"A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad." (Hechos 3:26, RVR60)
Introducción: Un Mensaje con Orden Divino
En el libro de Hechos, presenciamos el nacimiento vibrante de la iglesia primitiva. Pedro y Juan, llenos del Espíritu Santo, acaban de ser instrumentos para la sanidad de un cojo a las puertas del templo. Este milagro provoca asombro y abre la puerta para uno de los sermones más poderosos de Pedro. Es en este contexto donde encontramos nuestro versículo, una joya teológica que encapsula la misericordiosa iniciativa de Dios y la respuesta esperada del hombre.
La frase "A vosotros primeramente" no es un simple dato cronológico. Es una declaración cargada de significado histórico y teológico. Pedro se dirige al pueblo judío, el pueblo del pacto, los primeros receptores de las promesas de Dios. Este "primeramente" señala un orden divino en la dispensación de la salvación: primero al judío, y también al griego (Romanos 1:16). Es un recordatorio de la fidelidad de Dios. A pesar de que ellos habían rechazado y crucificado al Mesías, Dios, en su gracia insondable, les ofrece la primera oportunidad de arrepentirse y recibir el perdón. Es la bondad de Dios que guía al arrepentimiento (Romanos 2:4).
La Iniciativa de Dios: "Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió..."
El versículo comienza con la acción soberana de Dios. La salvación no se origina en el deseo del hombre, sino en el corazón amoroso del Padre. Observemos los verbos que describen la obra de Dios:
"Habiendo levantado a su Hijo": Esta frase tiene un doble significado. Primero, se refiere indudablemente a la resurrección. Dios el Padre resucitó a Jesús de entre los muertos, vindicándolo completamente y demostrando que Él era quien decía ser. La resurrección es el sello divino sobre la obra redentora de Cristo. Sin ella, nuestra fe sería vana (1 Corintios 15:17). Pero "levantar" también puede aludir a la exaltación de Jesús a la posición de Sumo Sacerdote y Rey a la diestra del Padre. Dios lo levantó para ser Príncipe y Salvador (Hechos 5:31).
"Lo envió": Este envío no se refiere primariamente a la encarnación (Juan 3:16), sino al envío post-resurrección. Jesús resucitado fue enviado en el poder del Espíritu Santo a través de la proclamación apostólica. Es el Cristo vivo y exaltado quien ahora se presenta al mundo a través de la Palabra y el Espíritu. Dios no es un ser distante; es un Padre que activamente envía a su Hijo exaltado para alcanzar a la humanidad perdida.
La base de toda bendición posible para nosotros se encuentra en esta acción divina: un Salvador, levantado de entre los muertos y enviado con autoridad. Nuestra esperanza no está en filosofías humanas o en esfuerzos morales, sino en el hecho histórico y transformador de que Jesús vive.
El Propósito de la Gracia: "...para que os bendijese..."
¿Cuál fue el motivo detrás de esta monumental acción divina? La respuesta es gloriosa y humillante: bendecir. Dios envió a su Hijo resucitado con un propósito fundamentalmente positivo y generoso. Su intención última no es condenar, sino bendecir (Juan 3:17).
Pero, ¿en qué consiste esta bendición? El contexto de Hechos y todo el Nuevo Testamento nos lo aclara. No es primariamente una bendición material o de prosperidad terrenal, aunque Dios cuida de nosotros. La bendición suprema que Cristo, el Hijo levantado, trae es el perdón de los pecados (Hechos 2:38). Es la justificación, por la cual somos declarados justos delante de Dios (Romanos 5:1). Es la adopción, que nos convierte en hijos amados del Padre (Gálatas 4:4-7). Es la morada del Espíritu Santo, que nos sella, guía y fortalece (Efesios 1:13-14). Es la paz con Dios que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7). Es la esperanza viva de una herencia eterna e incorruptible (1 Pedro 1:3-4).
Dios no envió a Jesús para imponer una carga pesada, sino para liberarnos de la carga más pesada de todas: la culpa y el poder del pecado. Su misión fue, y sigue siendo, bendecirnos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efesios 1:3).
La Respuesta Requerida: "...a fin de que cada uno se convierta de su maldad."
La gracia de Dios es libre, pero no es barata. Exige una respuesta. El versículo establece un vínculo inseparable entre el propósito de Dios (bendecir) y la respuesta del hombre (convertirse). La bendición no se recibe de forma pasiva; se apprehende mediante el arrepentimiento.
La frase "a fin de que" indica que el arrepentimiento es el canal designado por Dios para recibir la bendición de la salvación. No es una obra que gana el favor de Dios, sino el giro fundamental del corazón que se alinea con la oferta de Dios.
Observemos la naturaleza personal de este llamado: "cada uno". El evangelio es un mensaje universal, pero su aplicación es profundamente individual. Nadie puede arrepentirse por ti. Es una decisión que cada persona debe tomar ante Dios.
Y el llamado es a "convertirse de su maldad". El arrepentimiento (del griego metanoia) significa un cambio de mentalidad, una transformación radical en la forma de pensar que resulta en un cambio de dirección en la vida. Es alejarse deliberadamente del pecado, de la auto-suficiencia y de la rebelión para volverse hacia Dios, en fe y sumisión. No se trata simplemente de sentir remordimiento, sino de dar la espalda a la "maldad", a todo aquello que se opone a la santa voluntad de Dios.
Conclusión: El Llamado que Resuena Hoy
Hechos 3:26 presenta el mensaje del evangelio en una cápsula poderosa: La iniciativa es de Dios, quien envió a su Hijo resucitado. El propósito es la bendición suprema de la salvación. La condición es el arrepentimiento personal.
Este mensaje no era solo para el pueblo judío del primer siglo. El "a vosotros primeramente" se ha expandido para alcanzar a toda tribu, lengua, pueblo y nación. Hoy, Dios, en su misericordia, está enviando a su Hijo exaltado a tu vida a través de esta Palabra. Su deseo para ti no es condenación, sino bendición. Te ofrece perdón, paz, propósito y vida eterna.
Pero esta oferta gloriosa requiere tu respuesta. ¿Estás dispuesto a cumplir la condición? ¿Te convertirás hoy de tu maldad, de tu camino de indiferencia, de pecado o de auto-justificación, y te volverás a Cristo por fe? Él está listo para bendecirte. El arrepentimiento es la puerta de entrada a la más grande de todas las bendiciones: una relación restaurada con el Dios vivo.
Oración
Padre misericordioso y Dios de toda gracia,
Te damos gracias porque tu corazón siempre se ha inclinado a bendecirnos. Gracias porque, en tu amor, levantaste a tu Hijo Jesucristo de entre los muertos y lo enviaste a este mundo quebrantado, no para condenar, sino para salvar y bendecir.
Reconocemos, Señor, que a menudo hemos vivido en nuestra propia maldad, buscando bendición en lugares que no eres Tú. Hoy, nos arrepentimos. Nos volvemos de nuestro pecado, de nuestra autosuficiencia y de nuestra indiferencia. Nos volvemos a Ti, confiando plenamente en la obra perfecta de tu Hijo, Jesucristo, en la cruz y en su poderosa resurrección.
Te pedimos que la bendición prometida en tu Palabra sea una realidad en nuestras vidas. Límpianos, restáuranos y llénanos de tu Espíritu Santo. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo de tu gracia transformadora.
Ayúdanos a vivir cada día en el gozo de esta bendición y en la humildad de un corazón arrepentido. En el nombre poderoso de Jesús, el Hijo que levantaste y enviaste, Amén.
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