"Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá." (Romanos 1:17, RVR60)
Este versículo, situado en el corazón de la introducción de la epístola a los Romanos, es más que una declaración teológica; es la columna vertebral del mensaje cristiano. El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, desvela aquí el misterio central que el Antiguo Testamento anticipaba y que el Evangelio cumple: la revelación de la justicia de Dios.
La frase "la justicia de Dios se revela" es poderosa. No se trata de una justicia que nosotros producimos mediante esfuerzo moral o rituales religiosos. Es una justicia de Dios, que procede de Él mismo. En un mundo que intenta alcanzar la rectitud mediante obras, el evangelio proclama una justicia que es dada, no ganada. Esta justicia es la condición de estar en una relación correcta con el Creador santo, un estado que nosotros, por nuestra naturaleza pecaminosa, no podemos alcanzar por nuestros propios medios.
Pablo añade que esta justicia se revela "por fe y para fe". Esta expresión sugiere un movimiento dinámico y continuo. La justicia de Dios nos llega mediante la fe como instrumento de recepción. No por mérito, sino por confianza. Y a su vez, esa fe recibida está destinada a crecer hacia una fe más profunda. Es un ciclo divino: confiamos para recibir la justicia, y al recibirla, nuestra confianza en Dios se fortalece, llevándonos a una dependencia y entrega aún mayores. Es un don que, al ser abrazado, nos transforma y expande nuestra capacidad de creer.
El apóstol apoya su argumento citando al profeta Habacuc (2:4): "Mas el justo por la fe vivirá." Aquí encontramos la consecuencia gloriosa de esta justicia recibida por fe: la vida. No se refiere meramente a la existencia biológica, sino a la vida en su plenitud, la vida abundante que Jesús prometió (Juan 10:10). Es una vida que comienza ahora, con el perdón y la paz con Dios, y se extiende a la eternidad. "Vivirá" implica una calidad de existencia marcada por la relación restaurada con el Padre, el poder del Espíritu y la esperanza firme. El justo—declarado justo por la fe en Cristo—no solo sobrevive, sino que florece. Su vida está arraigada en una fuente inagotable: la gracia de Dios.
En nuestro caminar diario, este versículo nos recuerda que nuestra seguridad no está en nuestra perfección, sino en la justicia perfecta de Cristo acreditada a nuestra cuenta. En momentos de culpa, nos señala al sacrificio suficiente de Jesús. En tiempos de debilidad, nos apunta al poder de Dios que se perfecciona en nuestra flaqueza. Y cuando nos sentimos tentados a volver a confiar en nuestras obras, nos redirige suavemente hacia la cruz, donde la justicia y la misericordia se besaron.
Que hoy puedas descansar en esta verdad: Tu posición ante Dios no fluctúa según tus emociones o tus éxitos y fracasos del día. Está firme, cimentada en la justicia de Cristo, recibida por la fe. Y desde esa posición de seguridad y amor, estás llamado a vivir—a vivir una vida de gratitud, de confianza creciente y de gozo profundo, porque el Justo, Jesucristo, ha hecho posible que tú, por la fe, tengas vida en su nombre.
Oración
Padre misericordioso y justo,
Te damos gracias porque, en tu amor infinito, has revelado tu justicia no en la condena que merecíamos, sino en el regalo gratuito de la salvación por medio de tu Hijo, Jesucristo. Gracias porque, a través del evangelio, hemos comprendido que somos declarados justos no por nuestras obras, sino por la fe en Aquel que llevó nuestro pecado y nos cubrió con su justicia.
Hoy, reconocemos que nuestra tendencia es querer demostrar nuestro valor ante ti. Perdónanos cuando confiamos en nuestra propia rectitud y ayúdanos a descansar plenamente en la justicia perfecta de Cristo. Fortalece nuestra fe, Señor. Que sea una fe viva, que crezca de fe en fe, confiando más en ti cada día.
Que el poder de esta verdad —"el justo por la fe vivirá"— se manifieste en nuestra existencia diaria. Que vivamos con la seguridad de tu amor, la paz de tu reconciliación y la esperanza de la vida eterna. Que esta vida que nos das fluya en gratitud, en amor a los demás y en un deseo sincero de glorificarte en todo.
En el nombre precioso y poderoso de Jesús, amén.
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