He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. – Apocalipsis 3:20.
Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron. – Juan 20:29.
Hay una frase que a veces oímos y que nos deja pensativos: «¿No sería
más sencillo si Dios se revelase de una vez a todo el mundo?».
La Biblia nos enseña que Dios lo puede todo. Podría imponer su
presencia, pero no lo hace hoy, pues desea hablarnos de otra manera.
Cuando los soldados detuvieron a Jesús, los ángeles hubieran podido
liberarlo, pero él no quiso. Después de su resurrección Jesús habría
podido aparecer triunfalmente y confundir a sus detractores, pero sólo
se dio a conocer a los suyos, sin llamar la atención. Sus discípulos
Pedro y Juan creyeron en su resurrección cuando vieron su tumba vacía.
María Magdalena reconoció a Jesús por su voz. Otros dos discípulos
comprendieron que Jesús estaba ante ellos cuando repartió el pan.
Tenemos todo lo necesario para creer en Jesús, si leemos los
evangelios con la mente y el corazón abiertos, dispuestos a aceptar la
verdad. Un milagro de Jesús no cambiaría nada para el que no quiere
creer, pues mientras Jesús estuvo en la tierra hizo muchos milagros, y a
menudo la gente no creyó. Dios nos invita a tener una relación de
confianza con él, pero no nos obliga. Ordena a todos los hombres, en
todos los lugares, que se arrepientan.
Creer en Dios no es sólo creer que existe. También es creer en su amor. El amor no se impone, sino que se recibe.
Fuente: http://bit.ly/139cJlO
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