“Jehová es mi porción, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.” - Lamentaciones 3:24 (RVR60)
El libro de Lamentaciones es un canto fúnebre, una elegía dolorosa escrita desde las cenizas de Jerusalén. Es un poema de duelo, de pérdida y de una profunda desolación. En medio de este paisaje de ruina, donde la esperanza humana se ha desvanecido por completo, surge una de las declaraciones de fe más audaces y conmovedoras de toda la Escritura. El profeta Jeremías, conocido como el “profeta llorón”, clava una bandera de esperanza en el corazón mismo de la desesperación. Él mira a su alrededor y solo ve caos; mira dentro de sí y siente angustia; pero luego levanta los ojos y proclama: “Jehová es mi porción, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré.”
La Profundidad de la Palabra “Porción”
En el contexto bíblico, la palabra “porción” (hebreo cheleq) es sumamente significativa. Se refiere a una parte de una herencia, a la asignación de tierra o bienes que le correspondía a cada israelita. Era su legado, su seguridad, su identidad y su sustento para toda la vida. Perder tu porción de tierra era perderlo todo: tu pasado, tu presente y tu futuro.
Jeremías, al escribir estas palabras, lo había perdido todo. Su nación estaba en ruinas, su templo destruido, y su pueblo, exiliado. Su “porción” terrenal había desaparecido. Fue en ese momento de absoluta carencia cuando su alma, iluminada por el Espíritu de Dios, hizo un descubrimiento revolucionario: si todo lo terrenal es temporal y puede ser arrebatado, entonces debe haber una porción que sea eterna, inmutable y segura. Él declara que Dios mismo es esa porción.
Al decir “Jehová es mi porción”, Jeremías está afirmando que Dios es su herencia suprema, su posesión más valiosa, su legado eterno y su provisión completa. No es que Dios da una porción; Él es la porción. Él es el premio, el tesoro, la satisfacción última del alma. El salmista Asaf comprendió esto mismo cuando, luchando con la envidia y la confusión, llegó a la conclusión: “Pero mi porción es Dios para siempre; mi herencia son tus dichos” (Salmo 119:57), y “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra” (Salmo 73:25).
Una Decisión del Alma
Fíjate que el versículo no dice “Jehová es mi porción, dijo mi circunstancia” o “…dijeron mis emociones”. Dice: “dijo mi alma”. La fe que sostiene en la tormenta no es un sentimiento pasajero; es una decisión deliberada y profunda del alma, la parte más esencial de nuestro ser. Es un acto de la voluntad que elige creer en el carácter de Dios por encima de la evidencia visible.
Nuestras emociones fluctúan con las circunstancias. Hoy podemos sentirnos eufóricos y mañana, en la más profunda tristeza. Pero cuando el alma, anclada en la verdad de Dios, hace una declaración, se crea un punto de anclaje inquebrantable. Es el alma diciendo: “Aunque todo a mi alrededor se derrumbe, aunque no sienta nada, aunque no entienda nada, yo elijo afirmar que el Señor es todo lo que necesito. Él es suficiente”.
La Esperanza como Consecuencia Lógica
La segunda parte del versículo es la consecuencia inevitable de la primera: “por tanto, en él esperaré.” La esperanza no es un wishful thinking vago o un simple optimismo. Es la expectativa confiada y segura que nace directamente de reconocer a Dios como nuestra porción.
La esperanza humana dice: “Espero que las cosas mejoren, que encuentre un trabajo, que mi salud se recupere”. Es una esperanza condicionada a un cambio en las circunstancias. Pero la esperanza bíblica que brota de tener a Dios como porción dice: “Yo espero en Él. Mi confianza no está puesta en el resultado que yo deseo, sino en la Persona que conozco. Mientras yo tenga a Dios, tengo razón para esperar, sin importar cómo se vea el panorama”. Esta esperanza es un ancla del alma, segura y firme (Hebreos 6:19), que nos mantiene estables en la tormenta más feroz.
Aplicación para Nuestra Vida Hoy
Quizá no estemos rodeados de ruinas físicas como Jeremías, pero todos enfrentamos desiertos de diferentes tipos: crisis de salud, quiebras financieras, relaciones rotas, soledad, ansiedad o pérdida. En esos momentos, la tentación es clamar por que Dios cambie nuestra porción terrenal (nuestra situación), en lugar de descubrirle a Él como nuestra porción eterna.
Este versículo nos invita a un cambio de perspectiva radical:
¿Busco a Dios principalmente por lo que puede darme, o lo busco a Él como el don supremo?
Cuando mis planes fracasan, ¿puedo decir “Dios es suficiente”?
¿Dónde está puesta mi seguridad: en mis ahorros, mi carrera, mi familia… o en el Dios inmutable?
Dios como nuestra porción satisface el anhelo más profundo del corazón humano: el anhelo de significado, de pertenencia y de amor inquebrantable. Él es el pan que sacia nuestro hambre eterna y el agua que calma nuestra sed para siempre (Juan 6:35).
Conclusión:
“Jehová es mi porción” es el grito de victoria en el corazón de la derrota. Es la fe que transforma la pérdida en ganancia y el lamento en alabanza. Hoy, sea cual sea tu lamentación, puedes tomar la misma decisión que Jeremías. Puede que tu herencia terrenal se tambalee, pero tu herencia eterna en Cristo es segura. Aférrate a Él. Él es tu porción. Y porque Él es tu porción, puedes esperar con confianza inquebrantable.
Oración
Señor Dios, Padre eterno,
Te damos gracias porque en medio de un mundo cambiante y frágil, Tú te revelas como nuestra porción segura y eterna. Perdónanos por las veces que hemos buscado nuestra satisfacción y seguridad en las cosas que creamos, en lugar de buscarte a Ti, el Creador.
Hoy, desde lo más profundo de nuestra alma, proclamamos que Tú eres nuestra herencia. Eres nuestro tesoro, nuestro sustento y nuestra razón de ser. Cuando la ansiedad quiera robarnos la paz, recordaremos que Tú eres nuestra porción. Cuando la tristeza nuble nuestra vista, clamaremos que Tú eres nuestra porción. Cuando el futuro parezca incierto, afirmaremos que Tú eres nuestra porción.
Fortalece nuestra fe para que, como Jeremías, podamos declarar con convicción: “En Ti esperaré”. Que nuestra esperanza no esté puesta en circunstancias favorables, sino en tu carácter fiel, en tu amor inquebrantable y en tus promesas que jamás fallan.
Ancla nuestra alma en la verdad de que eres más que suficiente. Que todo lo demás en la vida sea considerado “pérdida” con tal de ganarte a Ti, nuestro supremo bien.
En el nombre de Jesús, nuestra esperanza viva, Amén.
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