TRABAJAR CON PROPÓSITO: SUPERANDO LA VANIDAD DE LA ENVIDIA

"He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu". Eclesiastés 4:4 (RVR60).

El libro de Eclesiastés, escrito por el sabio rey Salomón, ofrece una reflexión profunda sobre el significado de la vida, el trabajo y los deseos humanos. Este versículo en particular destaca una observación preocupante: que muchas veces el esfuerzo humano y el logro personal no se guían por motivos puros, sino por la competencia y la envidia. Salomón llama a esta dinámica "vanidad y aflicción de espíritu", señalando lo vacío y frustrante que resulta vivir impulsados por la comparación con los demás.

En la primera parte del versículo, "He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo", Salomón revela una realidad que sigue vigente hoy en día. En lugar de celebrar los logros de otros, el corazón humano caído tiende a compararse, deseando lo que los demás tienen. Esta envidia puede ser el motor de mucho trabajo y excelencia, pero es un motor destructivo. La envidia nunca está satisfecha y lleva a la insatisfacción y al resentimiento. Salomón nos invita a reflexionar sobre nuestras motivaciones: ¿trabajamos para agradar a Dios y para cumplir con nuestro propósito, o para competir y destacar frente a los demás?

La envidia también distorsiona nuestras relaciones. En lugar de construir comunidades de apoyo y celebración mutua, crea divisiones y conflictos. Cuando nuestras acciones están motivadas por la envidia, dejamos de ver a las personas como compañeros o amigos y comenzamos a verlas como rivales. Este tipo de mentalidad nos aleja del propósito de Dios para nuestras vidas, que es amar a nuestro prójimo y buscar la unidad en lugar de la competencia. La envidia, entonces, no solo afecta nuestro espíritu, sino que también corrompe las relaciones que Dios nos ha dado para bendecirnos.

Salomón describe esta dinámica como "vanidad y aflicción de espíritu". La palabra "vanidad" en Eclesiastés se traduce del hebreo "hebel", que significa algo vacío o sin sentido, como un soplo de aire. Cuando trabajamos por la envidia o la competencia, estamos persiguiendo algo que no tiene valor eterno. Aun si alcanzamos nuestras metas y superamos a quienes consideramos rivales, esa satisfacción es pasajera y no llena nuestro corazón. Por el contrario, nos deja con un "espíritu afligido", es decir, con un corazón cansado, frustrado y sin paz.

El mensaje de este versículo no es que el trabajo o la excelencia sean malos, sino que nuestras motivaciones deben ser correctas. La Biblia nos enseña que todo lo que hacemos debe ser para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31) y para servir a los demás con amor. El trabajo es una bendición cuando lo hacemos con el propósito de reflejar el carácter de Dios, cuidar de Su creación y ayudar a nuestro prójimo. Cuando nuestras motivaciones son puras, encontramos satisfacción en el trabajo, independientemente de cómo se comparen nuestros resultados con los de otros.

Para evitar caer en la trampa de la envidia, necesitamos cultivar un corazón agradecido y contento. La gratitud nos ayuda a enfocarnos en las bendiciones que ya hemos recibido de Dios, en lugar de desear lo que otros tienen. El contentamiento, por su parte, nos enseña a descansar en la provisión de Dios, sabiendo que Él nos da todo lo que necesitamos para cumplir Su propósito en nuestras vidas. Cuando reconocemos que nuestra identidad y valor están en Cristo y no en nuestras obras o en la aprobación de los demás, somos libres de trabajar con gozo y paz.

En última instancia, este versículo nos llama a buscar una perspectiva eterna. Salomón, al observar la vanidad de la envidia y la competencia, nos dirige hacia la necesidad de vivir con un propósito que trascienda las metas terrenales. La vida bajo el sol puede parecer vacía y frustrante si nos enfocamos solo en el éxito temporal, pero cuando trabajamos para el reino de Dios, nuestras obras adquieren un significado eterno. Dios nos invita a vivir para Su gloria, no para nuestra comparación con los demás.

Oración

Señor, gracias por recordarme que todo trabajo y excelencia deben estar motivados por amor y gratitud, no por envidia o competencia. Ayúdame a examinar mi corazón y a encontrar satisfacción en lo que Tú has provisto. Dame un espíritu agradecido y contento, y enséñame a trabajar para Tu gloria y para bendecir a otros, en lugar de buscar reconocimiento o comparación. Que mi vida refleje Tus propósitos y Tu amor en cada acción. En el nombre de Jesús, amén.

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