EL PERDONAR, EL PEDIR PERDÓN, Y LA RECONCILIACIÓN TOTAL

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. (Mateo 5: 7)
La base de los conflictos que los cristianos pueden llegar a padecer entre sí, tiene un común denominador muy corriente: LA FALTA DE PERDONAR Y LA FALTA DE PEDIR PERDÓN.

Esa es la gran ventaja que el diablo tiene con nosotros: cuando somos llevados por el dolor que sentimos por la ofensa recibida, y lo ponemos por encima del valor del perdón que emana de la Cruz de Cristo. Esto tiene que cambiar.

Cuando el valor del dolor recibido lo hacemos mayor que el valor del perdón de la Cruz, entonces infravaloramos la obra de Cristo en realidad.

El Señor viene a por una Iglesia sin mancha ni arruga, (Efesios 5:27) y no estará listo para partir aquél que de veras no haya perdonado a su ofensor.

Ruego que caiga suficiente temor de Dios en nuestras vidas para que podamos perdonar de corazón a nuestros deudores, no importa cuánto dolor nos hayan causado.

“El dolor experimentado no debe ser causa para no perdonar”

El Señor Jesús lo condensó en las siguientes palabras del Evangelio:

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. (Mateo 5:38-48).

Si nos damos cuenta, el perdonar es un acto unilateral e incondicional, así como lo es también el verdadero amor. No depende de que el otro haga su parte, sino de que yo haga la mía. Esa parte es perdonar toda ofensa recibida.

No perdonamos porque se nos ha pedido perdón, y reconocido el error u ofensa. Perdonamos a nuestros deudores cuando TODAVÍA no han saldado la cuenta, y aunque NUNCA lo hagan. La Palabra dice: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores(Mateo 6:12) Como vemos, debemos perdonar cuando aún nos adeudan; no porque hayan cancelado la deuda.
Veamos un poco acerca del perdonar:

1. ¿Qué es, e implica el perdonar?

Etimológicamente, perdonar deriva del verbo latino perdonare, es decir: per + donare, y que significa: “Remitir (alzar o suspender) la deuda, la falta, delito, ofensa, etc., que toque, al que remite”. Es decir, no tener en cuenta más la ofensa bajo ninguna circunstancia. Renunciar a conservar la ofensa en el corazón. Renunciar a toda venganza personal. Entregar a otro (a Dios) lo imputable a causa del daño recibido.

El perdonar es gran expresión del verdadero amor, ya que es contrario al impulso justiciero de la carne, de la emotividad herida y alterada, y por supuesto al rencor.

Por eso, el perdonar es una renuncia al yo (ego) herido.

“Borrando el rencor con el perdonar”

El perdonar es parte del morir a uno mismo ampliamente expresado en el Nuevo Testamento. El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús que se entregó a sí mismo por amor de cada uno de sus ofensores. Además, él lo hizo literalmente: murió por nosotros.

Dos ejemplos de perdonar en el A.T.

Veamos primeramente en el Antiguo Testamento acerca de dos ejemplos de lo que es el perdonar.

A. El perdonar de Esaú

Hasta un fornicario y profano como Esaú (Hebreos 12:16) llegó a perdonar.

Sabemos la historia de Jacob, que engañó a Esaú, su hermano, para poder recibir la bendición de la primogenitura. Pasado el tiempo, tuvo que producirse el inevitable encuentro con Esaú, y Jacob tenía miedo. Su conciencia no le dejaba tranquilo.

El tener miedo o temor de encontrarse con el ofensor alguna vez, y (o) de experimentar un fuerte rechazo hacia él, así como no tener ningún deseo de volverle ver, etc. puede ser señal de falta de perdón, o de que todavía existe una herida que no se ha sanado.

Dada esa situación, será muy importante llegar a discernir y entender cual es la razón de esa actitud y comportamiento, no engañándose uno a sí mismo. Habrá que ser muy honesto ante Dios, y una vez se haya entendido la causa de ese temor o rechazo, etc. aplicar la debida solución.

“Esaú corrió a su encuentro (de Jacob) y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron” (Génesis 33:4)

El encontrarse de Jacob con Esaú

Esta es la historia del encuentro entre Jacob y Esaú, encuentro que Jacob nunca antes deseó tener:

“Alzando Jacob sus ojos, miró, y he aquí venía Esaú, y los cuatrocientos hombres con él; entonces repartió él los niños entre Lea y Raquel y las dos siervas. Y puso las siervas y sus niños delante, luego a Lea y sus niños, y a Raquel y a José los últimos. Y él pasó delante de ellos y se inclinó a tierra siete veces, hasta que llegó a su hermano. Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó(Génesis 33: 1-4)

Jacob estaba asustado, pero Esaú, a pesar de que era un profano, ya hacía tiempo que le había perdonado. Se notaba eso porque se le veía libre; fue directo a su hermano Jacob, y le abrazó efusivamente, besándole. Sólo hace esto aquel que ha perdonado de veras.

¿Qué pasaría si de repente se encontrara usted con la persona que le ha hecho daño? ¿Cómo reaccionaría usted? Como hemos dicho, si todavía subsiste el dolor y el temor, es que quizás no la ha perdonado de todo corazón.

B. Moisés, el hombre más manso sobre la tierra, porque sabía perdonar

A Moisés le tocó perdonar a gente muy cercana a él, a sus propios hermanos. Muchas veces los que más nos hieren, son los más cercanos. Veamos la historia: Números 12:1-13;

“María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra. Luego dijo Jehová a Moisés, a Aarón y a María: Salid vosotros tres al tabernáculo de reunión. Y salieron ellos tres. Entonces Jehová descendió en la columna de la nube, y se puso a la puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María; y salieron ambos. Y él les dijo: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés? Entonces la ira de Jehová se encendió contra ellos; y se fue. Y la nube se apartó del tabernáculo, y he aquí que María estaba leprosa como la nieve; y miró Aarón a María, y he aquí que estaba leprosa. Y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah! señor mío, no pongas ahora sobre nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado, y hemos pecado. No quede ella ahora como el que nace muerto, que al salir del vientre de su madre, tiene ya medio consumida su carne. Entonces Moisés clamó a Jehová, diciendo: Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora:

Vemos que

a) Tanto Aarón como María, rechazaban a la mujer de Moisés porque era de otra raza; probablemente negra (de Cus) la menospreciaron… ¿Cómo podía sentirse Moisés ante ese oprobio?
b) Los hermanos de Moisés, exultaban soberbia (esa es la base del racismo, por cierto), y lanzaron su ataque directamente contra el manso Moisés, diciendo que ellos también oían la voz de Dios, poniéndose así a la altura del llamamiento del varón de Dios, y así defendían sus argumentos ante un Moisés que pacientemente les soportaba.
c) Al rogar a Dios por ellos, Moisés implícitamente estaba mostrando su perdonar.
Por lo tanto, podemos ver que realmente sabemos que hemos perdonado, cuando no deseamos a nuestro ofensor ningún mal, y por el contrario, le deseamos toda bendición de lo Alto.

2. Acerca del perdonar

Señal de madurez

El perdonar es sinónimo de madurez espiritual. Sólo el que verdaderamente ama es verdaderamente maduro. Sólo el que verdaderamente perdona es verdaderamente maduro.

¿Cuánto tiempo tardamos en perdonar a nuestro ofensor? Eso indicará cuán maduros en el amor de Dios somos realmente.

“Cuánto más tiempo necesitemos para perdonar a nuestro ofensor, esto será señal inequívoca de menor madurez cristiana por nuestra parte”

Dios está en perfecto control de todo. Cuanto mayor es la ofensa que Dios permite que venga a nuestras vidas, mayor madurez desea el Señor para cada uno (ver 1 Corintios 10:13). Veámoslo así.

El perdonar es un acto de nuestra voluntad. Así como decidimos amar a los demás, no importa cuán difícil sea con algunos, con o sin emociones, así decidimos perdonar, no importa cuán dolorosa haya sido la ofensa. La gracia de Dios fluye copiosa entonces sobre nosotros para llevar a cabo ese acto de amor, que es el perdonar.

El perdonar y la fe

El perdonar es un paso muy valiente de fe, ya que es sólo por la fe que ponemos en las manos de Dios toda esperanza de vindicación, deshaciéndonos de toda esperanza de salirnos con la nuestra, buscando el realizar una justicia a modo propio.

Por otra parte, perdonar implica olvidar la ofensa, como si nunca hubiera ocurrido. Así nos perdona Dios. Ese también es un acto de valentía, que implica un paso de fe.

Las ataduras del no perdonar

Hay demasiados cristianos atados por falta de perdonar. No hay crecimiento espiritual en sus vidas, y en cierta medida, vienen a ser esclavos del diablo. Pero, el perdonar libera; rompe las ataduras espirituales con las que el diablo ataba a aquellos que previamente no habían perdonado, pero que finalmente lo han hecho.

El que no perdona queda esclavo de su propio dolor, en cambio, el perdonar trae liberación espiritual a nuestras vidas.

El no perdonar significa que el agravio que han cometido contra usted es más importante que usted mismo, ya que, sin buscarlo, usted mismo se constituye esclavo de la ofensa. Ella y su dolor, le controlan.

El perdonar es obrar en el espíritu contrario al del diablo (el diablo ni es perdonado, ni puede perdonar). El perdonar es vencer con el bien el mal (Romanos 12:20). El perdón vence en el mundo espiritual. El diablo fue vencido por la cruz, porque ésta expresó y expresa el perdón de Dios hacia los hombres.

El listón por el cual nos tenemos que regir a la hora de perdonar es la Cruz

Como cristiano, ¿Qué es más importante para usted, la persona que le ofende o su ofensa? Esa es una pregunta que debemos hacernos muy a menudo.

Cuando le preguntaron a Jesús cuáles eran los mandamientos más importantes, Él respondió diciendo:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37-40)

Clarísimamente vemos que nuestra fe está basada en el amor a Dios, y consiguientemente, en el amor hacia los que nos rodean. Vemos que la misma Palabra de Dios escrita (la ley y los profetas) depende de esos dos mandamientos, como dijo Jesús.
Vimos que gran expresión de amor hacia los demás, es el perdonar sus ofensas; por lo tanto, así es como también expresamos, perdonando cuando necesario, nuestro amor al prójimo.

¿Por qué pues, para muchos de nosotros es más importante la ofensa, que la persona que lleva a cabo esa ofensa?, porque así lo estamos demostrando de hecho, al no perdonar.

Entonces, esa ofensa sigue ocupando el lugar en nuestro corazón que no debiera.

El perdonar significa que así como Cristo perdonó a esa persona en la Cruz, costándole el precio de Su propia vida, así mismo, el agravio que ha cometido contra usted tal persona, no es mayor que esa Cruz por la cual Dios en Cristo, le perdonó a ella y a usted.

El no perdonar, significa que para el que no perdona, la Cruz es inferior al agravio que le han hecho.

Por lo tanto el listón por el cual nos tenemos que regir a la hora de perdonar es la Cruz; y si la Cruz lo ha perdonado todo, ¿quiénes somos nosotros para no perdonar, por mucha que haya sido la ofensa?

El que no perdona, menosprecia la Cruz para su propia vida. Por eso el poder perdonador de la Cruz no actúa en tal persona.
“La Cruz de Cristo es el verdadero baremo de nuestro perdonar”

Perdonar es andar en luz

(1 Juan 1:5-7) “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”

Andar en luz, es andar como Él anduvo, en este caso, perdonando a los hermanos cuando nos ofenden. Sólo así podemos tener comunión verdadera (es decir, con y por motivos puros) con los demás, y consecuentemente, la sangre de Cristo nos limpia de de todo pecado.

Si no perdonamos, no podemos desarrollar el tipo de comunión que Dios quiere que tengamos unos con otros, ni con Dios. La falta de perdón genuino nos ata, y apaga nuestra fe.

El deber de perdonar

El perdonar es un deber y un ejercicio cristiano, sin lugar a dudas:

“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22)

No podemos demandar que los que nos rodean sean perfectos hacia nosotros. ¿Acaso lo somos nosotros hacia Dios, o hacia ellos? No podemos demandar de los demás, lo que nosotros tampoco hacemos. Ni siquiera Dios lo hace, aun y teniendo ese derecho, por ser Él el perfecto. El siempre perdona al que le busca y le pide perdón (Juan 6:37)

El que no perdona se está erigiendo como superior a los demás; exige unos derechos que ni siquiera Cristo exigió jamás a ningún hombre. El sabía estar por encima de las ofensas de los demás cuando anduvo entre nosotros. Incluso los mismos apóstoles vivieron así:

“Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos…” (1 Corintios 4:12-13)
El perdonar es reconocer el amor de Dios hacia el ofensor, por eso es necesario el soportarnos, así como nos dieron buen ejemplo aquellos apóstoles de Cristo.

El que perdona, ese es hijo de Dios, porque sólo los hijos de Dios pueden perdonar las ofensas de los demás verdaderamente, porque para ello se precisa la imprescindible gracia de Dios, y porque el que perdona, valora el hecho de haber sido perdonado gracias a la Cruz.

Dios quiere que tengamos un corazón perdonador.

“La historia del padre que cada día esperaba el regreso de su hijo pródigo, es el gran ejemplo de un corazón perdonador (Lucas 15:11-32)”

La falta de perdonar, consecuencia del egocentrismo

Hay demasiadas personas que dicen que no pueden perdonar de corazón, porque no les sale de adentro. Uno de los motivos para que no “salga de adentro”, es toda actitud EGOCENTRICA.

El egocentrismo no ayuda a perdonar, porque hace entender que la persona que se mueve en esa actitud de vida es más importante, o al menos más “especial” que los demás, quizás también, experimentando un victimismo no propio de un cristiano.

Egocéntrico significa: Exaltadamente centrado en sí mismo. Es como que el mundo empieza y acaba en la persona que se considera demasiado a sí misma; por lo tanto todos los demás pudieran llegar a ser enemigos potenciales, de los cuáles se habría de defender, o bien dejar de lado. No deja de ser esa, una actitud no exenta de cierta paranoia.

EL EGOCÉNTRICO ESTÁ SIEMPRE A LA DEFENSIVA.

El perdonar para ese tipo de persona, implica reconocer su desvalía ante los demás, y eso es muy difícil de soportar, ya que el egocéntrico suele ser también muy orgulloso, característica esa propia del mismo egocentrismo.

La actitud egocéntrica no ayuda a perdonar, porque es contraria a la BENIGNIDAD, la cual impulsa a ponerse uno siempre en la “piel del otro”. Al no saber ponerse en el lugar de los demás, esa persona todo lo juzga según su ciego criterio egocéntrico.

“El perdonar es una renuncia al egocentrismo orgulloso”

LA BENIGNIDAD ES EL MEJOR ANTIDOTO PARA EL EGOCENTRISMO, Y CONSECUENTEMENTE, PARA LA FALTA DE PERDÓN.

LA BENIGNIDAD ES FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO (Gálatas 5:22)

La benignidad siempre intenta comprender al ofensor, que no justificarle; intenta ponerse en su lugar. Esto no significa que hay que justificar lo injustificable como decimos, pero sí ayuda a comprender la situación, viéndolo desde una perspectiva más amplia, y consecuentemente, todo ello ayuda a perdonar.

El así hacer, constituye un acto de nobleza, sabiduría y de madurez.

El temor a la réplica

El temor a que se repita una misma situación de dolor o de decepción que se sufrió con otra u otras personas con anterioridad, es causa para no llegar a perdonar de todo corazón. Eso no es sino un engaño, ya que ese temor llevado a la práctica, nunca será el motivo razonable para ninguna actuación cristiana. El temor no viene de Dios. Dice la Palabra:

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18)

Es mejor obrar por el amor que por el temor. Actuando siempre con sabiduría (no con desconfianza), perdone siempre, y no tema que se vaya a reproducir la misma situación de antaño. De todos modos, el temor nunca le protegerá a usted de nada malo, sino que más bien le bloqueará y le engañará. El perdonar, no obstante, es un acto genuino del amor; y el amor puede sobre el temor.

La necesidad de perdonar, para ser perdonado

El perdonar hace que uno reciba también el perdón de Dios, cosa que no ocurre a la inversa. “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas” (Marcos 11:25-26)

Hay que perdonar, pero hay que hacerlo de verdad. Jesús enseñó así: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:35)

El perdonar significa que la persona que te ha hecho daño es más valiosa que el agravio que ha cometido contra ti, y con eso estás mostrando tu verdadero amor sacrificial hacia los demás, como Cristo hizo; con eso estás diciendo que Dios ama por igual a todos los hombres, buenos y malos, lo cual es la verdad.

Es imposible perdonar de corazón, si no aceptamos a la persona tal y como es. La clave está en separar a la persona de su pecado. Así hace el Señor.

“A veces los conflictos suceden; la cuestión es, ¿qué hacemos después?”

La bendición de perdonar

Aquellos que lejos de perdonar, maldicen a sus ofensores esgrimiendo un hipotético y a todas luces falso sentido de ungimiento espiritual sobre sus vidas, vuelcan sobre sus cabezas esa misma maldición que han declarado.

Sin embargo, el perdonar atrae la verdadera y completa bendición de Dios. Abre las puertas del Cielo para que la gracia Suya se derrame sobre uno, y cierra las puertas del infierno, impidiendo que el enemigo tome ventaja y afecte.

El perdonar como ejercicio de piedad agrada a Dios, tanto, que se cumple el proverbio que dice: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él”. (Proverbios 16:7)

Dios trae verdadera paz a todos aquellos que perdonan constantemente las ofensas de los demás.

El que perdona, vive en victoria (Romanos 8:37). La condenación y culpa se apartan de él. 

Todo intento del diablo de traer culpabilidad y condenación a la vida del creyente que perdona, desaparece, cuando se pone en marcha el motor del perdonar, porque al hacer así, se tiene autoridad sobre el enemigo para atarle en ese sentido.

El diablo simplemente no tiene credibilidad ninguna a la hora de intentar hacerte sentir culpable, ya que no tiene asidero donde depositar sus tinieblas.

El que perdona de corazón, atrae la paz de Dios a sí mismo. No es posible tener paz, sin perdonar.

Una vida saturada de perdonar te hace crecer espiritualmente. De hecho es una de las principales claves para el crecimiento espiritual, ya que el perdonar es la obra del Espíritu de Cristo puesto en acción.

El que hace del perdonar un hábito continuo, se está consagrando cada vez más a Dios, porque cada vez es más como Su Hijo.

3. El pedir perdón

Santiago 3:2-5Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!”

Es necesario pedir perdón cuando hemos obrado inadecuadamente. De hecho es una obligación como cristianos. Si no lo hacemos, estamos estorbando el mover del Espíritu Santo, y como consecuencia y entre otras cosas, la posibilidad de reconciliación/restauración de la relación.

“La lengua se constituye muchas veces como el instrumento heridor mayor que pueda existir”

El pedir perdón es señal de humildad y también de fortaleza espiritual. El que por sistema jamás pide perdón, es débil y carnal. El no pedir perdón es señal de orgullo. Los ministros cristianos somos los primeros que debemos pedir perdón, y estar dispuestos a hacerlo siempre. Esto es señal de madurez espiritual. Es realmente sintomático cuando un ministro del Evangelio jamás pide perdón.

El pedir perdón es otro de los aspectos que también cuesta poner en práctica, porque es un atentado contra nuestro orgullo. Nos es fácil camuflarnos o protegernos en ese orgullo. Cuando pedimos perdón, nos despojamos de tal orgullo, y queda al descubierto lo que somos. Esto es muy saludable.

El pedir perdón:
  • Nos humilla (por lo tanto, nos mantiene humildes)
  • Nos coloca en una posición de vulnerabilidad.
  • Nos quebranta.
  • Nos hace reconocer que no somos perfectos.
  • Ayuda al entendimiento con los demás.
  • Ayuda a la otra parte a hacer su parte.
  • Nos ayuda a tener un concepto cuerdo y correcto de nosotros mismos.
Debemos pedir perdón, no solamente cuando hemos hecho algo incorrecto, sino cuando la otra parte expresa su queja porque se siente dañada. Veamos el ejemplo de María y Juan:

María y Juan

María inconscientemente ha hecho algo que ha molestado a Juan. Juan se queja a María, pero María se excusa diciendo que no lo hizo a propósito, y no dice nada más.
María no debería centrarse en su exclusiva apreciación del hecho acontecido, sino que debería ser sensible hacia Juan.

Debería disculparse porque aunque no estuvo en su criterio, hirió a Juan. Pedir perdón por eso, denotaría humildad por parte de María.

Por norma, cada vez que alguien se queje por algo que supuestamente les hayamos hecho, deberemos pedir perdón, o al menos presentar una suficiente disculpa, no necesariamente por los motivos nuestros que pudieran ser puros, sino porque de alguna manera, aun indirectamente, es evidente que les habríamos ofendido.

Cada vez que pedimos perdón debemos hacer el esfuerzo de no volver a caer en lo mismo. Dicho de otro modo, el pedir perdón nunca deberá ser una excusa para seguir haciendo lo mismo. En este caso nos será preciso crecer en el temor de Dios.

Así como el perdonar es vital por los motivos ya enseñados, el pedir perdón también, porque nos libera espiritualmente, y así, recibimos, no sólo el perdón del ofendido, sino también el perdón de Dios.

Así como debemos perdonar con la máxima celeridad, debemos hacer lo propio con el pedir perdón cuando se requiera.

4. La reconciliación total

Como cristianos, ¿cómo podemos conseguir que una relación rota entre hermanos pueda recomponerse hasta el punto de que la confianza mutua vuelva a surgir? ¿Podrá ser esto siempre posible? Nótese que decimos entre hermanos en la fe.

“Debemos buscar en lo posible la restauración de relaciones”

Primeramente tenemos que tener los conceptos correctos: El perdonar al otro, es obligación como mandamiento de Cristo, tal y como hemos visto a lo largo de toda esta enseñanza; no obstante, eso no necesariamente produce una reconciliación entre ambas partes.

Aunque el perdonar es condición indispensable para la reconciliación/restauración, ésta bien entendida, no se produce en su totalidad si no hay, además, un reconocimiento por ambas partes de lo que cada uno hizo de mal al otro, un pedir perdón, y la consiguiente restitución si cabe.

Si la cosa se queda a medias, no habrá reconciliación/restauración como tal. Sí habrá un perdonar al deudor, y al menos, una de las partes habrá hecho lo que Dios pide.

Pongamos un ejemplo:

José y Luis

“José, por motivos particulares, dijo de Luis a otros muchas cosas que no eran verdad. De hecho José llegó a calumniar a Luis.

Luis llegó a enterarse y consecuentemente se quedó muy triste y dolido, ya que consideraba a José como su mejor amigo.

Con que Luis es un buen cristiano, llegó a perdonar de todo corazón a José, aunque no le fue fácil. Además, buscando la reconciliación, le llamó por teléfono e incluso llegaron a comer juntos.

Luis esperaba con todo, que José reconociera su error, y le pidiera perdón por todo lo malo que sin fundamento habló de él. Pero José no lo hizo; no dijo nada, aun sabiendo que Luis sabía lo que había hablado a otros de él.

Bien, José estaba perdonado por parte de Luis, pero aun y deseándolo Luis, esa reconciliación total no pudo darse, porque José no hizo su parte”

Podríamos pensar que los motivos de José para no dar su brazo a torcer, bien podrían estar sujetos al orgullo, y por tanto, eso le impediría reconocer su tremendo error.

Por lo tanto, si queremos que la relación se restaure del todo, es indispensable, no sólo el perdonar, sino el pedir perdón de forma específica por cada cosa que se hizo mal; y si se hicieron comentarios o declaraciones de queja, acusaciones, calumnia, etc. a terceros, ir a esas personas y desmentir las acusaciones, quejas, calumnias, etc.

La restitución deberá ser total en todos sus aspectos; verbales, materiales, espirituales. Sólo así podrá haber una reconciliación verdadera, y una restauración de la relación, con la vuelta de la confianza, etc.

Todo esto, aunque deseable, no siempre es posible, como vimos en el ejemplo anterior. Es menester que las dos partes estén dispuestas a doblegarse y reconocer su responsabilidad, pidiendo perdón. Si una de ellas no quiere hacerlo, entonces aunque la otra parte lo quiera y lo desee, no podrá haber una verdadera reconciliación. La relación subsiguiente quedará mermada, así como la confianza.

“A veces no es posible una reconciliación/restauración total, aunque siempre hay que intentarlo”

Así pues, no es suficiente con perdonar, cuando es menester, hay que PEDIR PERDÓN, y ser muy específicos; sólo de esta manera podemos enfilar hacia una verdadera RECONCILIACIÓN. Esa es la voluntad de Dios.

El ejemplo supremo lo tenemos entre Dios y el hombre. Aunque Dios ha establecido Su perdón en Cristo, el hombre no puede recibir el efectivo perdón de Dios, si no se arrepiente de sus pecados (que son ofensa a Dios), y pide perdón por los mismos. Si lo hace de todo corazón, entonces llega la reconciliación entre Dios y el hombre.

Tenemos trabajo por delante, ¿no es cierto?

Dios les bendiga.

© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey, Madrid, España.
Febrero 2007

Aclaración

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