"Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque."
Eclesiastés 7:20 (RVR60)
1. La Universalidad del Pecado
El libro de Eclesiastés, escrito por el sabio Salomón, es un recordatorio contundente de las limitaciones humanas. En este versículo, se nos presenta una verdad incómoda pero necesaria: no hay nadie completamente justo en la tierra. Por más moralmente ejemplar que alguien parezca, todos hemos fallado, todos hemos pecado.
Esta declaración no es pesimista, sino realista. La Biblia afirma en Romanos 3:23: "Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios." No importa cuánto lo intentemos, nuestra naturaleza caída nos lleva una y otra vez a cometer errores, a alejarnos de la voluntad de Dios.
2. El Peligro de la Autojustificación
Muchas veces, caemos en la trampa de compararnos con otros y pensar: "Al menos no soy tan malo como...". Pero Eclesiastés 7:20 nos recuerda que nadie está exento del pecado. Ni el más piadoso, ni el más disciplinado. La justicia propia es un espejismo que nos aleja de la humildad y de la dependencia de Dios.
Jesús ilustró esto en la parábola del fariseo y el publicano (Lucas 18:9-14). Mientras el fariseo se jactaba de sus obras, el publicano, consciente de su pecado, clamó: "Dios, ten misericordia de mí, pecador." Y fue este último el que fue justificado.
3. La Respuesta Correcta: Humildad y Dependencia de Dios
Reconocer que no somos justos en nosotros mismos nos lleva a dos actitudes fundamentales:
Humildad: Dejamos de juzgar a otros con dureza, porque sabemos que también nosotros somos falibles.
Dependencia de Dios: Entendemos que nuestra justicia no proviene de nuestros esfuerzos, sino de Cristo, quien "fue hecho por nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención" (1 Corintios 1:30).
4. La Esperanza del Evangelio
Aunque Eclesiastés 7:20 nos muestra nuestra condición, el Evangelio nos señala la solución: Jesús, el único Justo. Él vivió sin pecado (1 Pedro 2:22) y, en la cruz, tomó nuestro lugar para que, por fe, seamos revestidos de Su justicia (2 Corintios 5:21).
No somos salvos porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Y aunque sigamos luchando contra el pecado, tenemos la seguridad de que "si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos" (1 Juan 1:9).
Oración
Padre celestial,
Reconozco delante de Ti que no hay justicia en mí por mis propias fuerzas. Como dice Tu Palabra, he pecado y he fallado muchas veces. Gracias porque, en Tu misericordia, me recuerdas que mi esperanza no está en mi perfección, sino en Cristo, quien cumplió toda justicia por mí.
Ayúdame a caminar en humildad, recordando que sin Ti nada puedo hacer. Perdóname cuando me enaltezco o juzgo a otros, y llévame siempre a la cruz, donde encuentro gracia y redención.
Que mi vida refleje Tu amor y justicia, no por mis méritos, sino por Tu poder obrando en mí. En el nombre de Jesús, amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario