Mateo 6:15 (RVR60)
"Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas."
Introducción: Un Versículo que Nos Interpela
Estas palabras de Jesús, pronunciadas en el Sermón del Monte, son de una claridad y severidad que no admiten interpretaciones ambiguas. Forman parte de la explicación del Padrenuestro, justo después de la petición: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12). Este versículo nos confronta directamente, desafiando cualquier noción de una gracia barata o de un perdón unilateral que no transforma nuestro corazón. No es una sugerencia, sino una declaración solemne sobre la naturaleza misma del reino de Dios.
1. La Condición Ineludible
Jesús establece una conexión directa e inquebrantable entre el perdón que recibimos y el perdón que otorgamos. La estructura de la frase es condicional: "Si no perdonáis... tampoco vuestro Padre os perdonará". Esto no significa que el perdón de Dios se gane mediante nuestras obras. Más bien, revela una realidad espiritual profunda: un corazón que se niega a perdonar es un corazón que no ha comprendido ni ha recibido verdaderamente el perdón de Dios.
Imaginemos a un hombre que, habiendo sido perdonado de una deuda millonaria, sale y exige hasta el último centavo a un compañero que le debe una cantidad insignificante. La incongruencia es evidente y repulsiva. De la misma manera, cuando comprendemos la magnitud de la ofensa que Dios nos ha perdonado—nuestra rebelión, nuestra ingratitud, nuestro pecado contra su santidad infinita—las ofensas que otros han cometido contra nosotros, por graves que sean, palidecen en comparación. Negarse a perdonar es como cerrar con llave la puerta de nuestro propio corazón, impidiendo que la gracia recibida fluya hacia los demás y, en consecuencia, endureciéndonos hasta el punto de no poder recibirla más.
2. El Perdón como Evidencia de Gracia
El perdón no es, en primer lugar, un sentimiento, sino una decisión de la voluntad. Es el acto de liberar a alguien de la deuda que tiene con nosotros, renunciando al derecho de vengarnos o de hacerles pagar. Cuando perdonamos, estamos imitando el carácter mismo de Dios. Efesios 4:32 nos exhorta: "Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo".
Nuestra capacidad para perdonar es la evidencia más tangible de que hemos sido transformados por el evangelio. Es la prueba de que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (Romanos 5:5). Un cristiano que alberga rencor, amargura y falta de perdón es una contradicción viviente. Es como un árbol que afirma estar vivo pero cuyas ramas están secas y sin fruto. El perdón es el fruto inevitable de un corazón que ha sido inundado por la misericordia divina.
3. Las Cadenas del No Perdón
Cuando nos negamos a perdonar, no dañamos primordialmente a la persona que nos ofendió. Las cadenas del rencor nos atan primero a nosotros mismos. La amargura envenena nuestro espíritu, contamina nuestras relaciones y nos impide experimentar la plenitud de la paz de Dios. Es un veneno que bebemos esperando que el otro muera.
La falta de perdón:
Nos ata al pasado: Nos convierte en prisioneros de un evento que ya ocurrió, obligándonos a revivirlo una y otra vez.
Nubla nuestra comunión con Dios: Crea una barrera en nuestra relación con el Padre, ya que nuestro corazón endurecido no puede acercarse a Él con sinceridad.
Distorsiona nuestra perspectiva: La amargura actúa como un lente que tiñe todas nuestras experiencias y relaciones.
Jesús no nos llama a perdonar para que el ofensor "se salga con la suya", sino para que nosotros seamos libres. El perdón es un acto de liberación personal.
4. El Camino Práctico del Perdón
Perdonar no es negar el dolor ni pretender que la ofensa no fue grave. Jesús, desde la cruz, no negó el pecado de sus verdugos, sino que oró: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). El perdón auténtico reconoce la herida, pero elige, por la gracia de Dios, no exigir el pago de la deuda.
¿Cómo podemos perdonar cuando el dolor es tan profundo?
Reconociendo nuestro propio pecado y el perdón recibido: Meditar en la cruz es el antídoto más poderoso contra la falta de perdón.
Decidiendo por acto de la voluntad: Elegimos perdonar, aunque no sintamos el deseo de hacerlo. Es un acto de obediencia a Cristo.
Orando por quien nos ofendió: La oración cambia nuestro corazón. Pedir a Dios que bendiga a quien nos hirió es un paso revolucionario hacia la libertad.
Renunciando a la venganza: Dejamos la justicia en las manos de Dios, quien juzga con perfecta equidad (Romanos 12:19).
Conclusión: Un Corazón que Refleja al Padre
Mateo 6:15 es, en última instancia, una invitación a vivir en la realidad del reino de Dios. Es una llamada a tener un corazón que refleje el carácter de nuestro Padre celestial, un corazón expansivo, misericordioso y libre. No podemos dar lo que no hemos recibido, y no podemos retener lo que hemos recibido sin corromperlo. El perdón fluye desde el trono de la gracia hasta nosotros, y está diseñado para pasar a través de nosotros hacia un mundo herido. Hoy, examinemos nuestro corazón. ¿Hay alguien a quien necesitemos liberar para ser nosotros mismos liberados?
Oración
Padre misericordioso y lleno de gracia,
Te acercamos hoy nuestros corazones, reconociendo que a menudo son frágiles y propensos a guardar rencor. Ante la solemne verdad de tu Palabra en Mateo 6:15, nos postramos delante de ti con humildad.
Señor, danos un corazón que comprenda la inmensidad del perdón que hemos recibido en Cristo. Ayúdanos a ver la cruz con claridad, para que nuestras ofensas, por grandes que nos parezcan, sean vistas a la luz de tu infinita misericordia hacia nosotros.
Espíritu Santo, revélanos si hay alguna raíz de amargura, algún resentimiento escondido o alguna falta de perdón en lo profundo de nuestro ser. Danos el valor y la fuerza para enfrentarlo. Concédenos la gracia para tomar la decisión de perdonar, tal como tú nos has perdonado, incluso cuando nuestros sentimientos no lo acompañen. Rompe las cadenas que nos atan al dolor del pasado.
Te pedimos, Señor, que nos conviertas en canales de tu paz y tu perdón. Que nuestra vida sea un reflejo fiel de tu carácter, para que el mundo vea tu amor a través de nuestra capacidad de perdonar.
En el nombre poderoso y liberador de Jesús, Amén.