Lucas 22:19 (RVR60)
"Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí."
Introducción: La Escena del Aposento Alto
Imaginemos la escena por un momento. El aposento alto está iluminado por lámparas de aceite que proyectan sombras danzantes en las paredes. El aire está cargado de una tensión palpable. Los discípulos, conscientes de la creciente hostilidad hacia su Maestro, están inquietos. Judas ya ha sido tocado por la traición. Y en medio de esta noche cargada de ominosos presagios, Jesús se sienta a compartir lo que sería su última cena con ellos antes de la cruz.
No es un palacio, ni un templo suntuoso. Es una habitación prestada, una mesa común. Y es aquí, en la víspera de su máximo sufrimiento, donde Jesús instituye uno de los actos de amor y gracia más profundos para Su iglesia: la Santa Cena. Sus palabras, registradas en Lucas 22:19, resuenan a través de los siglos hasta nuestro corazón hoy: "Haced esto en memoria de mí".
1. El Pan Partido: Un Cuerpo Entregado
Jesús toma el pan, un elemento común y cotidiano. Lo sostiene, da gracias al Padre, y luego lo parte. Este acto simple y tangible es transformado en un poderoso símbolo. "Esto es mi cuerpo", declara.
El pan no era un lujo; era el sustento básico. En esto, Jesús se identifica con nuestra humanidad más esencial. Él es el verdadero "pan de vida" (Juan 6:35), el sustento fundamental para nuestra alma. Pero este pan es partido. La acción de partirlo prefigura de manera vívida lo que su cuerpo sufriría en pocas horas: los azotes que desgarrarían su espalda, la corona de espinas que perforaría su frente, los clavos que traspasarían sus manos y pies, la lanza que abriría su costado.
Fue un cuerpo entregado. No fue tomado por la fuerza; fue dado voluntariamente. La cruz no fue un accidente del destino o el trágico final de un buen hombre. Fue el acto deliberado del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ofreciéndose a Sí mismo como el sacrificio perfecto y definitivo. Cada vez que participamos de la Santa Cena, recordamos que aquel cuerpo quebrantado lo fue por nosotros. Por nuestros pecados, por nuestra rebelión, por nuestra sanidad.
2. El Mandato del Recuerdo: "Haced Esto en Memoria de Mí"
La frase central de este versículo es un mandato: "Haced esto en memoria de mí". La palabra griega para "memoria" (anamnesis) implica mucho más que un simple recuerdo pasivo, como recordar un hecho histórico. Es un recuerdo activo, conmemorativo y participativo. Es traer el poder y la realidad de un evento pasado al presente, para que moldee nuestra identidad y nuestro caminar hoy.
Dios, en Su sabiduría, sabe lo propensos que somos a olvidar. Israel olvidó repetidamente los milagros de Egipto y el Mar Rojo. Nosotros, igualmente, podemos olvidar la gracia que nos salvó. La rutina, las pruebas y las distracciones del mundo nublan nuestra visión de la cruz. Por eso, Jesús nos dio un memorial tangible. No es una opción espiritual; es una orden amorosa. Es como si dijera: "Cuando el camino se ponga difícil, cuando el pecado os aceche, cuando os sintáis solos o confundidos, deteneos. Partid el pan. Dad gracias. Y recordadme. Recordad mi amor. Recordad mi sacrificio. Recordad mi victoria".
3. Un Recuerdo que Nos Define y Nos Une
Este "haced esto" no es un acto individualista. Jesús se lo dijo a Sus discípulos en comunidad. La Santa Cena es, por naturaleza, un acto comunitario. Al participar juntos, no solo miramos hacia atrás, a la cruz, sino que también miramos a nuestro alrededor, a la familia de Dios. Declaramos que todos somos igualmente necesitados de la gracia y que todos hemos sido lavados por la misma sangre.
Este memorial nos redefine. En un mundo que nos dice que nuestro valor está en nuestros logros, nuestra riqueza o nuestra apariencia, la mesa del Señor nos susurra una verdad más profunda: tu valor está en que Cristo dio Su cuerpo por ti. Eres tan precioso para Dios que Él entregó lo más valioso que tenía para redimirte. Al recordarle a Él, recordamos quiénes somos a Sus ojos: hijos e hijas amados, perdonados y redimidos.
Conclusión: Una Mesa en Nuestra Oscuridad
Tal vez hoy te encuentres en tu propio "aposento alto": un lugar de confusión, dolor o temor. Las sombras de tus circunstancias pueden parecer tan amenazantes como las que rodearon a Jesús y a Sus discípulos. Es precisamente en estos momentos donde la invitación de Jesús resuena con más fuerza.
Acércate a Su mesa. Toma el pan partido y recuerda. Recuerda que tu Salvador entró en la oscuridad más profunda para que tú pudieras tener luz eterna. Recuerda que su cuerpo fue quebrantado para que el tuyo pudiera ser sanado y sostenido. Este memorial no es un mero ritual; es un cable a tierra para el alma, un faro de esperanza en la noche, un banquete de gracia en medio de la batalla.
Oración Final
Señor Jesús, gracias por el don inefable de tu cuerpo entregado por nosotros. En tu sabiduría y amor, instituiste este santo memorial para que nuestros corazones, tan propensos a olvidar, tuvieran un ancla en tu sacrificio.
Te pido que cada vez que participe de la Santa Cena, no lo haga por rutina, sino con un corazón lleno de asombro y gratitud. Que al tomar el pan, pueda contemplar el costo de mi redención y el inmenso amor que te llevó a la cruz. Ayúdame a "hacer esto en memoria de ti" de una manera que transforme mi diario vivir, que me llene de humildad, que me impulse a perdonar como he sido perdonado y a amar como Tú me amas.
Que este recuerdo sea mi fortaleza en la debilidad, mi consuelo en el dolor y mi esperanza en la tribulación. Mantenme cerca de tu cruz, Señor, y que mi vida entera sea una respuesta de amor y obediencia a Ti, quien por mí te entregaste. En tu nombre eterno, Amén.