Cinco mujeres

Lectura: Mateo 1:1-16.

En este pasaje aparecen los nombres de los antepasados del Señor Jesucristo según la carne. Hoy queremos centrar la atención en los nombres de las cinco mujeres que aquí aparecen. Esto es muy interesante, porque en la genealogía del evangelio de Lucas no se menciona a ninguna mujer. ¿Por qué Mateo incluyó estas cinco mujeres?

Ahora, el evangelio de Mateo nos muestra al Señor Jesucristo como el Rey conforme al corazón de Dios, el soberano de todos los reyes de la tierra, el Rey más grande, más sublime, más maravilloso de todos; el único que tiene un reino sempiterno. ¡Bendito es su nombre!

Cuando un rey terrenal publica su genealogía, se destacan en ella figuras notables, hombres eminentes, mujeres ejemplares. No hay en la tierra un monarca que quiera exhibir entre sus ancestros a gente de dudosa reputación. Sin embargo, la maravilla de este capítulo es que nos muestra entre los antepasados de nuestro Señor Jesucristo a cinco mujeres, incluyendo su madre. Todas ellas presentan características notables. Pero las cuatro primeras destacan no necesariamente por su ejemplaridad, sino porque eran mujeres que conocían el dolor, mujeres despreciadas socialmente, mujeres que podrían no ser consideradas dignas de integrar una genealogía tan excelente como ésta.

Tamar

En Mateo 1:3, vemos a Tamar. Encontramos su trágica historia en Génesis 38. Es la historia de una mujer que tuvo dos maridos, uno después de otro. Ambos fueron hombres malvados, a los cuales el Señor enjuició y quitó la vida. Tamar no tuvo hijos de ninguno de ellos. Del segundo -Onán- pudo haberlo tenido, pero dice la Escritura que, en el momento de la relación sexual, éste vertía en tierra para no engendrarle hijos. ¿Pueden ustedes imaginar una humillación más grande para una esposa que, según la tradición judía, ansiaba tener muchos hijos?

Muerto su segundo esposo, Tamar se quedó desolada y triste, como no podemos imaginarnos. Según la ley, Judá, su suegro, debía darle el tercero de sus hijos como marido, en lugar de los que había perdido. Pero él no quiso hacerlo. Pensó: "Si le doy éste, también morirá". Y Tamar se quedó en la casa de su padre como cuando era soltera, viendo cómo los años pasaban, sin marido ni hijos. Allí ideó un plan, y según este plan, ella se puso al alcance de Judá, para que su propio suegro engendrara hijos en ella. Judá, sin advertir que era su nuera, engendró hijos en Tamar, y así nacieron Fares y Zara.

Indudablemente, Tamar no forma parte de la genealogía de Jesús porque haya sido una mujer virtuosa, sino más bien porque fue una mujer que lloró las lágrimas más amargas, a la cual Dios miró con misericordia. Su nombre no debería estar allí, pero está. ¡Oh, este Rey, Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores, no se avergüenza de que Tamar, esta mujer doliente y sufrida, aparezca mencionada entre su familia, como tampoco se avergüenza de que tu nombre y el mío estén inscritos en el libro de la vida!

¡Cuántas Tamar han sido llamadas a formar parte de la familia de Dios! ¡Cuántos hombres indignos, como Judá, este hombre de corazón duro, son mencionados con honra en las Escrituras! Se dice, por ejemplo, de Jesús, que es el león de la tribu de Judá. Allí está Judá, un hombre casi indigno de ser mencionado.

Rahab

¿Qué diremos de la segunda mujer, Rahab? ¿Cómo la mencionaremos? ¿Como la meretriz de Jericó? Si hacemos así, tal vez usted me pregunte: ¿Y qué significa "meretriz"? Digamos, la "ramera" de Jericó. Alguno todavía pudiera no entender. Y podríamos seguir siendo más y más explícitos, entonces usted sabe lo que significa. Ella era una mujer cananea y vivía en Jericó.

Cuando el pueblo de Israel estaba a punto de entrar a la tierra prometida, Josué envió dos espías a Jericó. Ellos no fueron a golpear el palacio del rey. No, ellos fueron a un lugar donde podrían pasar inadvertidos: a la casa de una prostituta. ¿No era normal que entraran hombres a esa casa? Allí estaba Rahab. Era una de las prostitutas de Jericó.

Cuando Rahab recibió a los espías, se jugó la vida por ellos, porque los ocultó para que los enviados del rey no los sorprendieran. Ella dijo: "El Dios de ustedes va a tomar la ciudad. Aquí todos los hombres están temblando, sus corazones son como agua. Yo sé que el Dios de ustedes es el Dios verdadero. Por tanto, los voy a esconder. Pero una cosa les pido: cuando venga la destrucción sobre esta ciudad, tengan misericordia de mí y de mi familia". Y así ocurrió. El día en que vino la destrucción sobre Jericó, Rahab puso como señal un cordón de grana en la ventana, para que fuera visto de lejos por los israelitas. Entonces ellos dijeron: "Esa casa que está allí en el muro no puede ser tocada. Es la casa de Rahab".

Ellos no dijeron eso porque fuera la casa de un hombre insigne o de una mujer importante de la ciudad. No. Era la casa de Rahab. ¡Qué honra, qué salvación! Y, cuando llegaron los israelitas arrasando todo lo que había con vida, ¿se imaginan ustedes al padre de Rahab diciendo a los guerreros israelitas: "Yo soy el padre de Rahab, así que usted no me puede tocar"? ¿O a una mujer diciendo: "Yo soy hermana de Rahab, soy intocable"? En ese momento, el nombre de Rahab era como un escudo para toda su familia. ¡He ahí una prostituta levantada al sitial de una mujer de fe, y mencionada también en Hebreos 11!

Hay mujeres a las cuales el pasado les aplasta. El pasado es como una cadena en el corazón o como una carga sobre su conciencia. Pero miren ustedes a Rahab, y verán cómo el pasado desaparece, cómo los pecados son borrados. Ese hilo de grana colgando de su ventana nos habla de la preciosísima sangre de Jesús, que limpia todos los pecados de una vez y para siempre. Ya no diremos Rahab la ramera, sino Rahab, la mujer justificada, santificada por la fe.

Probablemente uno de los hombres que estuvo en su casa aquella noche fue Salmón, que después se casó con ella. Esa unión significó la reivindicación definitiva de Rahab. Nunca más sería recordada con ese epíteto vergonzoso. Ella fue la esposa de Salmón, y aún más, la madre de Booz, el cual engendró a Obed, y Obed a Isaí, el padre de David. Rahab fue la bisabuela del rey David. Su hijo Booz, que aparece en el libro de Rut, es un hombre de un carácter tan sólido, tan consistente, tan íntegro, como pocos en la Biblia. ¡Booz, el hijo de Rahab! ¿Qué enseñanzas le entregó ella a su hijo, que llegó a ser tan noble?

¡Qué preciosa es la gracia de Dios! ¡Oh, no nos cansaremos de hablar de Su gracia, que es capaz de transformar la muerte en vida, un pasado oneroso en un presente y un futuro glorioso! No nos cansaremos de hablar de las maravillas de Dios, de lo que él puede hacer con un hombre o una mujer común. No nos cansaremos de decir que Dios se complace en levantar al pobre, al humilde, al caído. No nos olvidaremos de dónde nos ha levantado Dios, para decirles a los hombres y a las mujeres: "Si lo hizo así conmigo, también contigo lo puede hacer".

Rut

La tercera mujer es Rut. El libro que relata su historia es, sin duda, uno de los más delicados, más tiernos, más dulces de la Biblia. Rut era extranjera, era moabita. Ella se casó con uno de los hijos de Noemí. Murieron su marido, su cuñado y su suegro. Quedó viuda y desvalida. Noemí quedó sola con sus dos nueras. Una de ellas era Rut. ¿Pueden imaginarse ustedes una casa donde hay sólo tres mujeres viudas? ¡Qué lágrimas se habrán derramado en ese hogar!

Cuando Noemí decide volver a Israel, su patria, Rut le dice: "Yo no me quedaré aquí. Desde hoy, tu Dios será mi Dios; tu patria, mi patria. Me voy contigo". Y Rut llegó a Israel, y comenzó a recoger espigas en el campo de Booz, el hijo de Rahab. Booz, que era un hombre mayor, la miró con misericordia, y dijo a los hombres que cosechaban su trigo: "Dejen caer algunas espigas para que ella recoja. Ella cuida de su suegra. Ella decidió dejar su parentela, para venir a ampararse en el Dios de Israel". Rut era una mujer virtuosa.

Pero también tenía -aparte de su viudez-, otra razón para sentirse menoscabada: los moabitas no eran bien recibidos en Israel. Ellos eran descendientes de Lot. Ustedes recordarán la historia de Lot, quien luego de huir de Sodoma, se fue a vivir al monte, solo con sus dos hijas. Y esas hijas, que no tenían esperanza de tener marido, recurrieron a una estratagema para concebir de su propio padre. Dos hijos nacieron de esa relación incestuosa. Uno de ellos es el padre de los moabitas. Para nosotros decir hoy 'Rut la moabita' no significa mucho, pero en su tiempo, era un apellido ignominioso, un motivo de deshonra.

Y esta mujer, Rut, se allegó al Señor, y encontró misericordia. Dios miró sus lágrimas, la consoló, y le dio el mejor marido que una mujer de Israel podría haber soñado: Booz. Este marido no sólo era íntegro como hombre, sino además un hombre rico y piadoso. El Señor miró a Rut y la levantó del polvo. ¡Bendito es el Señor!

Hermanas mujeres, ¿ha habido lágrimas? ¿Ha habido sufrimientos? ¿Ha habido una ruptura de afectos? ¿Has tenido que sepultar a un ser querido? ¡Oh, mira cómo el Señor consoló a Rut! El Señor hoy te puede consolar a ti también, y levantar tu cabeza para siempre.

Betsabé

La cuarta mujer es "la que fue mujer de Urías". Se llamaba Betsabé, pero aquí no aparece su nombre. Sabemos su historia. David la miró un día con ojos codiciosos, mientras el marido de ella estaba en la guerra. Y él, siendo el rey, la hizo venir y la ultrajó. Y más aún, envió mensajeros para que Urías, el marido, fuese puesto en la primera línea de batalla y muriera, de tal manera que esa mujer quedara libre. Un negro pecado con terribles consecuencias.

Habiendo muerto Urías, como David quería, mandó a buscar a Betsabé y se casó con ella. Pero antes, de esa relación ilícita, nació un niño. Cuando él nació, tanto Betsabé como David sabían lo que él representaba. Y dice la Escritura que el Señor hirió al niño, y estuvo siete días agonizando. Y en esos siete días de agonía, David no quiso comer, estuvo vestido de silicio, en señal de duelo por su hijo que se moría; y Betsabé también agonizaba..

Pensemos un momento en el dolor de Betsabé. No sólo había sido ultrajada por el rey; había quedado viuda, y había perdido a su hijo. Todas las desgracias imaginables para una mujer se le habían desencadenado de la noche a la mañana. Y el Señor misericordioso y compasivo, que se complace en consolar, la miró. Le dio otro hijo, y ese fue nada menos que Salomón, el heredero del trono. David tenía más de veinte hijos, pero Dios -dice la Escritura- amó a Salomón. ¿Por qué creen ustedes que Dios amó a Salomón? Salomón no era hijo de una mujer que pudiera exhibir grandes méritos delante de Dios. ¡Bendito es nuestro Dios! Salomón fue el hijo de una mujer ultrajada, que había sufrido desgracia tras desgracia. ¡Cuán grande es la misericordia de nuestro Dios!

María

Por supuesto, la quinta mujer es María, la madre de Jesús. La mujer más virtuosa, más santa, más hermosa, de cuantas mujeres han pisado la tierra. Sin embargo, María no era una hija de un rey, no era una princesa nacida en Jerusalén. Era una mujer galilea, una jovencita que vivía en esa zona despreciable, al norte, donde ya se perdía Israel, cerca de Siria, en la ciudad de Nazaret.

Cuando Dios buscó a una mujer, para que su Hijo viniera al mundo, sus ojos no miraron hacia Jerusalén, la ciudad real; sino hacia Nazaret, la ciudad perdida en aquellas regiones "de sombras de muerte". ¡Bendito es el Señor! Y levantó también la cabeza de esta jovencita preciosa. Conforme a la época, las mujeres se casaban muy jóvenes. Tal vez no tenía más de catorce o quince años cuando ella concibió del Espíritu Santo a Jesús.

Fuente: Eliseo Apablaza F. http://bit.ly/fSeOTl

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