«Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» — Filipenses 4:4 (RVR60)
Introducción:
En un mundo que parece medir el bienestar por la ausencia de problemas, el mandamiento del apóstol Pablo resuena con una fuerza que casi parece irracional. «¡Regocíjense! ¡Y háganlo siempre!» ¿Es acaso Pablo un optimista incurable, alejado de la realidad del dolor humano? Nada más lejos de la verdad. Estas palabras fueron escritas desde una fría prisión, encadenado, con su futuro físico y ministerial en absoluta incertidumbre. No es la voz de un hombre en un resort de lujo, sino el eco de una fe probada y vindicada en el lugar más oscuro. La carta a los Filipenses es conocida como la "Epístola del Gozo", y este versículo es su corazón palpitante. Nos revela que la alegría cristiana no es un simple sentimiento fugaz, sino una elección profunda, un estado del ser que se arraiga en una realidad que trasciende las circunstancias.
1. Un Mandato, No una Opción
La primera verdad que debemos captar es que el regocijo es presentado como un mandato. No es una sugerencia amable («sería lindo si se alegraran»), ni un simple deseo («ojalá estén contentos»). Es una orden: «Regocijaos». Esto es fundamental, porque un mandato implica que, en Cristo, es posible obedecerlo. Dios no nos ordenaría algo que, con la provisión de su gracia, esté fuera de nuestro alcance.
Muchas veces esperamos sentir alegría para luego expresarla. Pablo invierte el orden: actúa, obedece, regocíjate, y los sentimientos seguirán la dirección de la voluntad obediente. No se nos llama a fingir una sonrisa vacía, sino a declarar con fe una verdad superior a nuestra tristeza momentánea. Es un acto de la voluntad, alimentado por el Espíritu, que elige centrarse en Dios antes que en la crisis.
2. La Fuente de la Verdadera Alegría: «En el Señor»
Esta es la clave que lo transforma todo. La orden no es «Regocíjense en sus circunstancias siempre» (eso sería cruel e imposible), sino «Regocijaos en el Señor siempre». La fuente, el objeto y la esfera de nuestro gozo es el Señor mismo. Nuestra alegría fluye de quién es Él, de lo que ha hecho, de lo que está haciendo y de lo que hará.
Regocijarse en su carácter: Él es inmutablemente bueno, fiel, soberano y amoroso. Mientras todo a nuestro alrededor cambia, Él permanece (Malaquías 3:6).
Regocijarse en su obra salvadora: Nuestra mayor causa de gozo es la cruz. Hemos sido perdonados, reconciliados, adoptados y herederos de la vida eterna. ¡Ninguna circunstancia terrenal puede revertir eso!
Regocijarse en su presencia: Él está con nosotros siempre (Mateo 28:20). En la soledad, en la enfermedad, en la pérdida, Él está allí. Su compañía es motivo de consuelo y, por tanto, de gozo.
Esta alegría «en el Señor» es como el sol en un día nublado. Las nubes (nuestras pruebas) pueden ocultarlo de nuestra vista inmediata, pero sabemos, por fe, que el sol sigue allí, brillando con la misma intensidad. Nuestro gozo no se basa en la visibilidad del sol, sino en la certeza de su existencia.
3. La Perseverancia del Gozo: «Siempre»
La palabra «siempre» extiende el desafío a todos los ámbitos de la vida. Siempre incluye los días de celebración y los días de luto. Incluye la prosperidad y la escasez, la salud y la enfermedad, la compañía y la soledad. ¿Cómo es esto posible?
Pablo mismo lo demostró. En la prisión, cantó himnos (Hechos 16:25). Frente a la muerte inminente, escribió acerca de partir y estar con Cristo, lo cual era muchísimo mejor (Filipenses 1:21). Él no negaba la realidad del dolor (2 Corintios 1:8 describe sus tribulaciones en Asia como abrumadoras), pero se negaba a permitir que el dolor tuviera la última palabra. Su mirada estaba puesta en lo eterno, no en lo temporal (2 Corintios 4:17-18).
Regocijarse «siempre» es un acto de guerra espiritual contra la desesperación, la autocompasión y la incredulidad. Es la decisión de recordar que nuestra historia no termina con el capítulo actual de dolor, sino con la victoria final en Cristo. Es confiar en que, incluso en lo que nos aflige, Dios está obrando para nuestro bien (Romanos 8:28).
4. La Repetición que Refuerza: «Otra vez digo: ¡Regocijaos!»
Pablo no se contenta con decirlo una vez. Insiste, repite la orden con énfasis: «¡Otra vez digo: Regocijaos!». Esta repetición no es por descuido, sino por urgencia y importancia. Es como si nos tomara del rostro para asegurarse de que estamos prestando atención. Nos dice: «Esto no es opcional, es crucial. Es la medicina para un corazón atribulado, el antídoto para la ansiedad, el escudo contra el ataque del enemigo». La repetición subraya la prioridad que debe tener este ejercicio en nuestra vida espiritual.
Conclusión y Aplicación:
El versículo de hoy no es un cliché barato para tapar el dolor ajeno. Es una invitación poderosa a anclar nuestra alma en la roca que es Cristo, para que cuando vengan los vientos y las inundaciones de la vida, nuestra casa—nuestra alegría—permanezca en pie (Mateo 7:24-25).
Hoy, puedes elegir. Puedes elegir rumiar en la dificultad o puedes, por un acto de fe, clamar a Dios y decir: «Señor, mi circunstancia es difícil, mi corazón está pesado, pero tu Palabra me manda a regocijarme en Ti. Yo elijo hacerlo. Ayúdame a recordar tu fidelidad pasada, a confiar en tu soberanía presente y a esperar en tu gloria futura. Te elijo a Ti como mi gozo».
La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7), no viene a quienes no tienen problemas, sino a aquellos que, en medio de ellos, se regocijan en el Señor.
Oración
Señor y Dios nuestro,
Te damos gracias por tu Palabra que es lámpara a nuestros pies. Hoy nos dejas un mandamiento que revela nuestra debilidad y tu fortaleza. Confesamos que, con frecuencia, nuestro gozo depende de lo que nos sucede, y te pedimos perdón por haber puesto nuestra esperanza en las circunstancias creadas y no en Ti, el Creador.
Te rogamos, Padre, que por el poder de tu Espíritu Santo, nos enseñes a regocijarnos en Ti siempre. Cuando la tristeza quiera apoderarse de nuestro corazón, llévanos a la cruz, a recordar el gozo de nuestra salvación. Cuando la ansiedad quiera robarnos la paz, haznos declarar con fe tu bondad y tu control sobre todas las cosas.
Que nuestra vida no sea una búsqueda de felicidad superficial, sino una inmersión profunda en el océano de tu gozo, que es nuestra fortaleza. Ayúdanos a obedecer, a elegirte a Ti, una y otra vez, como nuestra fuente suprema de alegría, tal como Pablo repitió: «¡Otra vez digo: Regocijaos!».
Que todo en nosotros te glorifique, aun en el valle de sombra, porque Tú eres nuestro Pastor y nuestra luz eterna.
En el nombre de Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, amén.
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