• Se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y
puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta
copa… – Lucas 22:41-42.
“Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Vino a tomar nuestro lugar aceptando ser condenado por Dios, en la cruz
sufrió la ira de Dios contra nuestros pecados. Nadie podía compartir
esa condena ni ayudarle. Una imagen de ello es la manera en que el
pueblo de Israel atravesó el Jordán. Cuando cruzaban el río (símbolo de
la muerte), el arca (que representa a Cristo) fue la primera que entró
en el agua, y Dios pidió a su pueblo que se mantuviese a cierta
distancia de ella (Josué 3:4).
En el huerto de Getsemaní el Señor se alejó de sus discípulos para aceptar ser hecho pecado por nosotros en la cruz. “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11).
¿Quién habría podido seguirle cuando se acercó al Calvario para sufrir
en nuestro lugar la sentencia y la muerte? Una oscuridad sobrenatural
invadió todo el país durante tres horas, pues nadie debía ver esa escena
única en la que Jesús, crucificado, abandonado por Dios, recibía la
condenación por nuestros pecados.
Una vez pagada la deuda por nuestros pecados, Jesús exclamó: “Consumado es” (Juan 19:30).
Entonces todo cambió. La justicia de Dios fue satisfecha
definitivamente, el creyente está en paz y en comunión con su Salvador.
Jesús resucitado ya no está solo, pues asocia a todos sus redimidos en
su victoria. Su gozo consiste en encontrarse en medio de ellos y
decirles: “Paz a vosotros” (Juan 20:19).
Fuente: http://bit.ly/12n2VFC
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