Guía de ayuda para las manifestaciones de la soberbia

Manifestaciones de la soberbia

Autosuficiencia: creer que me basto a mi mismo, que no necesito de Dios ni de los demás.

Autocomplacencia: estar muy satisfecho de uno mismo y por eso gloriarse de sí mismo, auto alabarse, complacerse de todo.

Altanería: Actitud despreciativa hacia los demás en palabras, gestos, miradas, ponerse al tu por tu con los demás.

Vanidad: querer aparentar lo que no se es, actuar o hablar para quedar bien, aún a costa de la verdad.

Apropiarse de los méritos ajenos: ante los éxitos ajenos, manejar las cosas de tal que modo, que parezca que el mérito es mío y así sacar yo el provecho.

Afán de singularidad: buscar ser original, especial, para presumir o llamar la atención. Querer tener privilegios o derechos que los demás no tienen.

Desaliento: desanimarse ante los propios errores o fracasos y tomar una actitud de pesimismo y de reproche.

Falta de aceptación personal: no estar conforme consigo mismo y por eso auto reprocharse, reprocharle a Dios por como se es y por ello ser inseguro (en el fondo porque se sueña con una imagen ideal que no es real o porque se compara con los demás)

Envidia: mirar con malos ojos cualidades éxitos de otros, que lleven a desanimarse o a desear un mal a otro.

Orgullo: rebeldía, querer que todo se haga como una quiere, enojo cuando se le contradice, apego al propio juicio.

Dureza de juicio: terquedad, ser necio, juzgar despreciativamente a los demás, mal interpretar sus actos.

Egoísmo: querer ser el centro y criterio de todo, interesarse solo por si mismo y por sus cosas.

Imponer el propio juicio y gustos: querer que todos aprueben, acepten y apoyen las propias opiniones, gustos, iniciativas, sin aceptar la de los demás.

Timidez: temor a fallar, a no tener éxito o a caer mal a los demás, no por eso es callado, uno no se abre a los demás.

Cavilaciones: darle muchas vueltas y vueltas a las cosa, complicándolas más de lo que son.

Suspicacia: complicar mucho las cosas, buscando siempre en las acciones, palabras o gestos de los demás, una intención secreta hacia uno de lastimar, ridiculizar, engañar, etc.

Racionalismo: querer entender todo con la razón y la lógica personal, incluso los misterios de fe, y no aceptar lo que no “entre” por ahí.

Ambición: afán de triunfar, de tener éxito, para sentirse bien con uno mismo, sentirse poderoso, mejor que los demás.

Juicios temerarios: emitir juicios negativos sobre otros, sin fundamento en la verdad.

Crítica: manifestar abiertamente fallos, errores, defectos de los demás, con intención de dejar mal a la otra persona, ante otros.

Hipocresía y fariseísmo: expresar hacia fuera sentimientos, actitudes, propósitos, etc., consciente de que no corresponde a los hechos reales.

Espíritu calculador: calcular siempre en todo los beneficios y perjuicios que se van a obtener y actuar según la convivencia. Por desconfianza en los demás, estarse siempre cuidando de que los otros no lo vayan a herir o engañar.

Arrebatar la palabra

Centralizar en sí el juego o la conversación.



Virtudes a cultivar


  • Apertura y búsqueda de Dios: apertura y valoración de los demás , reconociendo y aceptando sus cualidades opiniones, etc.

  • Cultivar una sana autocrítica para reconocer con realismo las propias cualidades y defectos y atribuir lo bueno a dones recibido de Dios y a mérito personal.

  • Apertura y llaneza, bondad en el trato con los demás, sencillez y flexibilidad.

  • Pureza de intención y transparencia en el obrar y actuar, ser sencillamente lo que soy.

  • Reconocer, aceptar y a alabar los éxitos de los demás, con objetividad y libertad interior.

  • Humildad para reconocerse como uno más y buscar vivir con sencillez.

  • Aceptar con humildad y realismo las propias limitaciones (sin agrandarlas) y tomar una actitud de lucha y superación con confianza en Dios y sano optimismo.

  • Cimentar la seguridad personal en el amor personal de Dios, aprender a ver con objetividad todas las cualidades personales, verse desde Dios y no desde la opinión de otros o de una imagen soñada.

  • Valorar con sinceridad las cualidades de los demás, sin compararse, con la libertad de espíritu.

  • Desprendimiento personal y flexibilidad para abrirse a lo que es diferente, a los cambios, a los demás, etc.

  • Apertura de mente y de espíritu para aceptar diversidad de opiniones y criterios. Bondad de corazón para comprender a los demás. Juzgar siempre por el lado positivo.

  • Caridad y generosidad, apertura e interés sincero por los demás, sus gestos, necesidades, estar en actitud de entrega y servicio.

  • Desprendimiento personal y actitud de escucha para acoger iniciativas, opiniones, con disposiciones de adaptarse a los demás.

  • Apertura sencilla y seguridad personal. Ser lo que se es, sin cuestionar la opinión de los demás.

  • Visión objetiva de las cosas, sencillez y llaneza para no complicarlas.

  • Confianza en los demás, sencillez y seguridad personal.

  • Fe y espíritu sobrenatural. Humildad para aceptar la limitación humana de la razón.

  • Pureza de intención. Humildad para enriquecer a los demás. Buscar beneficios para otros y no solo para uno mismo.

  • Hablar sólo de los hechos de los que se conozca con certeza la verdad objetiva e informarse siempre bien antes de emitir un juicio.

  • Aprender a silenciar los errores ajenos y saber descubrir y alabar las cualidades o virtudes y saber defender a los demás cuando se presencia una crítica.

  • Autenticidad y transparencia en el hablar y en el obrar.

  • Sencillez y generosidad. Confianza en los demás, apertura sencilla y llana.

¿Es confiable la Biblia?

Después de escuchar por un momento las cuatro leyes espirituales con una extraña expresión el joven interrumpió a su compañero,

- "Disculpa Juan, ¿Puedo hacerte una pregunta?"

- Claro que si, ¿Cuál es?

- "Es interesante lo que me estás platicando, pero hay una cosa que me molesta. Después de cada punto que mencionas haces referencia a alguna parte de la Biblia y luego actúas como si eso diera por aclarado el asunto."

- "Bueno si lo doy por aclarado es porque creo que la Biblia es la Palabra de Dios--la comunicación de Dios hacia el hombre."

- El joven miraba fijamente a Juan de manera inconforme. "¿Pero cómo puedes creer que un libro escrito hace 2000 años es confiable? Además, ¿Qué me dices de todos los errores que pudieron haberse colado durante todos estos siglos cuando la escribían a mano?

- Juan sonrió. "Yo creo que Dios ha preservado su Palabra, así que la Biblia que tenemos ahora es básicamente la misma que salió de las plumas de los escritores originales."

- "Pero esos escritores originales eran solo hombres, producto de una cultura antigua; ¿Por qué hemos de creer que lo que ellos escribieron tiene validez en la actualidad?"

- "Creo que Dios inspiró a esos hombres en lo que escribieron"

- "El joven se inclinó hacia delante y habló resueltamente, "Pero yo he escuchado que aún algunos cristianos creen que Dios inspiró solamente las declaraciones doctrinales y morales de la Biblia, por lo tanto podrían haber errores en los hechos históricos y científicos."

- No, como ya te dije, yo creo que cada palabra de la Biblia es verdad ¡No me importa lo que los demás digan!

- El joven se puso en pie. "Ya veo que estoy hablando con la persona menos indicada. Yo no puedo simplemente apagar mi cerebro y tener una "fe ciega" como tú Juan..."

¿Es confiable la Biblia?

La inspiración de las Escrituras es una parte vital de las creencias de un cristiano; pero a menudo repetimos "como loros" nuestras convicciones a otras personas sin dar evidencias como apoyo. Para contestar la pregunta sobre la confiabilidad de la Biblia, primero debemos examinar la evidencia.

¿Cómo puedo saber que la Biblia que tengo ahora es la misma que se escribió originalmente?

¿Es nuestra Biblia actual una copia exacta del manuscrito original? ¿Ha sido el contenido original de la Biblia, desvirtuado por los escribas quienes insertaron, suprimieron o embellecieron los documentos a través de los siglos? ¿Existe alguna prueba imparcial para verificar la exactitud de la Biblia?

En la antigüedad escribían sobre papiros (hojas de plantas machacados) similares a nuestro papel, sin embargo al poco tiempo el material se descomponía y tenían que recopiarlo en un papiro nuevo. Al no tener los manuscritos originales la mejor forma de saber la confiabilidad del manuscrito es preguntándonos:
a) ¿Cuántas copias tenemos?
b) ¿Cuánto tiempo pasó entre el manuscrito original y nuestra copia más antigua disponible?

Mientras más copias se tengan será mas seguro restaurar el original, y si el intervalo de tiempo entre el original y la última copia es pequeño entonces se reduce la posibilidad de distorsión.

Veamos algunos ejemplos de la literatura antigua:

AUTOR FECHA DE
ESCRITURA
MAS TEMPRANA
COPIA
LAPSO DE TIEMPO # DE COPIAS
Platón (Tetralogías) 100-44 A.C. 900 D.C. 1000 anos 10
Herodoto (Historia) 480-425 A.C. 900 D.C. 1300 anos 9
Tácito (Anales) 100 D.C. 1100 D.C. 1000 anos 20
Tucídides (Historia) 460-400 A.C. 900 D.C. 1300 anos 8
Aristóteles 384-322 A.C. 1100 D.C. 1400 anos 5

Aristóteles escribió su obra Poética alrededor del 343 a. de J.C. Sin embargo la más antigua copia que tenemos de ella data del 1100 d. de J.C. Eso quiere decir que entre el original y esa copia hubo un periodo de 1400 años. Y solo existen cinco manuscritos de esta obra. Nadie jamas a cuestionado la confiabilidad de las obras de Aristóteles.

Cuando llegamos a la autoridad del nuevo testamento en lo que a manuscritos se refiere la abundancia de material es casi desconcertante. Hoy existen mas de 20,000 copias de manuscritos del nuevo testamento.

De la Iliada por ejemplo, existen solo 643 manuscritos y es la obra que ocupa el segundo lugar en cuanto a autoridad de manuscritos, después del Nuevo Testamento.

Tanto la Iliada como la Biblia fueron considerados sagrados y ambos sufrieron cambios textuales y la consiguiente critica de sus manuscritos griegos.

Aquí tenemos un análisis comparativo:

LIBRO # DE LINEAS LINEAS EN DUDAS CORRUPCION
TEXTUAL
Iliada 15,600 764 5 %
Nuevo Testamento 20,000 40 0.2 %

Geisler, NormanL. and William E. Nix. A General Introduction to the Bible. Chicago Moody Press, 1968,pag.366

Sir Frederic Kenyon, quien fue director y principal bibliotecario del Museo Británico, y cuya autoridad es indiscutible, al investigar sobre el valor de los documentos, concluye: "El intervalo entre las fechas de la composición original y la más primitiva evidencia existente llega a ser tan pequeño que, en efecto, es insignificante. De este modo, la ultima base para dudar en cualquier forma de que las Escrituras nos han llegado sustancialmente tal como fueron escritas, ha sido destruida. Tanto la autenticidad como la integridad general de los libros del Nuevo Testamento pueden considerarse como definitivamente establecidas".

(Sir Frederic Kenyon, The Bible and Archaeology, Nueva York, Harper and Row,1940,pags.288,289.)


Hasta ahora podemos saber que la Biblia que tenemos ahora es básicamente igual a lo que se escribió originalmente pero eso no demuestra que sea inspirada por un Dios ¿Cómo puedo saber que lo que escribieron originalmente estaba inspirado por Dios?

Todavía queda por determinar si ese documento escrito es creíble y hasta que punto. Ese es el problema de la critica interna, que es la segunda prueba que C. Sanders enumera sobre historicidad.

Esta prueba incluye un examen del contenido interno de un documento.

Algunos presentan la objeción de que no podemos confiar que la Biblia narre los hechos verdaderos debido a que los que lo escribieron eran seguidores de Cristo y ellos escribieron para que creyéramos.
Al respecto el Dr. Louis R. Gottschalck, ex profesor de historia en la universidad de Chicago, esquematiza su método histórico en una guía que muchos usan en la investigación histórica.

Gottschalck señala que la capacidad del escritor o del testigo para decir la verdad le es útil al historiador para determinar la credibilidad, "aunque el testimonio de tal capacidad se encuentre en un documento obtenido por fuerza o mediante fraude, o sea en cualquier otro sentido censurable, o se base en testimonios de referencia, o proceda de un testigo interesado".

(Louis R Gottschalck, Understanding History, Nueva York, Knopf, 1969, segunda edición, pag.150, pag, 161, 168.)


En otras palabras uno tiene que oír las afirmaciones del documento que esta analizando, y no asumir que hay fraude o error, a menos que el autor se descalifique a sí mismo mediante contradicciones o inexactitudes conocidas con respecto al texto.

O sea que el hecho de ser seguidores de Cristo no los descalifica para decir la verdad con respecto a Él.

¿Esta el testigo en posición de decir la verdad? Esta capacidad de decir la verdad esta íntimamente relacionada con la cercanía tanto en lo geográfico como en lo cronológico.

Los escritos del Nuevo Testamento sobre la vida y enseñanza de Jesús fueron redactados por hombres que habían sido testigos oculares de los eventos reales y de las enseñanzas de Cristo, o por personas que relataron lo que les dijeron directamente estos testigos oculares.

Lc.1:1-3 2P. 1:16 1 Jn. 1:3 Jn. 19:35 Lc. 3:1

Esta proximidad a los acontecimientos que se escribieron es un medio muy efectivo para certificar la exactitud de lo que retiene el testigo.

Sin embargo, el historiador también tiene que hacer frente al testigo que consciente o inconscientemente dice falsedades, aunque haya estado cerca del evento y sea competente de decir la verdad.

Los datos que da el Nuevo Testamento con respecto a Cristo estaban en circulación durante el tiempo de la vida de testigos amistosos y hostiles.

Los creyentes usaron este conocimiento como un poderoso argumento en pro del evangelio; Ellos no solo dijeron: " Nosotros vimos esto" o "Nosotros oímos aquello" sino que voltearon posiciones y allí mismo enfrente de los críticos adversarios dijeron: "Vosotros también sabéis acerca de estas cosas ...vosotros las visteis, vosotros mismos sabéis acerca de ello"

Es mejor que uno tenga cuidado cuando les dice a sus opositores: "Vosotros mismo lo sabéis", pues si no tiene razón en los detalles, inmediatamente te agarran por el cuello y te derriban.

Hch. 2:22 Hch.26: 24-28

DOS EVIDENCIAS DE LA INSPIRACION DE LA BIBLIA

La Biblia misma declara ser la Palabra de Dios. Repite esta declaración mas de 3000 veces en sus 66 libros. Nadie puede leer el Antiguo o el Nuevo Testamento sin reconocer que los escritores creyeron haber recibido un mensaje de Dios (Génesis 15:1; Ezequiel 6:1; Lucas3:2; I Tesalonicenses 5:15). Los autores de la Biblia totalizados mas de 40, estaban convencidos que sus transcripciones fueron dadas por Dios. Ninguno sabía que sus escritos serían compilados en una colección de libros que nosotros conocemos como Biblia. Estos escritorios eran hombres de trasfondos y experiencias diferentes, quienes vivieron en un periodo de 1600 años. Solo muy pocos se conocieron entre sí.

Estos autores provienen de estratos sociales diferentes (pastores, reyes, sacerdotes etc.), de épocas diferentes (un periodo de 1600 años) de lugares diferentes (3 continentes) la mayoría de ellos jamás se conocieron pero hablan en completa armonía sobre temas muy controversiales como, el origen del hombre, el carácter de Dios, el propósito de la vida etc. Hay una unidad en el libro, el paraíso perdido en Génesis es recuperado en Apocalipsis.
Esto sería una muy extraña coincidencia, a menos que hubiera un redactor detrás de todos ellos. La Biblia declara que este redactor es Dios. 1Pe. 1:21

La segunda evidencia son las profecías cumplidas en la historia.
Existen mas de 300 profecías sobre el Mesías que se cumplieron en la persona de Cristo.
La probabilidad de que un hombre cumpliera simultáneamente tan solo 8 de las 300 profecías han sido calculadas por Peter Stoner es de 1 en 1017 o sea 1 en 100.000.000.000.000.000 para tratar de imaginar esto supón que tomamos monedas de 10 pesos y las esparcimos por todo el estado de Chihuahua, tendrían una altura aproximada de 70cm. Marcamos 1 moneda, las revolvemos bien, le vendamos a un hombre los ojos, le pedimos que camine en cualquier dirección los días que quiera, se detenga y entonces meta la mano a cualquier profundidad y al tomar la primera moneda esta sea la marcada.

Se necesita mucha fe para creer que todo esto es casualidad.
La conclusión más lógica es que la Biblia es lo que dice ser: La Palabra de Dios.


LOS SIETE PECADOS CAPITALES

Introducción:


En contraste con nuestra época, la ética medieval poseía claras delimitaciones. De esta manera el hombre medieval cuenta con una suerte de código de conducta que le señala claramente como debe ser su actuar. Esta codificación tiene su base, por un lado, en las llamadas “Virtudes Cardinales”, verdaderas llaves maestras que posibilitan el ejercicio de una conducta conforme con lo que es éticamente correcto. Por otro lado, los “Pecados Capitales” (denominados así por ser “cabeza” o principio de todos los demás pecados) muestran claramente la cuna de todo lo moralmente reprobable. Esta codificación moral, que si bien fue formulada en el medioevo tiene una sorprende actualidad, está cruzada transversalmente por una problemática ética fundamental: la posibilidad de acoger hospitalariamente al “otro”, al prójimo (el que está próximo) como una persona válida por sí misma. Dicho de otra manera el entender a los seres humanos que están frente a mí, cualquiera sea su condición, como un “interlocutor válido”, como un fin en sí mismo. Como veremos más adelante, Lo que verdaderamente constituye el mal moral es entender al “otro” como un “medio”, como un objeto que puede ser utilizado para el propio beneficio, en conformidad al principio del “amor a sí mismo”. Veamos a continuación una síntesis de la definición de cada uno de estos concepto, nos hemos basado en un antiguo pero esclarecedor “diccionario de teología” (se han alterado la redacción, la extensión y la ortografía castellana antigua en función de la comprensión, así mismo se han traducido algunas citas que en el texto original aparecen en latín)


Pecados Capitales


1. La Soberbia.

Es el principal de los pecados capitales. Es la cabeza de “todos” los restantes pecados. Recordemos que por esta falta, según la teología cristiana, el hombre fue expulsado del jardín del paraíso. Es una ofensa directa contra Dios, en cuanto el pecador cree tener más poder y autoridad que Dios. En general es definida como “amor desordenado de sí mismo”. Según Santo Tomás la soberbia es “un apetito desordenado de la propia excelencia”. Se considera pecado mortal cuando es perfecta, es decir, cuando se apetece tanto la propia exaltación que se rehúsa obedecer a Dios, a los superiores y a las leyes. Se trata de renunciar a Dios en cuanto es Verdad y sentido conductor de la existencia e instalarse a sí mismo como Verdad suprema e infalible y como fundamento de la acción humana. De la misma manera, y guardando las distancias, se aplica al respeto y a la consideración que los subordinados le deben a las autoridades legítimamente constituidas. De la soberbia se desprenden las siguientes faltas menores:


· La vanagloria: es la complacencia que uno siente de sí mismo a causa de las ventajas que uno tiene y se jacta de poseer por sobre los demás. Así mismo, consiste en la elaborada ostentación de todo lo que pueda conquistarnos el aprecio y la consideración de los demás.

· La Jactancia: falta de los que se esmeran en alabarse a sí mismos para hacer valer vistosamente su superioridad y sus buenas obras. Sin embargo, no es pecado cuando tiene por fin desacreditar una calumnia o teniendo en miras la educación de los otros.

· El Fausto: consiste en querer elevarse por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales; llegando más allá de lo que permiten sus posibilidades económicas.

· La altanería: Se manifiesta por el modo imperioso con el que se trata al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.

· La ambición: Deseo desordenado de elevarse en honores y dignidades como cargos o título, sólo considerando los beneficios que les son anexos, como la fama y el reconocimiento

· La hipocresía: simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tienen.

· La presunción: consiste en confiar demasiado en sí mismo, en sus propias luces, en persuadirse a uno mismo que es capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones, ciertos empleos que sobrepasan sus fuerzas o sus capacidades. Esta falta es muy común porque son rarísimos los que no se dejan engañar por su amor propio, los que se esfuerzan en conocerse a sí mismos para formar un recto juicio sobre sus capacidades y aptitudes.

· La desobediencia: es la infracción del precepto del superior. Es pecado mortal cuando esta infracción nace del formal desprecio del superior, pues tal desprecio es injurioso al mismo Dios. Pero cuando la violación del precepto no nace del desprecio sino de otra causa y considerando la materia y las circunstancias del caso, puede ser considerada una falta menor.

· La pertinacia: consiste en mantenerse adherido al propio juicio, no obstante el conocimiento de la verdad o mayor probabilidad de las observaciones de los que no piensan como el sujeto en cuestión.

El remedio radical contra la soberbia es la humildad. Según el cristianismo, “Dios abate a los soberbios y eleva a los humildes (Luc. 14)

2. La Acidia (Pereza).

Es el más “metafísico” de los Pecados Capitales en cuanto está referido a la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia en cuanto tal. Es también el que más problemas causa en su denominación. La simple “pereza”, más aún el “ocio”, no parecen constituir una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de “acidia” o “acedía”. Tomado en sentido propio es una “tristeza de animo” que nos aparta de las obligaciones espirituales y divinas, a causa de los obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno, los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital.

Tomada en sentido estricto es pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la voluntad, nos entristecemos o sentimos desgano de las cosas a las que estamos obligados; por ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.

Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda pecado mortal.

Son efectos de la pereza:

· La repugnancia y la aversión al bien que hace que este se omita o se practique con notable defecto.

· la inconsistencia en el bien, la continua inquietud e irresolución del carácter que varía, a menudo, de deseos y propósitos, que tan pronto decide una cosa como desiste de ella, sin ejecutar nada.

· Una cierta pusilanimidad y cobardía por la cual el espíritu abatido no se atreve a poner manos a la obra y se abandona a la inacción.

· La desesperación de considerar que la salvación es imposible, de tal manera que lejos de pensar el hombre en los medios de conseguirla se entrega sin freno alguno a sus propias pasiones.

· La ociosidad, la fuga de todo trabajo, el amor a las comodidades y a los placeres.

· La curiosidad o desordenado prurito de saber, ver, oír, que constituye la actividad casi exclusiva del perezoso.

En el fondo, la acidia se identifica con el “aburrimiento”. Pero no con ese aburrimiento objetivo que nos hace escapar de una cosa, de una situación o de una persona en particular. Más bien se refiere al “aburrimiento” que sentimos frente a la existencia toda, frente al hecho de existir y de todo lo que esto implica. La vida nos exige trabajo, esfuerzo para actuar según lo que se debe, esfuerzo que no es ni gratuito ni fácil. Cuando no somos capaces de asumir este costo (este trabajo) y desconocemos aquello que debemos “hacer” en la existencia, la vida humana se transforma en un vacío que me causa “horror”; se transforma en un vacío que me angustia y del cual escapamos constantemente casi sin darnos cuenta. De hecho ‘aburrimiento’ significa originariamente “ab horreo” (horror al vacío). Decíamos que la acidia es el más metafísico de los pecados capitales parque implica no asumir los costos de la existencia, de escapar constantemente de hacer lo que se debe, por no saber lo que se debe.

3. La Lujuria.

Tradicionalmente se ha entendido la lujuria como “appetitus inorditatus delectationis venerae” es decir como un apetito desordenado de los placeres eróticos. La tradición cristiana subdividió este pecado en la simple fornicación, el estupro, el rapto, el incesto, el sacrilegio, el adulterio, el pecado contra la naturaleza, comprendiendo bajo esta última especie, la polución voluntaria, la sodomía y la bestialidad. La lujuria sería siempre un “pecado mortal” pues involucra directamente la utilización del otro, del prójimo, como un medio y un objeto para la satisfacción de los placeres sexuales.

Hay en este pecado dos grandes principios en juego: el verdadero concepto del amor y la finalidad de la sexualidad. El cristianismo –y gran parte de la tradición clásica especialmente la griega–, entienden por “amor” algo muy distinto de lo que el mundo contemporáneo comprende. El concepto de amor tiene una importancia central en el cristianismo. De hecho Dios mismo es identificado con el amor. Para el cristiano el amor es “superabundancia”, capacidad de dar y de darse, “caritas”, en definitiva: caridad, una de las tres Virtudes Teologales. De esta manera el amor implica un donarse, un darse por el otro, por el prójimo. Recordemos la segunda parte del único mandamiento que anuncia el Nuevo Testamento: “...amar al prójimo como a sí mismo”. El amor cristiano, y también el griego, está, de esta forma, desligado en su origen de cualquier tipo de sexualidad, incluso de la corporeidad. Lo erótico es una consecuencia, un plus totalmente prescindible. La casi sinonimia entre amor y sexo es producto de la modernidad. El “hacer el amor” como sinónimo de “relación sexual” es el mejor ejemplo de lo anterior. La Lujuria sería entonces totalmente contraria al amor –y a Dios– entendido en términos cristianos. El pecado de la lujuria no considera al otro como una “persona” válida y valiosa en sí misma, como un fin en sí misma por el cual tendríamos que darnos. El otro pasa a ser un objeto una cosa que satisface la más fuerte de las satisfacciones corporales, el placer sexual. Aun más, el sujeto mismo que incurre en un acto lujurioso se convierte a sí en un objeto, que olvida o suspende su propia dignidad.Por otro lado, para el pensamiento cristiano la sexualidad tiene una finalidad preestablecida, única y clara. La reproducción y la perpetuación de la especie. Esta clara finalidad da también sentido a la existencia del hombre ordenado su acción en vista del amor de Dios. La lujuria, en cambio, que no tiene en vistas la finalidad de la reproducción y que por esto pierde todo sentido, se convierte en una acción bacía, sin sentido, que de alguna manera nadifica al hombre y lo aleja del Ser de Dios.

4. La Avaricia.

La teología cristiana explica el pecado de la avaricia como “amor desordenado de las riquezas”, es desordenado, continua, “porque lícito es amar y desear las riquezas con fin honesto en el orden de la justicia y de la caridad, como por ejemplo, si se las desea para cooperar más eficazmente con al gloria de Dios, para socorrer al prójimo etc. El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas; “esa pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; esa economía sórdida que guarda los tesoros sin hacer uso de ellos aun para las causas más legítimas; ese afecto desordenado que se tiene a los bienes de la tierra, de donde resulta que todo se refiere a la plata, y no parece que se vive para otra cosa que para adquirirla.”

“La avaricia, por consiguiente, es pecado mortal siempre que el avaro ame de tal modo las riquezas y pegue su corazón a ellas que está dispuesto a ofender gravemente a Dios o a violar la justicia y la caridad debida al prójimo, o a sí mismo.”

En la avaricia se ven claramente los elementos comunes a todos los pecados. Por una lado, el avaro pierde el verdadero sentido de su acción poniendo el fin en lo que debería ser un medio, en este caso la obtención y la retención de las riquezas. Lo que importa al cristianismo es que el prójimo reciba, en justicia, la caridad que todos le debemos al menesteroso. La avaricia es directamente contraria a la caridad en cuanto es un “no dar”, más aun en privar a otros de sus bienes para tener más que retener. Por otro lado, el privar al otro de sus bienes, muchas veces con malas artes, y retener estos bienes en perjuicio del otro, es también negar al otro en su calidad de persona, de fin en sí. Se lo utiliza para satisfacer, mediante la acumulación de riquezas, el principio del amor a sí mismo.

Son “hijos” o faltas menores de la avaricia: el fraude, el dolo, el perjurio, el robo y el hurto, la tacañería, la usura, etc.

5. La Gula.

Como “uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida” es definido este pecado. La definición teológica se complementa con que “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo; al contrario, en el efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente con el deber de su propia conservación. Prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. De esta manera, la religiosidad latina especifica estas faltas en: proepropere: comer antes de tiempo o cuando se debe abstener de comer, por ejemplo en los días de ayuno señalados por la Iglesi; laute: cuando se comen manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebe o se come en perjuicio de la salud de la persona; ardenter: cuando se como con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:

· Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad.

· Cuando el deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.

· Cuando es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia.

· Cuando trasgrede los preceptos de la Iglesia en los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos.

· Cuando se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.

· Cuando se auto infiere grabe daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean.

Además de lo dicho por la teología tradicional, la gula tiene un aspecto que no debemos dejar de considerar. La gula es la manifestación física de un apetito más profundo y significativo. El que cae en las tentaciones de la gula, no sólo quiere consumir comida. Quiere, de alguna manera, ingerir todo el universo. Asimilar, hacer suyo, todo lo exterior, reducir todo lo otro a sí mismo. En este sentido la gula se mimetiza estrechamente con la lujuria, se trata de ponerse por sobre lo otro, reducirlo, objetivarlo y hacerlo suyo. De esta manera el “glotón” se transforma en el único centro de referencia, en conformidad con el principio del amor a sí mismo. El asimilar, reducir, el universo en general y al prójimo en particular a sí mismo es la más radical negación del otro.

6. La Ira.

Appetitus inordinatus vindictae” es decir, un “apetito desordenado de venganza”. “Que se excita –continua la definición latina– en nosotros por alguna ofensa real o supuesta. Requiérase, por consiguiente, para que la ira sea pecado, que el apetito de venganza sea desordenado, es decir, contrario a la razón. Si no entraña este desorden no será imputado como pecado”. De esto ultimo se desprende que habría una ira “buena y laudable” si no excede los límites de una prudente moderación y tiene como fin suprimir el mal y reestablecer un bien. “El apetito de venganza es desordenado o contrario a la razón, y por consiguiente la ira es pecado, cuando se desea el castigo al que no lo merece, o si se le desea mayor al merecido, o que se le infrinja sin observar el orden legítimo, o sin proponerse el fin debido que es la conservación de la justicia y la corrección del culpable. Hay también pecado en la aplicación de la venganza, aunque esta sea legítima, cuando uno se deja dominar por ciertos movimientos inmoderados de la pasión. De esta manera la ira se convierte en pecado gravísimo porque vulnera la caridad y la justicia. Son hijos de la Ira: el maquiavelismo, el clamor, la indignación, la contumelia, la blasfemia y la riña”.

De la definición anterior se desprende que la ira es el uso de una fuerza directa o verbal que trasgrede los límites de la legitima restitución de un bien ofendido. La violencia, entendida como el uso de la fuerza, si es desmedida, es claramente una anulación del otro. En el asesinato, por ejemplo, que no corresponde a la legítima defensa, se pretende evidentemente la nadificación del otro. En el leguaje, mediante la ofensa o el improperio, encontramos también el deseo de perjuicio e incluso de nulidad del otro.

Es importante hacer notar que el uso de la fuerza en contra del prójimo no siempre es un mal moral. Debe ser entendida como un mal menor si el fin por el cual se realiza no es sólo la anulación del otro sino que persigue fines legítimos como la conservación de la vida propia o de terceros. Tal es el caso de la “guerra legítima” que procura evita la propia muerte o la privación de la legítima libertad a mano de un invasor, la legítima defensa. El uso de la fuerza se justifica también cuando se procura, con esto, el bien del otro, evitando de esta manera un daño mayor que el dolor que se infringe.

La ira se convierte en pecado gravísimo cuando nuestro instinto de destrucción sobrepasa toda moderación racional y, desbordando todo límite dictado por una justa sentencia, se desea sólo la inexistencia del prójimo.

7. La Envidia

La envidia es definida como “Desagrado, pesar, tristeza, que se concibe en el ánimo, del bien ajeno, en cuanto este bien se mira como perjudicial a nuestros intereses o a nuestra gloria: tristia de bono alteriusin quantum est diminutivum propiae gloriae et excellentiae” De esta manera, para saber si la envidia es una falta moral, es necesario investigar el verdadero motivo que produce la tristeza que se siente frente al bien que posee el prójimo. De esta manera la envidia no es pecado cuando:

· Nos entristecemos por el cargo, potestad o bienes materiales alcanzado por quien no los merece y podría hacer mal uso de esa autoridad causando grave daño a sus semejantes.

· sentimos insatisfacción por los bienes que posee quien no los merece y en vista de que nosotros le daríamos mejor fin. Por ejemplo, el que abunda en riquezas haciendo mal uso de ellas: los avaros que no hacen uso de sus bienes ni para beneficio propio ni para el de los demás.

· otras veces, nos entristecemos, no tanto de lo que el otro posee como del hecho de que nosotros carecemos de ese bien, si esta constatación nos muestra el tiempo y las oportunidades perdidas y alienta nuestro propio sentido de superación.

La envidia es falta gravísima, cuando nos incomoda y angustia a tal grado el bien o los bienes materiales del otro, que deseamos verlo privado de aquellos bienes que legítimamente a conseguido y al que, nosotros, por nuestra impotencia, no hemos logrado conseguir. De esta manera, este deseo de ver privado al otro de sus bienes nos puede conducir a procurar, por todos los medios, a efectivamente quitarle esos bienes o de hacer ver, con el uso del chismorreo, que aquel no debería poseer lo que posee. La mentira, la traición, la intriga, el oportunismo entre otras faltas se desprenden de esta tristeza frente al bien ajeno y a nuestra propia incapacidad de acceder a tales bienes.

Fdo. Mauricio González U.

Aclaración

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