su
descendencia seguiría los caminos que Dios había decretado, o que el de
prometer a Abraham que él sería el progenitor de una nación grande y que de su
simiente nacería el Cristo.
En cada uno de estos casos tenemos la manifestación de la autoridad y
del poder soberano del Creador. Es evidente que Dios ha dejado lugar para el
libre ejercicio de la voluntad humana. Él ayuda a la voluntad de los hombres, y
los ya salvos son conscientes de que tanto su salvación como su servicio están
en completa armonía con la elección que ellos mismos han hecho en lo más
profundo de su ser. Se nos dice que Dios gobierna la voluntad del hombre (Jn. 6:44; Fil. 2: 13); pero al mismo tiempo
vemos que Él apela a la voluntad humana y hace que en cierto sentido dependa de
ella el disfrute de su divina bendición (Jn. 5:40; 7:17; Ro. 12:1; 1 Jn. 1:9).
Las Escrituras hablan en forma incuestionable y enfática de la soberanía
de Dios. Él ha predestinado perfectamente lo que vendrá, y su determinado propósito
tendrá que realizarse; porque es imposible que Él sea sorprendido o sufra
alguna desilusión. De igual manera, las Escrituras enfatizan que entre estos
dos grandes aspectos de la soberanía divina -el propósito eterno y la perfecta
realización del mismo- Él ha permitido suficiente lugar para cierto ejercicio
de la voluntad humana. Y al actuar de esta forma no está poniendo en peligro,
de ninguna manera, los fines que Él se ha propuesto alcanzar. El tener sólo uno
de los dos aspectos de esta verdad puede guiarnos o bien al fatalismo, en el
cual no hay lugar para pedir en oración ni motivo alguno para buscar el amor de
Dios, ni base para la condenación de los pecadores, ni fundamento para la
invitación del Evangelio, ni significado para gran parte de las Escrituras, o
bien a la pretensión de querer desalojar a Dios de su trono. Es razonable creer
que la voluntad humana está bajo el dominio de Dios; pero sería lo más
irrazonable creer que la soberanía de Dios está bajo el dominio de la voluntad
humana. Los que creen son salvos y seguros para siempre, porque así está
determinado en el pacto incondicional de Dios.
b) La salvación futura de Israel es prometida en el nuevo pacto incondicional (Is. 27:9; Ez. 37:23; Ro. 11:26-27). Esta
salvación se efectuará sobre la base única de la sangre que Cristo derramó en
la cruz. Por medio del sacrificio de su Hijo, Dios es tan libre para salvar a
una nación como lo es para salvar a un individuo. Israel es representado por
Cristo como un tesoro escondido en el campo. El campo es el mundo. Y creemos
fielmente que fue Cristo quien vendió todo lo que Él tenía, a fin de poder
comprar el campo y poseer así el tesoro que allí estaba oculto (Mt. 13: 44).
En la consideración de estos ocho grandes pactos nunca podrá decirse que
se está dando demasiado énfasis a la soberanía de Dios en relación con los
pactos incondicionales, o al absoluto fracaso humano en lo que toca
a los pactos condicionales. Y podemos estar seguros de que todo lo
que Dios se ha comprometido a hacer incondicionalmente Él lo
hará con toda la perfección de su infinito Ser.