"En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces habitar en seguridad."
Salmo 4:8 (RVR60)
El Salmo 4 es una oración nocturna, un susurro de confianza en medio de la oscuridad. Escrito por David, probablemente durante uno de los muchos momentos de angustia en su vida, este versículo final no es la declaración de un hombre en un paraíso de circunstancias, sino el grito de victoria de un alma que ha elegido creer en la fidelidad de Dios por encima de la tormenta que la rodea. "En paz me acostaré, y asimismo dormiré". Esta no es una paz frágil, dependiente de que todos los problemas se resuelvan; es una paz profunda, arraigada en la naturaleza misma de Dios.
Pensemos en la noche. Es el momento en que nuestra vulnerabilidad se hace más evidente. Los ruidos parecen más fuertes, las sombras se alargan y nuestra mente, liberada de las distracciones del día, puede convertirse en un campo de batalla de ansiedades, arrepentimientos y temores. Es cuando el recuerdo de una ofensa duele más, cuando la incertidumbre sobre el futuro se siente más pesada, cuando la soledad se vuelve palpable. En este contexto, la declaración de David es radical. Él no dice: "Cuando todos mis enemigos sean derrotados, dormiré en paz". No promete: "Una vez que resuelva mi crisis financiera, descansaré". Él afirma que, aquí y ahora, en medio de la incertidumbre, se acuesta y duerme. Es una decisión activa de descanso.
¿Cuál es el fundamento de esta paz sobrenatural? La segunda parte del versículo lo revela: "porque solo tú, Jehová, me haces habitar en seguridad". David comprende que su seguridad no reside en la fuerza de sus soldados, en la altura de los muros de su ciudad o en la abundancia de sus provisiones. Su seguridad reside en una Persona: Jehová. El verbo "haces habitar" es potente. Habla de una morada permanente, de ser establecido en un lugar de protección. No es un refugio temporal al que corremos en el último minuto, sino la realidad constante de nuestra vida: Dios mismo es nuestra morada segura (Salmo 90:1).
Esta verdad desmantela la ansiedad. Muchos de nosotros buscamos seguridad en el control. Intentamos manipular nuestras circunstancias, a las personas y nuestros planes para crear una burbuja de predictibilidad. Cuando falla, el insomnio y la inquietud toman posesión. David, en cambio, se rinde al Controlador Supremo. Reconoce que el único que puede garantizar su descanso es Aquel que no duerme ni se adormece (Salmo 121:4). Su vigilancia es perfecta, su cuidado es incesante y su poder es absoluto. Él es el guardián de nuestra alma, tanto de día como de noche.
Aplicar este Salmo a nuestra vida significa hacer una transferencia de confianza. Es llevar activamente cada preocupación que nos roba el sueño y colocarla a los pies del único que puede llevar su carga. Es, literalmente, acostarnos como un acto de fe. Al recostar nuestra cabeza en la almohada, estamos declarando físicamente: "Dios, yo haré mi parte, pero ahora me rindo. Tú estás a cargo del universo, y tú estás a cargo de mí. Mi trabajo es descansar; el tuyo es gobernar".
Este "habitar en seguridad" no implica la ausencia de peligro, sino la presencia de un Protector en medio de él. Los discípulos experimentaron esto en la barca, con Jesús durmiendo pacíficamente en medio de la feroz tormenta (Marcos 4:38). Su descanso no era indiferencia, sino una confianza perfecta en la autoridad del Padre. Él es nuestro modelo. Cuando confiamos en el carácter de Dios—su bondad, su soberanía, su amor inquebrantable—nuestro espíritu encuentra un ancla que mantiene el barco de nuestra alma estable, aunque las olas rugan a nuestro alrededor.
Que este versículo sea nuestra meditación al cerrar los ojos cada noche. En un mundo de incertidumbre económica, tensiones relacionales y noticias alarmantes, tenemos una promesa inmutable. Podemos intercambiar la ansiedad por la adoración, el miedo por la fe, y el dar vueltas en la cama por un sueño profundo y reparador, sabiendo que nuestro Amo y Señor está velando.
Oración
Padre Celestial,
En el silencio de esta noche, acudo a Ti con mi corazón a veces inquieto y mi mente a menudo llena de ruido. Reconozco que he buscado paz en el control de mis circunstancias y he permitido que el miedo robe mi descanso. Pero esta noche, clamo a Ti, el único que puede darme una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Gracias, Señor, porque Tú eres mi seguridad. Mi hogar no está en la ausencia de problemas, sino en la certeza de Tu presencia. Confío en que Tu vigilancia es perfecta y Tu cuidado, constante. Por la fe, decido ahora acostarme en paz. Entrego en Tus manos cada preocupación, cada relación, cada temor por el futuro y cada arrepentimiento del pasado.
Extiende Tu paz sobre mí como un manto. Calma los vientos de la ansiedad y aplaca las olas de la incertidumbre. Que mi sueño sea dulce, no porque mi vida sea perfecta, sino porque mi Dios es fiel. Habita en mí con Tu seguridad, para que descanse plenamente en la sombra de Tus alas.
En el nombre poderoso y sereno de Jesús, Amén.
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