• Sois esclavos de aquel a quien obedecéis. – Romanos 6:16.
• Si el Hijo (de Dios) os libertare, seréis verdaderamente libres. – Juan 8:36.
• Todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna. – 1ª Corintios 6:12.
Se
cuenta que cierto herrero de la Edad Media se ufanaba de hacer cadenas
que nadie podía romper. Un día él mismo fue encarcelado y encadenado por
el delito de traición. El hábil herrero ¿lograría encontrar una falla
en sus cadenas? ¡Qué desesperación! ¡Estaba atado por las cadenas que él
mismo había fabricado!
Velemos, nosotros también, para no forjar
nuestras propias cadenas. El joven que se echó a los pies de Jesús
estaba lleno de buenos sentimientos, a tal punto que “Jesús, mirándole, le amó”. Pero se había dejado atrapar por una cadena que no pudo romper: el amor a las riquezas (Marcos 10:17-22). Judas amaba el dinero, y por algunas monedas entregó a Jesús, su Maestro (Mateo 26:15).
Salomón, un hombre dotado de una gran sabiduría, se dejó atar por otra
cadena: el amor de muchas mujeres, las cuales desviaron su corazón hacia
sus dioses (1° Reyes 11:1-8).
Algunas “cadenas”
aparecen inmediatamente pesadas, como el alcohol o la droga; otras son
como collares que da gusto llevar: la ambición en todos los ámbitos, el
ocio, la búsqueda del confort… Son ligeras, nos parecen fáciles de
romper, pero cuando acaparan nuestra vida, si no tenemos cuidado, pueden
volverse pasiones que nos esclavizan. Si nos hemos dejado apresar por
alguna cadena, clamemos a Jesús, el único que puede liberarnos.
Fuente: http://bit.ly/Wq4vih
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