NUESTRA MORADA ETERNA

"Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos".
(2 Corintios 5:1, RVR60)

El apóstol Pablo, al escribir estas palabras a los corintios, nos recuerda una de las verdades más reconfortantes de la vida cristiana: nuestra vida terrenal es temporal, pero tenemos la certeza de que Dios ha preparado para nosotros una morada eterna en los cielos. Este versículo nos invita a reflexionar sobre la transitoriedad de nuestra existencia física y la seguridad de nuestra esperanza eterna en Cristo.

1. Nuestra vida terrenal es temporal
Pablo describe nuestro cuerpo físico como un "tabernáculo" o tienda, una estructura frágil y temporal que eventualmente se deshará. En el contexto bíblico, un tabernáculo era una tienda portátil que el pueblo de Israel usaba como lugar de adoración mientras peregrinaba por el desierto. Así también, nuestro cuerpo es una tienda temporal donde habitamos mientras peregrinamos por esta vida.

La comparación con un tabernáculo nos enseña que nuestra vida terrenal es pasajera. Los cuerpos humanos son vulnerables al envejecimiento, las enfermedades y, finalmente, a la muerte. A pesar de que esta realidad puede ser difícil de aceptar, Pablo nos anima a ver más allá de lo temporal hacia la esperanza que tenemos en Cristo.

2. Nuestra esperanza está en una casa eterna
Aunque nuestro cuerpo físico se desgaste y finalmente deje de existir, Pablo declara con convicción que "tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos". Esta casa eterna es una referencia a nuestro cuerpo glorificado y la vida eterna que disfrutaremos con el Señor en Su presencia.

Jesús mismo prometió esta morada celestial cuando dijo:

"En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros".
(Juan 14:2, RVR60)

Dios ha preparado para nosotros una morada eterna que no está sujeta a la corrupción ni a la decadencia. Esta casa celestial simboliza la perfección y la plenitud que experimentaremos cuando estemos en comunión directa con Dios.

El hecho de que esta morada sea "no hecha de manos" significa que es obra de Dios mismo, no de esfuerzos humanos. Nuestra esperanza eterna no está fundamentada en nuestras obras o méritos, sino en la gracia y el poder soberano de Dios.

3. La seguridad de nuestra esperanza
La expresión "tenemos de Dios" refleja una seguridad absoluta. Pablo no dice que podríamos tener o que esperamos tener; él afirma con certeza que tenemos esa morada eterna. La salvación y la vida eterna no son promesas inciertas o dudosas, sino realidades seguras para quienes están en Cristo.

Esta certeza está basada en la obra redentora de Jesús. A través de Su muerte y resurrección, Jesús nos ha asegurado la vida eterna. El Espíritu Santo, que mora en nosotros, es la garantía de que Dios cumplirá Su promesa:

"El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios."
(Romanos 8:16, RVR60)

Por tanto, aunque enfrentemos aflicciones, enfermedades o incluso la muerte, tenemos la seguridad de que nada podrá separarnos del amor de Dios y de la herencia que Él nos ha prometido.

4. Una perspectiva eterna que transforma nuestra vida presente
Cuando comprendemos que esta vida es temporal y que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos, nuestra perspectiva cambia. Las dificultades y los sufrimientos de esta vida se vuelven más soportables cuando los vemos a la luz de la gloria eterna que nos espera:

"Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria".
(2 Corintios 4:17, RVR60)

Pablo nos anima a vivir con los ojos puestos en lo eterno. No debemos aferrarnos a las cosas materiales o temporales, sino buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia. Cuando vivimos con esta perspectiva, encontramos fortaleza y paz en medio de las pruebas porque sabemos que nuestra recompensa final está asegurada en Cristo.

Conclusión
2 Corintios 5:1 nos recuerda que nuestro cuerpo físico es frágil y temporal, pero Dios nos ha prometido una morada eterna y gloriosa en Su presencia. Esta verdad debe traer consuelo y esperanza a nuestros corazones, especialmente en tiempos de sufrimiento y pérdida. La certeza de que Dios ha preparado para nosotros una casa eterna nos anima a vivir con valentía y fidelidad, sabiendo que lo mejor está por venir.

Oración
Señor Dios Todopoderoso,
Te doy gracias porque en medio de la fragilidad de esta vida terrenal, me das la seguridad de una morada eterna en los cielos. Ayúdame a vivir con la mirada puesta en lo eterno, confiando en que, aunque este cuerpo se desgaste y esta vida pase, Tú tienes preparada para mí una casa no hecha de manos, eterna y gloriosa en Tu presencia. Fortaléceme en las pruebas y ayúdame a vivir con fe y esperanza, sabiendo que en Ti tengo una herencia incorruptible. Gracias por la salvación y por la certeza de la vida eterna en Cristo Jesús.
En el nombre de Jesús, amén.

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