CONOCIENDO A CRISTO: EL ANHELO SUPREMO

Filipenses 3:10 (RVR60)
"A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte."

Introducción: Un Anhelo Transformador
En medio de una carta llena de gozo, el apóstol Pablo expresa el latido más profundo de su corazón. Después de enumerar sus impresionantes credenciales religiosas y logros personales, los considera como "pérdida" y "basura" (Filipenses 3:8) en comparación con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús. Es en este contexto donde surge este versículo, que no es una simple declaración teológica, sino el grito apasionado de un alma totalmente rendida. No es el deseo de un creyente novato, sino la convicción madura de alguien que ha descubierto que el verdadero tesoro de la vida es una relación profunda y transformadora con el Salvador.

1. El Objetivo Primordial: "A fin de conocerle"
Pablo no se refiere a un conocimiento intelectual o teórico. El verbo "conocer" aquí (en griego, ginosko) implica una experiencia personal, íntima y relacional. Es el mismo tipo de conocimiento que se usa para describir la unión matrimonial. Es un conocimiento que penetra lo más profundo del ser, que transforma la mente, el corazón y la voluntad.

En nuestra era, estamos saturados de información sobre Dios. Podemos tener doctrina sólida, asistir a la iglesia fielmente y leer libros cristianos, y aun así, no conocerle a Él de esta manera íntima. El anhelo de Pablo nos desafía: ¿es nuestro objetivo supremo conocer a Cristo? ¿O nos conformamos con saber acerca de Él? Este conocimiento es progresivo; es un viaje que no termina en esta vida. Cada día es una nueva oportunidad para descubrir una nueva faceta de Su carácter, Su amor y Su fidelidad.

2. La Experiencia del Poder: "y el poder de su resurrección"
El conocimiento de Cristo no es un mero ejercicio contemplativo. Es una experiencia dinámica que se impregna del mismo poder que levantó a Jesús de entre los muertos. Este es el poder más grande que existe: el poder que venció al pecado, a la muerte y al infierno.

Pero, ¿qué significa experimentar este poder en nuestra vida diaria? Significa que la misma fuerza que resucitó a Cristo está disponible para nosotros para:

Vivir en victoria sobre el pecado: No estamos condenados a ser esclavos de nuestros hábitos y pasiones. El poder resucitador nos capacita para decir "no" al pecado y "sí" a la justicia.

Enfrentar las circunstancias abrumadoras: Cuando nos sentimos derrotados, agotados o sin esperanza, Su poder nos sostiene y nos da fuerza donde no la tenemos.

Ser transformados a Su imagen: Este poder nos cambia progresivamente para que reflejemos más a Jesús en nuestro carácter, actitudes y acciones.

3. La Paradoja Divina: "y la participación de sus padecimientos"
Aquí encontramos una de las verdades más profundas y contraintuitivas de la vida cristiana. Pablo no solo anhela el poder y la gloria, sino también la comunión en los sufrimientos de Cristo. Esto no es un deseo masoquista, sino un entendimiento profundo de la unidad que tenemos con Jesús.

Participar de Sus padecimientos implica:

Identificarnos con Cristo: Cuando somos insultados, rechazados o incomprendidos por causa de nuestra fe, estamos compartiendo, en una pequeña medida, el rechazo que Él soportó.

Completar lo que falta de Sus aflicciones: (Colosenses 1:24) No que la obra redentora de Cristo sea insuficiente, sino que nosotros, como Su cuerpo, continuamos experimentando en nuestra carne la oposición al mundo, la carne y el diablo.

Encontrar propósito en el dolor: Los sufrimientos, cuando son soportados por amor a Cristo, dejan de ser un vacío sin sentido y se convierten en un medio para una unión más profunda con nuestro Señor. Es en la fragilidad y la dependencia que aprendemos a conocerle de una manera que la comodidad nunca nos permitiría.

4. La Meta Final: "llegando a ser semejante a él en su muerte"
Esta es la cúspide del proceso. La meta final de conocer a Cristo, experimentar Su poder y participar de Sus sufrimientos, es ser conformados a la imagen de Jesús, incluso en Su muerte. La muerte de Cristo fue el acto supremo de rendición, obediencia y amor abnegado.

Ser semejante a Él en Su muerte significa:

Morir al yo: Es la crucifixión diaria de nuestra ambición egoísta, nuestro orgullo y nuestra voluntad independiente (Lucas 9:23).

Vivir en obediencia total: Así como Jesús fue "obediente hasta la muerte" (Filipenses 2:8), nosotros somos llamados a una vida de sumisión radical a la voluntad del Padre.

Amar con un amor sacrificial: La esencia de la muerte de Cristo fue el amor que se da sin reservas. Nuestra vida debe reflejar ese mismo amor hacia Dios y hacia el prójimo.

Conclusión: Una Vida Centrada en Cristo
Filipenses 3:10 nos presenta un plan divino para la vida cristiana. No es un camino de éxito fácil y comodidad, sino un viaje de intimidad, poder transformador y profunda identificación con nuestro Señor. Es un llamado a dejar de lado las metas superficiales y a abrazar el anhelo supremo: conocer a Cristo y ser hecho semejante a Él en todo.

Que este versículo nos interrogue hoy: ¿Estamos buscando meramente las bendiciones de Dios, o estamos buscando al Dios de las bendiciones? ¿Anhelamos solo el poder de Su resurrección, o estamos dispuestos a abrazar también la comunión de Sus padecimientos? Que podamos decir con el apóstol Pablo: "Para mí el vivir es Cristo" (Filipenses 1:21).

Oración
Señor Jesús, hoy me presento delante de Ti con un corazón anhelante. Reconozco que a menudo he buscado tantas otras cosas, relegando el conocimiento íntimo de Ti a un segundo plano. Perdóname.

Te ruego, con todo mi ser, que me concedas el anhelo supremo de conocerte más cada día. No solo saber acerca de Ti, sino experimentar una relación viva y transformadora que impregne cada área de mi vida.

Hazme partícipe del poder de Tu resurrección. Que ese mismo poder que venció a la muerte opere en mí, dándome victoria sobre el pecado, fortaleza en la debilidad y una esperanza que no defrauda.

Y, Señor, si es Tu voluntad, no me apartes de la participación de Tus padecimientos. Enséñame a abrazar los momentos de dificultad, rechazo o dolor como una oportunidad para identificarme más profundamente contigo. Que en el sufrimiento, pueda encontrarme más cerca de Ti que nunca.

Finalmente, Padre, moldea mi carácter. Llévame por Tu Espíritu a ser semejante a Tu Hijo en Su muerte: humilde, obediente y lleno de un amor sacrificial. Que mi vida, cada día, refleje un poco más de Jesús.

En el nombre precioso y poderoso de Cristo, Amén.

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