LA AUTORIDAD DE LA PROFECÍA BÍBLICA

2 Pedro 1:21 (RVR60)
"porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo."

Introducción: Un Origen Sobrenatural
En un mundo lleno de voces, opiniones y filosofías que compiten por nuestra atención, es fácil tratar la Biblia como otro libro más. Un libro sagrado, sí, pero al fin y al cabo, un producto de la religiosidad humana. Sin embargo, el apóstol Pedro, en su segunda epístola, dirige nuestra mirada hacia el origen divino de las Escrituras, estableciendo una diferencia radical y fundamental. El versículo 21 del capítulo 1 no es solo una declaración teológica; es el fundamento mismo sobre el cual descansa nuestra confianza en cada página de la Palabra de Dios.

Pedro está abordando una herejía incipiente: el negar la autoridad de Cristo y, por extensión, la de las Escrituras que dan testimonio de Él. Para contrarrestar esto, nos lleva detrás del escenario, al santuario mismo donde la Palabra fue concebida, mostrándonos que su fuente no es terrenal, sino celestial.

I. La Negación de la Voluntad Humana: "Nunca la profecía fue traída por voluntad humana..."
La frase "nunca... por voluntad humana" es una negación absoluta y categórica. Elimina de un solo golpe cualquier noción de que la Biblia sea el resultado de la genialidad religiosa, la reflexión filosófica o la iniciativa personal de sus autores humanos.

Imaginemos a los profetas y apóstoles. Eran hombres reales, con personalidades, culturas, estilos literarios y experiencias de vida únicas. Jeremías era propenso a la melancolía; David era un guerrero y poeta; Lucas era un médico meticuloso; Pedro era un pescador apasionado. Dios no anuló sus personalidades, pero el mensaje central, la verdad profética, no se originó en sus mentes finitas. No fue un impulso nacido de su anhelo de saber, de su deseo de consolar o de su ambición por dejar un legado.

Esto nos libra de dos errores:

El error del mecanicismo: Ver a los escritores bíblicos como simples secretarios en trance, dictados por una fuerza divina que anulaba su conciencia. No fueron máquinas de escribir, sino instrumentos conscientes y voluntarios.

El error del subjetivismo: Ver la Biblia como una colección de ideas religiosas humanas, por muy elevadas que sean. No fue su "voluntad humana" la que concibió las doctrinas de la gracia, la profecía de la crucifixión o la promesa de la resurrección.

La profecía bíblica, por lo tanto, no es adivinación. No es el fruto de una mente iluminada que intenta descifrar los misterios de la vida. Es una revelación que viene de afuera hacia adentro.

II. Los Instrumentos Escogidos: "...sino que los santos hombres de Dios hablaron..."
Dios, en su soberanía, eligió trabajar a través de personas. Pedro los llama "hombres de Dios", un título que denota una relación especial y una consagración para un propósito sagrado. La palabra "santos" (hagioi) significa "apartados" o "consagrados". Estos no eran individuos perfectos, sino personas que, a pesar de sus fallas, fueron apartadas por Dios y para Dios.

Esto nos habla de la condescendencia y la sabiduría divina. Dios podía haber escrito su mensaje en el cielo con estrellas, pero eligió usar la lengua y la cultura humanas para comunicarse con nosotros. Se encarnó, en cierto sentido, en la Palabra escrita mucho antes de encarnarse en la Persona de Jesús. Al usar a "hombres de Dios", nos está diciendo que se comunica con nosotros de una manera que podemos entender, a través de historias, salmos, cartas y profecías que, aunque de origen divino, tocan la experiencia humana en toda su profundidad.

Ellos "hablaron". Este es un verbo de acción. La revelación de Dios no fue destinada a quedarse en la mente del profeta como un secreto privado. Fue dada para ser proclamada, escrita y compartida. La Palabra de Dios es misionera por naturaleza; busca ser comunicada a toda la humanidad.

III. La Fuente Divina: "...siendo inspirados por el Espíritu Santo."
Esta es la frase crucial. La palabra griega traducida como "inspirados" es phero, que literalmente significa "llevados" o "movidos". No es solo una influencia sutil o una asistencia divina; es una conducción activa y poderosa. La imagen que evoca es la de un velero siendo impulsado por el viento. El barco (el escritor humano) tiene su estructura, su timón y sus velas (su personalidad, intelecto y estilo), pero es el viento (el Espíritu Santo) el que lo llena, lo dirige y lo impulsa hacia el destino que el Capitán ha determinado.

El Espíritu Santo es el agente divino de la revelación. Él es quien:

Revela: Les mostró a los profetas verdades que de otra manera no podrían conocer (1 Corintios 2:10).

Guía: Dirigió sus pensamientos y palabras, asegurando que el mensaje transmitido fuera el mensaje deseado por Dios.

Preserva: Supervisó el proceso para que, a pesar de la participación humana, el producto final fuera la Palabra infalible y autoritativa de Dios.

Esta "inspiración" se extiende a las mismas palabras (verbal) y a todo el contenido (plenaria), no solo a las ideas generales. Fue el Espíritu Santo quien aseguró que las promesas mesiánicas de Isaías, las leyes de Moisés, las parábolas de Jesús y las doctrinas de Pablo, aunque escritas por manos humanas diversas a lo largo de siglos, formaran un todo coherente y unificado: la historia de la redención.

Aplicación para Nuestra Vida
¿Qué significa esta verdad para nosotros hoy?

Confianza Absoluta: Podemos confiar en la Biblia completamente. No es la palabra de hombres acerca de Dios, sino la Palabra de Dios para los hombres. Cuando leemos Génesis, Salmos o Apocalipsis, estamos escuchando la voz autoritativa de nuestro Creador. Nuestra fe se edifica sobre una roca, no sobre la arena movediza de la especulación humana.

Sumisión Humilde: Si es la Palabra de Dios, nuestra postura correcta no es la de juzgarla, sino la de ser juzgados por ella. No la sometemos a nuestro criterio cultural o personal; es ella la que somete y transforma nuestro entendimiento.

Obediencia Gozosa: La autoridad de la Escritura exige una respuesta. No es un libro para ser solo admirado, sino para ser obedecido. Sus mandatos son binding (vinculantes), sus promesas son seguras y sus amonestaciones son amorosas.

Dependencia del Espíritu: El mismo Espíritu Santo que inspiró las Escrituras es necesario para iluminar nuestras mentes y abrir nuestros corazones para entenderlas y recibirlas (1 Corintios 2:14). Nuestra oración antes de leer la Biblia debe ser: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".

Conclusión: Una Palabra Viva y Eficaz
2 Pedro 1:21 nos asegura que la Biblia que tenemos en nuestras manos es mucho más que tinta y papel. Es el aliento de Dios, capturado en lenguaje humano. Es la carta de amor de un Padre, el manual de un Rey y la luz segura en un mundo de tinieblas. Al sostenerla, estamos sosteniendo un tesoro de origen divino, un mensaje que tiene el poder de salvar, transformar y dar vida eterna.

Oración Final
Padre Celestial, te damos gracias con corazones humildes y llenos de admiración por el don inefable de tu Santa Palabra. Gracias porque, en tu misericordia, no nos has dejado a la deriva en un mar de opiniones contradictorias, sino que has hablado con claridad y poder.

Te alabamos porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por tu Espíritu Santo. Reconocemos el origen divino de las Escrituras y, por ello, depositamos en ella toda nuestra confianza.

Te pedimos, oh Dios, que el mismo Espíritu que movió a los profetas y apóstoles a escribir, mueva ahora nuestro corazón para creer, nuestro entendimiento para comprender y nuestra voluntad para obedecer. Que no seamos solo oidores, sino hacedores de tu Palabra. Que ella sea una lámpara a nuestros pies y una lumbrera a nuestro camino.

Que cada vez que abramos la Biblia, lo hagamos con reverencia, sabiendo que es tu voz la que escuchamos. Que su verdad nos transforme, su consuelo nos fortalezca y su esperanza nos guíe hasta el día en que veamos a tu Hijo, la Palabra hecha carne, cara a cara.

En el nombre poderoso de Jesús, el Verbo de Dios, amén.

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