La Superstición

No tienen conocimiento aquellos que erigen el madero de su ídolo, y los que ruegan a un dios que no salva. – Isaías 45:20
Uno de los monumentos más antiguos de Estambul (Turquía) es la iglesia de la Divina Sabiduría o Hagia Sophia, construida en el siglo VI.
Su inmensa bóveda está sostenida por magníficas columnas de piedra; una de ellas es el principal centro de la curiosidad de los turistas. Al llegar allí, el guía se detiene y declara: «Si alguien quiere pedir un deseo, que toque esta columna y su deseo será cumplido». La piedra está tan gastada en esa zona debido a los millones de dedos que la han tocado, que se formó una pequeña cavidad. ¡Cuántos fútiles deseos de turistas y peregrinos! El pobre pide riquezas, el hambriento pan, el ciego la vista… Y la piedra, de generación en generación, proclama la insatisfacción de los hombres y al mismo tiempo denuncia su ignorancia.
Esa es la locura del hombre supersticioso, quien rechaza la verdad y cree la mentira, quien no quiere escuchar la voz del Dios vivo y le pide a una piedra, a una medalla o a cualquier miserable amuleto que lo proteja o lo libere de algo. Los tesalonicenses, a quienes el apóstol escribía, habían abandonado los ídolos y se habían vuelto al Dios vivo y verdadero (1ª Tesalonicenses 1:9).
Amigos creyentes, evitemos cualquier tipo de práctica supersticiosa, pues es una ofensa al verdadero Dios. Confiemos en él con todo nuestro corazón por medio de la oración. Dios nos ama y sabrá darnos todo lo que necesitamos.

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