II. Pobres de Yavé

1. CONCEPTO DE «ANAWIM», POBRE. En nuestras lenguas, pobre-pobreza es un término y una noción equívoca. Tiene muchos significados. En el Antiguo Testamento encontramos esa misma equivocidad, acrecentada por la variedad de términos que el texto hebreo, y luego el griego de los LXX, tienen para indicar este concepto. En nuestro estudio nos limitamos al término anawim que, por la riqueza semántica que posee, nos parece suficiente, y desde luego es el más importante para clarificar el concepto de pobre en el Antiguo Testamento.

a) Del análisis de los textos resulta clara, en primer lugar, la polaridad «pobres» y «enemigos» (Sal 9), de tal forma que podemos decir que los pobres, generalmente, son las víctimas de sus «enemigos». El pobre, en este sentido, es el aplastado por los poderes enemigos; es el desamparado, el menesteroso, el calumniado y el acusado, el que es totalmente incapaz de defenderse del poder de sus enemigos. Es el que no hace valer sus derechos porque no le serían reconocidos. Se trata, pues, de una situación de injusticia, tal como lo denuncian abiertamente los profetas (Am 2:6).

Los anawim serían, pues, los encorvados, los que están bajo un peso, los que no están en posesión de todas sus capacidades y vigor, los humillados. Anaw indicaría la actitud del siervo ante su señor, actitud de dependencia, de inferioridad social. Es el hombre débil que está a merced del fuerte, el desamparado, el oprimido, el sojuzgado, el pequeño, el impotente; es decir, el que no tiene amparo jurídico, el que sufre persecución injusta. A este respecto es importante señalar que el contrario de anawim no es el rico, como sería de esperar, sino el rasha, el prepotente, el despótico, que priva de sus derechos a los demás y atenta contra sus vidas (Sal 2, 35:10. 37:14). La pobreza es pues un hecho social íntimamente ligado a circunstancias políticas y económicas injustas.

b) En un segundo grupo de textos, el término anaw, unido generalmente a dal o ebyon (Sal 82:3 Dt 24:14, Ez 16:49), está indicando la pobreza económica, el hombre que no tiene propiedad personal, la persona que carece de los bienes económicos necesarios para una vida humana digna (Ex 22:24, Lev 19:10, 23:22).

Desde esta situación de humillación injusta o de pobreza material, desamparado de todos, los anawim, sin esperanza alguna en la justicia de los hombres, acuden a Yavé implorando la justicia divina (Sal 10:12). Ellos dependen exclusivamente de la protección jurídica y de la compasión del Señor (Sal 9:19, 10:2-8, 18:28, 35:10, 74:1-9). En este contexto es donde el término anaw termina asumiendo un valor religioso y moral: humilde, manso, pío; y donde pobreza designa una actitud religiosa de dependencia total de Dios (Sof 2:3, 3:11-12, Sal 10:2, 18:28).

2. LA RELACIÓN DE YAVÉ CON LOS «ANAWIM». Los textos bíblicos que hablan de los anawim son unánimes en afirmar una relación especial entre Dios y ellos (Prov 3:34, 14:21, 16:19, Am 3:9, Is 5:10). El Dios de Israel hace suya la causa de los anawim, hasta el punto de que podemos decir que es el Dios que actúa preferentemente en su favor (Ex 3:7-8, Sal 10:14, 12:6, Mal 3:5); el que cuida de ellos (Sal 40:18, 68:6, 76:10, 102:18, 146:7-9).

La relación entre Dios y los anawim será siempre una relación de salvación. Dios es el garante de los derechos olvidados y pisoteados de los anawim. Por eso el Altísimo y Excelso, que mora en el lugar santo del cielo, no sólo vive también con los pobres, oprimidos y humillados para reavivar su espíritu y reanimar su corazón (Is 57:15), sino que ese mismo Dios se levanta «para salvar a todos los humildes (anawim) de la tierra» (Sal 76:10). Serán los mismos anawim los que confesarán públicamente la predilección que Dios les tiene (Sal 34:7, 140:13).

Tal vez por este motivo, la pobreza espiritual es valorada siempre muy positivamente, contrariamente a la pobreza sociológica y material, que es juzgada siempre negativamente, pues era vista como consecuencia del pecado (Prov 6:6-11, 10:4, 13:18, 21:5). Los anawim que buscan aYavé (Sal 9:11; 34:11), los que se abandonan en él (Sal 10:14, 34:9, 37:40), los que esperan en él (Sal 25:3-5, 37:9) y le temen (Sal 25:12-14, 34:8-10) observando sus mandamientos (Sal 25:10), son dichosos. Su justicia, su integridad y fidelidad (Sal 34:16, 37:28) les hace cercanos a Dios (Is 57:15), y su pobreza es presentada como ideal (Sof 2:3).

3. JESÚS POBRE, RODEADO DE POBRES. Jesús es el anaw por excelencia, tanto desde el punto de vista social como religioso. Nace en un ambiente muy pobre (Lc 2:7, 12:16) y cuando es presentado en el templo, la ofrenda que se hace es la correspondiente a los pobres (Lc 2:24). De su infancia y juventud nada sabemos, sino que tuvo los medios adecuados para recibir la enseñanza que impartían los escribas (Jn 7:15) y que era conocido como un artesano (Mc 6:3). Durante su vida pública él mismo podrá decir: «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8:20). Por otra parte, a la hora de señalar un camino para que lo sigan sus discípulos, no tendrá reparo en decir: «Aprended de mí, que soy afable y humilde de corazón» (Mt 11:29). Y al final, después de presentarse como mesías humilde y pacífico (Mt 21:5), terminará desnudo en la cruz, confiando su madre al discípulo que él amaba (Jn 19:25-27) y haciendo suyas las palabras del salmista pobre: «A tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23:46, Sal 22:25).

Todo el misterio de salvación realizado por el Hijo de Dios es un camino de pobreza, comenzando desde el despojo de la naturaleza divina para asumir la condición de esclavo, haciéndose hombre y aniquilándose hasta la humillación suprema de la crucifixión (Flp 2:3). Tanto la encarnación como la redención son la manifestación más clara del estado de pobreza más radical que jamás pudiéramos imaginar, pues toca a la esencia o naturaleza del Hijo de Dios. No pudo nunca darse pobreza más profunda.

Por otra parte, durante su ministerio, Jesús aparece rodeado de pobres. Pobres, en primer lugar, desde el punto de vista sociológico y económico: mendigos, enfermos y viudas (Mc 10:46, Lc 14:13-21, 16:20, Mc 12:40-42)... Sus oyentes, y más tarde sus seguidores, son gente sencilla que vive de la pesca y del campo, que aun teniendo lo necesario para vivir, pertenecen a la clase social baja. Incluso la comunidad pospascual de Jerusalén estará formada sobre todo de pobres (He 11:27-30, 2Cor 8:9). Pobres también de espíritu, que, de una manera u otra, acogen en su vida el mensaje de Dios y lo siguen: Simeón, Ana y, particularmente, María (Lc 1:46-54, 2:22-28).

4. JESÚS SIERVO Y POBRE DE YAVÉ. Muchas son las características que poseen en común los pobres (anawim) y los siervos (abadim). Por parte de Yavé, ambos son llamados a una misión particular, la de comunicar una salvación nueva en contenidos y en modalidades; y ambos son predilectos. Por parte de los siervos y de los pobres, ambos son tratados injustamente por los prepotentes y despóticos, y ambos responden con humildad, mansedumbre y fidelidad a su vocación, depositando toda su confianza en el Dios salvador.

Sin duda alguna, Jesús es quien mejor responde a estas características. El es siervo y pobre de Yavé a la vez; modelo perfecto de todo aquel que, como María, reconociendo su propia realidad delante de Dios –pobre y siervo– se abandona totalmente en él.

Fuente: http://bit.ly/hV90VI

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