"Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley". 1 Juan 3:4 (RVR60)
Este versículo, escrito por el apóstol Juan, nos confronta con una verdad fundamental: el pecado es la infracción de la ley de Dios. Este mensaje es tanto una advertencia como una oportunidad para reflexionar sobre nuestra relación con el pecado, la ley divina y la gracia de Dios.
El pecado como infracción de la ley
La frase "el pecado es infracción de la ley" define el pecado en términos legales y espirituales. La ley aquí se refiere a la voluntad perfecta y santa de Dios, revelada en Su Palabra. Cada vez que desobedecemos esta ley, estamos violando Su estándar de justicia. En esencia, el pecado no es solo un error o una equivocación, sino una rebelión contra el carácter santo de Dios y Su autoridad.
Juan escribe estas palabras para ayudar a los creyentes a comprender la seriedad del pecado. En un mundo donde muchas veces el pecado se minimiza o se justifica, este versículo nos recuerda que el pecado nunca es algo trivial. Cada acción, pensamiento o decisión que contradiga la voluntad de Dios es un acto de desobediencia y separación de Él. Al reconocer esto, somos llamados a reflexionar sobre nuestras propias vidas y a identificar aquellas áreas donde quizá estamos ignorando o minimizando nuestras transgresiones.
La universalidad del pecado
Cuando Juan dice "todo aquel que comete pecado", está destacando que esta condición es universal. Todos, sin excepción, hemos pecado (Romanos 3:23). Esto significa que todos hemos infringido la ley de Dios en algún momento. No importa nuestra edad, cultura o posición; el pecado afecta a toda la humanidad. Esta verdad nos lleva a la humildad, reconociendo que no somos mejores que otros y que todos necesitamos la gracia de Dios para ser restaurados.
El impacto del pecado
El pecado no solo infringe la ley de Dios, sino que también tiene consecuencias profundas. Rompe nuestra comunión con Dios, daña nuestras relaciones con los demás y afecta incluso nuestra paz interior. En lugar de experimentar la plenitud de la vida que Dios desea para nosotros, el pecado nos deja vacíos, cargados de culpa y alejados de Su propósito.
Además, la infracción de la ley no es solo una acción externa; es también una condición del corazón. Jesús enseñó en Mateo 5:21-28 que incluso los pensamientos y deseos pecaminosos son violaciones de la ley divina. Esto significa que no solo debemos evaluar nuestras acciones, sino también nuestras intenciones y actitudes, pidiendo a Dios que examine nuestro corazón y nos limpie de toda maldad.
La solución al problema del pecado
Aunque este versículo nos confronta con la gravedad del pecado, el mensaje de la Biblia no termina aquí. Dios, en Su amor y misericordia, proveyó una solución al problema del pecado: Jesucristo. A través de Su muerte en la cruz, Jesús pagó la pena total de nuestros pecados y nos ofreció el regalo de la salvación. Él cumplió perfectamente la ley de Dios y, al hacerlo, nos abrió el camino para ser reconciliados con el Padre.
En 1 Juan 1:9, el mismo apóstol nos asegura que "si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". Aunque hemos infringido la ley, en Cristo encontramos perdón, restauración y una nueva oportunidad de vivir conforme a la voluntad de Dios. Este llamado a la confesión y al arrepentimiento nos da esperanza, sabiendo que Dios no nos deja atrapados en nuestro pecado, sino que nos ofrece libertad y una nueva vida.
Un llamado a la santidad
Finalmente, este versículo nos invita a tomar en serio nuestra lucha contra el pecado. No se trata de alcanzar la perfección por nuestras propias fuerzas, sino de depender del Espíritu Santo para vencer nuestras debilidades y crecer en santidad. Como hijos de Dios, estamos llamados a vivir en obediencia a Su Palabra, reflejando Su carácter en todo lo que hacemos. La gracia de Dios no solo nos perdona, sino que también nos capacita para vivir una vida que le agrada.
Reflexión final
1 Juan 3:4 nos confronta con la realidad del pecado, pero también nos invita a mirar hacia Cristo, quien nos ofrece perdón y transformación. Este versículo nos anima a reconocer nuestras fallas, a buscar la gracia de Dios y a vivir en obediencia a Su Palabra. Recordemos que aunque el pecado es una infracción de la ley, la obra redentora de Cristo nos libera de su poder y nos capacita para caminar en la luz.
Oración
Señor, hoy reconozco que he pecado contra Ti y que he infringido Tu santa ley. Perdóname por las veces que he fallado y me he apartado de Tu voluntad. Gracias por enviar a Tu Hijo Jesucristo para pagar el precio de mis pecados y darme la oportunidad de una vida nueva en Él. Ayúdame a caminar en obediencia a Tu Palabra, capacítame con Tu Espíritu Santo y limpia mi corazón de todo lo que no te agrada. Que mi vida refleje Tu santidad y Tu amor cada día. En el nombre de Jesús, amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario